Sufrió múltiples fracturas costales al ser estampado contra las tablas en la corrida de Miura
Rafaelillo grita de dolor tras el duro percance - Efe
Andrés Amorós
El muy experimentado Rafaelillo arriesga demasiado, echándose de rodillas, al iniciar la faena de muleta al cuarto toro de Miura. En la primera embestida, el toro hace por él, lo estampa contra las tablas, en un terrible golpe, y vuelve a empitonarlo, en el aire. Ha sido una cogida espectacularísima, que nos ha estremecido a todos, con el grito de dolor del veterano diestro, cuando lo llevan en brazos a la enfermería. Sufre una cornada envainada, con múltiples fracturas costales, que requiere una larga y complicada operación. A pesar de todo, se puede decir que ha tenido cierta fortuna porque la forma de producirse la cogida ha podido tener todavía peores consecuencias.
Por la mañana, en el último encierro, con el gentío propio del domingo, los Miuras tienen su habitual buen comportamiento, salvo un suceso singular: el colorado «Rabanero», de 640 kilos, se descuelga de sus hermanos, corre solo más de quinientos metros, siembra el pánico y da trabajo a los dobladores, para entrar. Ha habido tres heridos por asta de toro.
Concluye la Feria con la singularidad –en tipo y en comportamiento– de los Miuras, una casta especial. Y no se ha aburrido nadie: ni los corredores, ni los diestros, ni el público.
Abre plaza este «Rabanero»: engallado, sus pitones superan la cabeza de Rafaelillo, un veterano curtido en mil batallas, que se las sabe todas. (Para lidiar a un Miura, es muy conveniente). Lo recibe con larga de rodillas. El toro cumple en varas; queda corto, en la muleta. Rafaelillo machetea a la antigua; solventa la papeleta, como un David torero con un toro Goliat. Mata con gran habilidad y mérito, a la segunda. También recibe con dos largas al cuarto, «Trapajoso», que se frena. En un alarde excesivo, se echa de rodillas y, en el primer muletazo, el toro lo empitona contra las tablas, con un porrazo tremendo: lo llevan a la enfermería, muy dolorido. Chacón, muy firme, le da la lidia adecuada, por la derecha, pero mata mal.
Octavio Chacón fue una de las grandes revelaciones de la pasada temporada, como eficaz lidiador clásico. El cárdeno segundo se llama «Bravío», como el famoso de Santa Coloma, uno de los toros más bravos de la historia. También éste luce bravura, en el caballo; acude a la muleta con cierta nobleza pero pronto se raja. Con mucho oficio, Octavio le saca muletazos suaves. Rueda por la arena, al pinchar, y la mole casi le aplasta. Tarda en matar. En el sexto, bien banderilleado por Trujillo, vuelve a mostrarse lidiador eficaz: corre bien la mano en templados naturales pero el toro empeora pronto y vuelve a fallar, con la espada. Toda la tarde, ha lidiado bien y ha matado mal.
El joven francés Juan Leal sufre muchos percances: eso certifica su gran valor pero no debe atropellar la razón. Decían los clásicos que, para ser torero, hacen falta tres cosas: «Valor, valor y valor». Pero también hace falta cabeza: «A eso –dijo Juan Belmonte, señalando a un toro bien dotado– siempre nos ganan». Acude a portagayola en el tercero y sale apurado. En el quite por saltilleras, recibe un cabezazo en la cara. Se luce Agustín de Espartinas, lidiando, y Marco Leal, con los palos. Juan Leal se echa de rodillas y está al borde del percance. Mejora en algunos derechazos.
Aunque el Miura es noble, hemos pasado mucho miedo. Mata muy bajo. Por el percance de Rafaelillo, lidia al quinto, que se frena, echa la cara arriba, en el caballo y en banderillas. El joven francés aguanta los parones, le hace cosas inadecuadas y temerarias, para un Miura. Por suerte, sale indemne, pero, por ese camino, los percances parecen inevitables. Mata muy mal.
El grave percance de Rafaelillo deja un sabor amargo, en este final de Feria. Dejó de sonar, por este año, el «Vals de Astrain», con su canto a «las fiestas de esta gloriosa ciudad, que son, en el mundo entero, una fiesta sin igual». Esta noche, a las doce, los miembros de la Pamplonesa, desde el balcón del Ayuntamiento, acompañan a miles de personas en el «¡Pobre de mí!»: la ceremonia de quitarse los pañuelicos rojos, la luz de las velas, la traca final… La melancolía de lo que acaba y la ilusión de empezar una nueva cuenta atrás: «¡Ya falta menos!»
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