Fue ayer en Huelva, donde, más allá de las dos orejas, su tore enamoró a la afición
Pablo Aguado remata con el capote - Alberto Díaz
Huelva
Y en el tercero el torero Pablo Aguado realizó un monumento a la tauromaquia, desde el recibo capotero a la verónica, meciendo las embestidas del burel con una insultante naturalidad. Fue en la última corria a pie de Las Colombinas. El quite por chicuelinas, rematadas con una media de cartel, y el público de la Merced en pie.
La faena de muleta no bajó un ápice el nivel de lo visto hasta el momento. Por ambos pitones mandó y paró el tiempo Aguado, con una plaza entre entregada y extasiada por lo que estaba viendo. La espada no refrendó tan magna obra, quedando en una vuelta al ruedo triunfal.
Nuevamente se meció a la verónica al sexto, y quitó con suavidad, parando nuevamente el tiempo a la verónica. Por ayudados por alto inició la faena de muleta y ya el toro por ahí se derrumbó. Aguado tuvo que hacerlo todo a media altura y con mucha estética, naturaleza y pureza inconmensurable.
Y es que es muy difícil torear más despacio y con más cadencia. Esta vez sí acertó con la espada, con una gran estocada que atronó al toro, siéndole concedidas las dos orejas, premiando más la tarde que esta faena.
El torero sevillano Pablo Aguado cautivó de este modo ayer la plaza de toros de la Merced con una tarde antológica, de toreo puro y excelso, un auténtico monumento a la tauromaquia, lo que le permitió salir a hombros en un festejo en el que el torero de la tierra David de Miranda sumó otro apéndice y Morante se fue de vacío.
No acompañó la corrida de Albarreal lo que propusieron los actuantes en la tercera y última de toreo a pie de las Fiestas Colombinas. Muy cogidos con alfileres, adoleció la corrida de una falta de fuerza alarmante, que emborronó lo que se preveía como una tarde inolvidable.
Solo el tercero colaboró en las telas de Pablo Aguado, que regaló una de las faenas para la historia en el coso mercedario. En el sexto, sin entrega, se inventó una faena a media altura que volvió a encandilar al público.
Inédito quedó Morante con el primero de la tarde, un toro de escasa presencia y juego. Ya desde salida buscó los adentros, y no le gustó al torero de La Puebla. Falto de fuerzas, sin transmisión ni clase, era un toro a contra estilo. Morante lo pasó por ambos pitones antes de entrar a matar sin lucimiento.
Espoleado salió Morante en el cuarto, al que recibió con una rodilla en tierra. Ya erguido, le propinó un ramillete de verónicas de cercanías y enroscándose con el toro. La Merced rugió, puesta en pie ante la belleza de lo que estaba viendo, ni más ni menos que la disputa del cetro del toreo sevillano.
Una pena que el toro se apagara tan pronto, y Morante sólo dejara algunas pinceladas y una serie entonada por el pitón derecho. Mató a la segunda, saludando una ovación.
David de Miranda recibió al segundo de la tarde a la verónica con prestancia. Quitó con gusto por chicuelinas barrocas y tallaferas. Apenas duró dos series el de Albarreal en la muleta del torero de Trigueros, pero fueron importantes, templadas y profundas.
Aguantó dos coladas que cortaron la respiración por el pitón izquierdo, que no pudo alcanzar las mismas cotas que en el toreo en redondo. A partir de ahí, el toro se paró y David acortó las distancias en toreo encimista. Remate por manoletinas, propias de su tauromaquia, y gran estocada que le valió un trofeo.
El quinto bis, tras devolución del titular de Albarreal, tuvo una lidia complicada. Continuos frenazos, embistiendo al paso y pegando arreones.
No mejoró en demasía en la faena de muleta, más allá de la firmeza del torero, que pudo conseguir dos series de mérito por el pitón derecho. En el toreo al natural, imposible, el toro salía desentendido de los engaños. Esfuerzo de David de Miranda sin frutos. La estocada se le fue abajo, haciendo guardia.
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