martes, 22 de octubre de 2019

Aprendiendo a morir en el ruedo de la verdad



Son muchos los toreros que han caído heridos esta temporada, algunos de extrema gravedad, como Mariano de la Viña, Román, Gonzalo Caballero y Rafaelillo

El gesto de dolor de Román mientras es trasladado por sus compañeros; al fondo, «Santanero I», con el pitón derecho embadurnado de sangre, la sangre de un valiente
El gesto de dolor de Román mientras es trasladado por sus compañeros; al fondo, «Santanero I», con el pitón derecho embadurnado de sangre, la sangre de un valiente - Alfredo Arévalo/Plaza1

Rosario Pérez 
Madrid 

«Doctor, ¿me estoy muriendo?», preguntó Román a don Máximo García-Padrós cuando llegó a la enfermería con litros de sangre vertida. «Y con la misma ganadería que mató a Iván Fandiño», alcanzó a decir antes de ser sedado. Mientras el cirujano de Las Ventas y su equipo comenzaban una intervención de ingeniería, con la arteria femoral contusionada, con rotura de las láminas internas y casi sin pulso, los tendidos seguían helados. Retumbaba una frase: «¡Lo ha matado, lo ha matado!». Aquella imagen de Román colgado del frondoso pitón de «Santanero I» era el museo del horror.

 Saturno devoraba a su hijo mientra las sangre caía a chorros por el boquete. La daga del toro de Baltasar Ibán, totalmente embadurnada de sangre, anunciaba la gravedad. Cinco días después, el joven matador valenciano ofrecía una rueda de prensa y ya pensaba en la reaparición.

No fue el único milagro en Alcalá 237: aquella escena de un torero herido al entrar a matar se repitió por partida doble en Gonzalo Caballero. Si en San Isidro padeció una durísima cornada en el muslo izquierdo, en esa misma pierna sufrió un terrible navajazo en la festividad de la Hispanidad, con abundante hemarrogia por la sección de la femoral.

La escena más violenta

Un día después, el 13 de octubre, en el ruedo de Zaragoza se grabó la escena más terrorífica de la temporada: un toro de Montalvo cogió de manera violentísima al banderillero Mariano de la Viña.

 El charco de sangre y su imagen inerte en la arena ensombrecieron toda luz. Su propio jefe de filas, Enrique Ponce, temió lo peor cuando se lo llevaban a la enfermería: «Está muerto». Y sin vida entró al hule, donde el doctor Val-Carreres obró la más milagrosa de las intervenciones de 2019. Casi ocho horas duró la operación, primero en la enfermería de la plaza de la Misericordia y luego en la clínica Quirón en la madrugada más larga. Al día siguiente, se emitía el estremecedor parte médico: una cornada en el triángulo de Scarpa, con arrancamiento de la femoral y rotura en su porción distal de la arteria iliaca interna, y otra herida en la región glútea izquierda con una trayectoria de 22 centímetros que penetraba por la escotadura ciática, alcanzando el espacio situado entre recto y vejiga tras arrancar la arteria iliaca interna izquierda en su origen. Sobrecogía leer que De la Viña había entrado «en situación cataclísmica» y alentaba saber 48 horas después que el pronóstico bajaba de muy grave a grave. Una vela a la Pilarica.

Aquel no fue el único percance de la dramática jornada del 13-O. El último toro cogió de mala manera a Miguel Ángel Perera, que minutos antes había limpiado con un rastrillo el cáliz derramado por el subalterno en el ruedo misericorde. Con una cornada extensa en la pierna, puso calma y esperó: lo primero era salvar a De la Viña. Cuánta grandeza y solidaridad.

Torear para sentirse vivo

Tardarán tiempo los profesionales del toro y los aficionados en olvidar el fin de semana más negro, con una cornada que retiraría no solo al herido, sino a cualquiera de los de alrededor en cualquier otra profesión. Sobreponerse a tanta tragedia es de otra galaxia, como si cada hombre de oro y plata aprendiese a morir. Quizá por la máxima que siempre les acompaña interiormente: «Vale la pena vivir por lo que vale la pena morir». Y viceversa: «Vale la pena morir por lo que vale la pena vivir».

La hombría de aprender a morir en el ruedo de los vivos, de aprender a morir sintiéndose muy vivos. 

Son los últimos héroes del siglo XXI, conocedores de sobra del riesgo y de lo que pueden perder. A Javier Cortés, tanta sinceridad delante del toro, le costó una terrible cornada en el ojo derecho en la Monumental de Madrid. Aunque se reconstruyó el globo ocular, el último parte indicaba que carecía de visión. Como hace un año Paco Ureña, que ha sabido sobreponerse y ha firmado las más triunfales faenas de la temporada. En septiembre, en Palencia, sufriría una cornada fuerte.

En el coso venteño cayó herido también de mucha gravedad Manuel Escribano, un torero muy castigado por los toros. Uno de nombre «Español» le metió el cuerno hasta la cepa: 25 centímetros de trayectoria en el muslo izquierdo. Arturo Salvívar vertió su sangre mexicana el 8 de septiembre: «Chamorro» le cazó con una seca cornada y horadó su pierna derecha en 25 centímetros, con fractura del cuello del peroné. O Juan Leal, que en pleno San Isidro sufrió una cornada en la región perianal con una trayectoria de 25 centímetros en la corrida de Pedraza de Yeltes. Máximo García Padrós y su hijo, del mismo nombre, han sido sus ángeles en un año de olor a cloroformo.

Dramático episodio

Son muchos los toreros que han sentido el fuego de los pitones. Entre los episodios más dramáticos se recuerda el de Rafaelillo en San Fermín: en el inicio de faena al cuarto miura, sobrevino una cogida pavorosa, con el de Zahariche estampándole contras las tablas. Neumotórax y múltiples fracturas costales de lo que pudo ser una tragedia. El propio torero de Murcia temió lo peor: «Pedí llamar a mi mujer y mis hijas para despedirme...» Aún provoca un escalofrío recordar aquellas palabras a su salida del hospital de Pamplona. Aprender a morir en una sociedad donde la muerte es casi un tabú.

La temporada ha sido tremendamente dura, con toros que han lanzado ganchos a izquierda y derecha en ese «ring» redondo de los ruedos. Han sido muchos más los hombres de oro y plata caídos en la arena, esos hombres que se dice están hechos de otra pasta, pero cuya sangre es también mortal y roja. El primero en pasar por el hule fue Pepe Moral en Valdemorillo con la corrida de Miura.
Extenso parte de guerra de 2019, en el que al otro lado del charco sobrecogió la cornada en la boca a Hilda Tenorio. Más heridos: Sebastián Ritter, Pablo Aguado, Toñete, Joaquín Galdós, Pirri, Juan de Castilla, Diego San Román, Rufo, Menés, Montero, Olmos, Mora, Chacón, Reyes Mendoza... Y no pocas lesiones, como las de Emilio de Justo, Roca Rey, Manzanares, El Fandi o la durísima de Enrique Ponce en Fallas. Incluso ganaderos, como el de Murteira Grave en su finca portuguesa.

Esta temporada la parca ha cabalgado por momentos más deprisa que la propia existencia, salvada por esas manos de genios de la medicina de apellido Val-Carreres o Padrós. Ellos son los ángeles de bata blanca sanadores de los hombres de más verdad. Y esa verdad de 2019 se escribe con la «v» de los valientes que, como aquella película de El Cordobés, parecen estar «aprendiendo a morir». La máxima de Da Vinci: en el aprendizaje de vivir, aprendía a morir. Con lo difícil que eso es...

La muerte se escribe viviendo, porque solo quien arriesga vive. Y de vida y verdad nadie sabe más que un torero. Gloria y honor a los que están y a los que se fueron.

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