Los tres diestros se estrellan contra el pobre juego de los toros de Adolfo Martín
Manuel Escribano, a portagayola - Paloma Aguilar
Dos tardes consecutivas con salida a hombros de un matador (El Cid y Antonio Ferrera) han mostrado un hecho sociológico interesante: no eran los habituales «capitalistas» sino un grupo numeroso de espectadores, incluidos profesionales y muchos jóvenes, los que se han lanzado al ruedo de Las Ventas; no se trataba del hecho, regulado por el Reglamento, del número de trofeos que permite abrir la Puerta Grande. ¿Tiene esto riesgos? Los tiene: la falta de exigencia, la posible manipulación. Pero es un sentimiento espontáneo, nacido del entusiasmo colectivo.
Después de dos tardes con sentimientos tan a flor de piel, el final de la Feria de Otoño resulta muy decepcionante, por el muy pobre juego de los toros de Adolfo Martín, carentes de casta, fuerza y bravura. Contra ellos se estrellan los tres espadas.
Curro Díaz posee una estética personal, parece buscar lo que García Lorca más estimaba: el duende, el ángel, «los sonidos negros». El primero, abierto de pitones, va tres veces al caballo pero ahí se deja la fuerza, se para muy pronto: nada que hacer. Mata con su habitual estilo, apuntando al cielo, la espada queda desprendida, como suele. El cuarto tiene cierta nobleza, le permite a Curro lucir su conocida clase en muletazos estéticos: un precioso cambio de mano y buenos naturales. No es faena completa pero, después del desierto de los tres primeros toros, sabe a gloria. Mata a la segunda: ovación.
Lidia campera
El salmantino López Chaves nos encantó en San Isidro y en Bilbao, por la madurez de su oficio. (Los que menosprecian esa palabra deberían recordar a Pavese: «El oficio de escribir» y «El oficio de vivir»). Protestan mucho al segundo, por chico y flojo, pero Tito Sandoval mide el castigo y el presidente lo mantiene. Aunque procura aliviarlo, con templados muletazos, las caídas del toro lo deslucen todo. Sin toro, la porfía es inútil. El quinto vuelve dos veces a chiqueros, para regocijo del personal. López Chaves luce su lidia campera, conduciendo bien la embestida. En la muleta, el toro no se entrega, sale con la cara alta, es soso. El correcto trasteo de Domingo no alcanza brillo.
Manuel Escribano ha pagado con sangre su entrega, en todos los tercios. Lo reciben con una ovación. Acude a portagayola, como suele, en el tercero, que se para delante de él y bordea el percance. Lo mismo sucede en banderillas porque el toro le espera, con peligro. En la muleta, el toro gazapea y saca guasa; «una alimaña», sentencia mi vecino Antonio; y Luis: «Desde el comienzo, le ha tomado la medida». Los dos tienen razón. Escribano se justifica con una gran estocada. También va a portagayola en el último, muy serio, y pasa el trago, cuando el toro se para. Acude tres veces al caballo. Vuelve a arriesgar con los palos, esta vez con mejor fortuna; el tercer par, en tablas, al violín, al quiebro, tiene gran mérito. El toro espera, le deja dibujar naturales aceptables pero «dice» muy poco. Vuelve a meter la mano con decisión, en la estocada.
Con esta sinfonía otoñal en gris cárdeno concluye una Feria de Otoño muy interesante, salvo esta tarde. Todavía habrá un festejo el Día de la Hispanidad (ese hermoso rótulo que algunos quieren obviar) pero estaremos en la Feria del Pilar. Las despedidas siempre apenan. Dan ganas de repetir el viejo dicho, atribuido a un trapero que no había tenido suerte, en la capital, y que ahora da título a un interesante blog taurino: «Adiós, Madrid, que te quedas sin gente». Pero no es verdad: queda mucha gente y, en concreto, muchos buenos aficionados. Esta Plaza tiene pendiente una gran reforma: el nuevo equipo del Centro de Asuntos Taurinos debe afrontarla. La exigencia de Las Ventas sigue siendo fundamental para la Fiesta.
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