lunes, 21 de octubre de 2019

Ocho años sin Antoñete, el torero que amó al famoso toro blanco «como se ama a una mujer»



Chenel, espejo del clasicismo total y uno de los maestros más queridos en Madrid, murió en octubre de 2011

Antoñete y «Atrevido», el toro blanco de Osborne
Antoñete y «Atrevido», el toro blanco de Osborne - Botán


Madrid 

Pasan las hojas del calendario y pasa la vida. Ocho años han transcurrido ya desde la muerte de Antonio Chenel «Antoñete», el toreo del mechón blanco, espejo del clasicismo total.

Pasa el tiempo, pero su naturalidad permanece en la memoria. Son muchas las tardes venteñas en las que se recuerda a Chenel, siempre fiel a los cauces clásicos y eternos, al cite de antaño y la torería, el torero que puso a sus faenas «sinfonías de Beethoven y Mozart», como ensalzaba el inolvidable José Luis Suárez-Guanes,chenelista de pro.

Ocho años sin el torero que amó a «Atrevido» como «se ama a una mujer; cuando pasaba bajo mi mando, el placer me inundaba y gocé como nunca». Ha pasado más de medio siglo desde aquella mítica faena al toro blanco de Osborne, una de las más cantadas en la historia de Las Ventas.

«Atrevido», que así se llamaba el toro, ya despertó mucha expectación en los corrales del Batán.

Expectación y polémica, porque nadie parecía ponerse de acuerdo sobre su variada capa. El toro blanco, coincidieron en llamarle, cuando en realidad era «berrendo en negro, alunarado y botinero. Sutilizando más diríamos que es negro en berrendo, porque predomina lo blanco, y casi es capirote en cárdeno; pero el blanco llega a la quijada y la cabeza no acaba de ser totalmente distinta del resto del cuerpo: lo dejaremos en cari-cárdeno entrepelao». Así se trataba de zanjar la polémica en la revista «El Ruedo».

«Vamos a ver ese toro que dicen que es blanco. ¡Qué cosas! ¡Un toro blanco! ¡Ahí está! No me gusta», escribió el crítico de ABC, Antonio Díaz Cañabate. Y comenta que apenas cumplió en varas y que la muleta no la tomó mal, y en ese momento saltó la sorpresa: «Oye, pero ¿estás viendo? Este Antoñete está superior, está por encima del toro. ¡Chico, qué manera de torear! ¿No se te cae la baba de admiración? A mí, sí. Esto es diferente, esto no tiene nada que ver con lo que vemos todos los días, con lo adocenado, con lo trivial, con lo grotesco». «Esto no es toreo de ayer, ni de hoy, sino de siempre; eso es torear sencillamente, pero con la sencillez de la elegancia, de lo delicado, de lo fino, de lo sutil», seguía la crónica abecedaria.

De aquella faena se habló y mucho el día de su muerte, cuando un caudal de seguidores le despidieron en «su» plaza de Madrid. Aquel octubre de 2011, el cielo se había vestido de un cárdeno luctuoso. Llovía, como en aquellas faenas de gloria en las que Antoñete embrujó con su toreo inmortal. No importó. Un ejército de chenelistas se arremolinó en los aledaños de Las Ventas: figuras, maletillas, picadores, banderilleros, mozos de espadas, areneros, acomodadores, empresarios, ganaderos, presidentes, nobles y plebeyos. Bajo el aguacero, una hilera de paraguas llegaba desde el Metro hasta la puerta «9», el umbral que conducía a la capilla ardiente en honor de un mito que fue santo y seña de esta plaza, su casa. A la izquierda —su mano bendita— del féretro, el vestido malva y oro añejo con el que se despidió de Madrid. A sus pies, un capote de paseo marfil con la imagen de la Virgen de la Paloma, el mismo con el que un día bautizó a su hijo Marco Antonio. «Cada vez que reces, tu padre estará contigo», le dijo entonces el capellán Goñi en un momento de máxima emotividad.

«¡Al cielo con él!», exclamó el pueblo entre gritos de «¡torero, torero!» por la Puerta Grande entre las sombras de «Atrevido» y «Danzarín». Al cielo el torero y esa izquierda inmortal en la que estaba «el paraíso», según pronunció en un homenaje en vida Agustín Díaz Yanes, admirador del Antoñete rebelde y maduro, «de los huesos rotos, a ese torero silencioso y melancólico que en 1981, atropellando la razón, reapareció en la plaza de Madrid para dictar las cinco temporadas más hermosas del toreo moderno».

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