El torero madrileño relata los dramáticos momentos de su gravísima cornada antes de abandonar el hospital
Rosario Pérez
Milagro en la calle Joaquín Costa. A la una del mediodía, Gonzalo Caballero, el hombre que se debatió entre la vida y la muerte tras la terrorífica cornada del 12 de octubre en Las Ventas, abandonaba el hospital San Francisco de Asís. Atrás quedaban 25 lunas de olor a cloroformo, de rotura de la femoral, de un manantial de sangre derramada, de un destrozo muscular de guerra, de un fallo renal gravísimo, de un drama en el que no se sabía quién saldría vencedor... Era el milagro número 3 en menos de un mes: el día de la Hispanidad se vivieron dos, en Las Ventas se salvó al hombre, y horas después, en la clínica, se salvaba la pierna. «Fue angustioso porque vimos cómo la vida de una persona joven se podía ir, hubo horas críticas», relataron sus ángeles: a la izquierda del torero, Máximo García Padrós, cirujano jefe de Las Ventas; a su derecha, el cirujano vascular Claudio Gandarias y Marisa de Teresa, jefa de la Unidad de Cuidados Intensivos del citado centro médico. Todos calificaron al torero herido como un paciente ejemplar. También Miguel Abellán, que reivindicó «la capacidad del ser humano» para superar trances «de extrema gravedad».
Hubo que esperar la intervención de los cuatro para escuchar a Gonzalo Caballero, que apareció de negro en silla de ruedas, a medio camino entre la sonrisa y el gesto de dolor. La cornada no fue una cualquiera, la cornada fue de esas en las que la guadaña se afila al mismo ritmo que la existencia. Así de crudo y de real. La pureza que tanto persigue Caballero también es eso. «Voy a tratar de controlar lo sentimientos porque están a flor de piel. Esta noche no he podido dormir, no me creía que llegase este momento, no sabía cómo enfocar esta rueda de prensa, quería preparar un discurso, pero al final lo mejor es decir lo que uno siente», arrancó el torero con la voz aún tenue y emocionada.
Los agradecimientos fueron los primeros en llegar: «Mi sensación es de plena gratitud. En primer lugar doy gracias a Dios y a la Virgen de poder estar aquí. Me siento muy orgulloso de la mesa en la que me encuentro. Al doctor don Máximo García Padrós le brindé el toro por la admiración que le tengo, por las veces que me ha curado, pero no sabía que en el toro que le brindé me iba a salvar la vida. Me desperté dos días después de la cogida y todas las mañanas le doy las gracias a Dios por haber aparecido en mi vida». Al doctor Gandarias: «Es usted admirable. Cada paso que dé será gracias a usted». Y a De Teresa: «En la UCI me dabais casi diez patillas al día y había una cosa, tu sonrisa, que valía más que cualquier medicina. Cuando estaba amarillo e hinchado, más para allá que para acá, eso me ayudó mucho». También hubo palabras para Miguel Abellán y Carlos Ochoa, «dos hermanos, que cuando decían que me iba tiraban de mi madre».
Tras un silencio de emoción, con su madre al fondo y el recuerdo eterno de su padre, Caballero narró con entereza los duros momentos de la cornada: «Dicen que los toreros estamos preparados para todo... En el transcurso en el que me llevaban a la enfermería, asumir mi muerte fue algo muy duro. Cuando llegué a la camilla apenas podía respirar y noté un grifo de sangre caliente en mi mano. Le pedí al doctor que le dijese a mi madre que la quería, porque mi madre es el ser más maravilloso de este mundo». Estremecía el relato.
«Volveré más fuerte»
Gonzalo Caballero no ha querido ver las imágenes del percance cuando entraba a matar al segundo toro de Valdefresno. Pero recuerda perfectamente su número y su nombre, «Clavelero», herrado con el 51... «No he querido verlas, he estado incomunicado en la UCI. Fue un accidente. Tenía cerca un triunfo importante y me tiré a matar. La cornada de San Isidro fue muy dura y trabajé mucho esa suerte, tengo callos en la mano. Creo que fue un infortunio. En el momento que me pegó la cornada, tuve que meter el puño para salvar la vida. Procuro recordarlo lo menos posible, sentí que me iba... Pero ya está asimilado y volveré más fuerte».El joven matador de toros madrileño, de 27 años, no olvidará esta lección. Una lección de vida: «Se trata de aprender y dejar un legado. Prefiero hablar del 15 de octubre. Llevaba treinta y pico horas y me puse a llorar mientras me veía conectado a una máquina de diálisis». Los hombres lloran. Y los valientes también. «Aquel día me vi derrotado –continuó su sincero relato–. Es muy duro decirlo, pero espero que mi caso ayude a la sociedad. Pensé en abandonar todo, ya no el toro, sino la persona, me dijeron que tenía una crisis renal gravísima, que iba a ser una lucha muy dura, me imaginé conectado a una máquina de por vida...» Todo cambió en el horario de visitas. Cuatro personas transformaron aquel abandono en fortaleza: «Miguel (Abellán) empezó a hablarme de la reaparición en Madrid; Carlos (Ochoa) empezó a decirme que conseguíamos lo que buscábamos, cambiar mi vida el 12 de octubre; Rafa (García Garrido), la persona más auténtica, más pura y con más sensibilidad que he conocido en el mundo del toro, tuvo palabras preciosas, y mi madre (Chiqui) me dijo que estaba muy orgullosa de mí. Me hablaron de la cantidad de gente joven que había ido esa tarde a Las Ventas, con quince mil personas, y me di cuenta de que la vida no es abrir una Puerta Grande, sino que es caerse y levantarse, seguir con la cabeza alta. Y me vine arriba de una manera que nunca había sentido». En ese instante, Caballero comenzó a «soñar con mi reaparición, con el vestido, y pensé la suerte que tengo de dedicarme a esta maravillosa profesión, de poder entregar mi vida, que se dice pronto, por crear arte». Entregarla y estar a punto de perderla «para dignificar el toreo».
«Aquellos que me ven torpe...»
Su concepto no variará: «He bebido en la fuente de la pureza, de la autenticidad. Madrid siempre me ha dado todo y me alimenta el alma. Si tengo que perder que sea siendo puro. La cornada fue entrando a matar, un accidente. La faena era de premio y fue de premio (a la enfermería le llevaron una oreja). Aquellos que me ven torpe porque me cogen los toros pronto irán a la reventa para verme torear».En clara alusión a su admirado Simeone, este rojiblanco de corazón dijo que «la vida es partido a partido y hay que ir ganando pequeñas batallas». Le aguarda una larga rehabilitación y los médicos no se atrevieron a pronosticar plazos, pero Caballero tiene claro que la próxima temporada volverá a la arena. «Voy a dar todo para que el año que viene pueda reaparecer, pueda vestirme de torero. Tanto castigo debe tener su recompensa, y la mayor es sentirse admirado. Ver cómo el tendido 7 me sacaba a saludar fue maravilloso y todos los mensajes recibidos me han ayudado a curarme». De nuevo, las gracias: «A los medios, a Manolo Piñera, a mi gente, mi familia, mis amigos, el equipo médico, la gente del hospital...» La gratitud de Gonzalo Caballero «a la vida por darme una segunda oportunidad, seguro que me espera algo maravilloso». Y esa octava maravilla será volver a vestirse de luces, regresar a su Madrid. Como hombre y como torero. «Porque ser torero es un ejercicio de honor».
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