El toro, guardián de la diversidad, ejemplo de sostenibilidad, ausente de la Cumbre del Clima
Antonio Lorca
Greta Thunberg, la joven activista medioambiental, se ha marchado de España sin descubrir uno de sus tesoros. ¡Lo que hubiera aprendido y disfrutado si llega a conocer la dehesa ibérica y la crianza del toro bravo…!
Qué oportunidad perdida, una más, del sector taurino, que ha visto pasar delante de sus ojos la Cumbre del Clima, y ha sido incapaz de visibilizar ante el mundo la realidad del toro. Medio humanidad pendiente del oxígeno que respiramos y resulta que uno de sus grandes productores ha permanecido agazapado, en silencio, desunido, y ha echado por tierra una ocasión preciosa para haber mostrado a la sociedad los muchos y grandes beneficios que a ella reporta el toro, la dehesa y la labor de los ganaderos.
Si el sector taurino luciera dos dedos de frente y se sintiera sinceramente comprometido con la realidad de la tauromaquia, habría removido cielo y tierra para ser actor global en tan importante cumbre, y habría convocado una magna manifestación en Madrid para enseñar y cantar lo que aporta al medio ambiente.
Pero esto es una quimera, y otra vez los taurinos han sido reos de su desunión, cada cual a lo suyo y nadie en lo trascendental.
El toro cumple un papel relevante en su entorno medioambiental
Bien es cierto que la Unión de Criadores de Toros de Lidia (UCTL) ha estado representada por Alianza Rural, una plataforma para la defensa del campo, que ha organizado una mesa científica sobre “Una aproximación de la ciencia y la tecnología al reto climático”, una iniciativa que poca relación se le supone con el mundo del toro.
No hubiera sido una mala idea que los ganaderos o la fundación hubieran invitado a Greta Thumberg a visitar una ganadería para disfrutar con los secretos que encierra la crianza del toro bravo.
Además de recrearse con la belleza del campo, habría tenido la oportunidad de saber que existen más de 976 explotaciones ganaderas de raza de lidia, que cuentan con un censo de 231.457 animales inscritos en el Libro Genealógico de la Raza Bovina de Lidia, y ocupan más de 250.000 hectáreas de dehesa definidas por la Unión Europea como Sistemas de Alto Valor Natural.
El toro cumple un papel relevante en su entorno medioambiental. La ganadería brava hace un aprovechamiento racional de los recursos, mantiene el ecosistema, contribuye al equilibrio del medio en que vive y, sobre todo, protege la dehesa porque limita el acceso del animal más depredador que existe: el ser humano.
Los expertos añaden que la mejor herramienta de conservación de la dehesa es el ganado vacuno, y, en especial, el bravo, porque es el que más aprovecha sus condiciones durante todo el año.
Las ganaderías de bravo contribuyen en la lucha contra el cambio climático porque las dehesas son sumideros de CO2 y fuentes productoras de oxígeno, y fijan la población de los medios rurales.
Las dehesas son sumideros de CO2 y fuentes productoras de oxígeno
El toro bravo es el guardián de la dehesa ibérica y ejerce un efecto beneficioso para su conservación. Asimismo, rejuvenece el terreno al evitar la invasión del matorral, previene la erosión del suelo y la desertización gracias al pastoreo equilibrado que permite el aprovechamiento óptimo de los recursos naturales.
La crianza de toros bravos supone, además, una barrera frente a los incendios porque la constante vigilancia del ganado, y las características de los cerramientos de las fincas dificultan la formación y propagación de los mismos.
El toro es naturaleza, es ecología, la raza bovina más antigua del mundo (siglos XVI y XVII); una joya del patrimonio genético español que juega un papel clave en el equilibrio ecológico.
Su crianza en un ejemplo de sostenibilidad, vive en un régimen de semilibertad durante cuatro o cinco años, y es la producción animal más costosa, entre 4.500 y 5.000 euros por cada ejemplar que habita en la dehesa.
Todo esto lo podía haber aprendido Greta Thunberg; y habría conocido a los hombres del campo para quienes el toro forma parte de sus familias, y son genetistas autodidactas, sabios de la ganadería brava y verdaderos agentes de medio ambiente.
Todo esto se podría haber expuesto a la sociedad para que conozca lo que se cuece en la trastienda de una corrida de toros.
Pero, no. Los taurinos siguen empeñados en mostrar al público solo los últimos veinte minutos de la vida de cada animal que salta al ruedo, y ocultar su larga y plácida existencia en la que es beneficiario y protagonista de la sabiduría que emana de la historia, del amor al toro, del conocimiento, de la tradición…
¡Lo que hubiera disfrutado Greta Thumberg…!
Claro, que no hubiera sido acertado invitarla a un festejo taurino. La tauromaquia no forma parte de su cultura y, con toda seguridad, no figurará entre sus apetencias culturales.
Pero el mundo podría haber conocido que, al margen de los respetables gustos de cada cual, todas estas aportaciones medioambientales existen porque el toro se ha mantenido a través de los siglos gracias a los festejos taurinos.
Cada animal tiene una misión; la gallina pone huevos y hace un buen caldo, y el toro se lidia en la plaza y es un pilar fundamental de la ecología.
¡Lo que se ha perdido Greta Thunberg…! ¡Y el mundo del toro, al dejar pasar el tren de la Cumbre del Clima!
Ya lo dejó dicho Víctor Barrio: “La tauromaquia no hay que defenderla; hay que enseñarla”.
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