miércoles, 18 de diciembre de 2019

Volver a El Batán


Marcos Sanchidrián

La placita de la Venta del Batán estaba lista para su reapertura. Habían pasado más de quince años desde que se cerrasen al público aquellas clases prácticas de la Escuela de Tauromaquia Marcial Lalanda que animaban las mañanas en la Casa de Campo, que generaban ambiente de toros, tertulias y que eran cultivo de afición, junto con la exposición de los toros de San Isidro. La excusa de la lengua azul junto con la desidia del sector dejaron que crecieran las malas hierbas en los corrales que hoy lucen la añoranza de tiempos mejores.

Doce vacas serias y en puntas para veinticinco jóvenes novilleros de toda España. Un examen en público y bajo al atenta e incisiva mirada de Enrique Martín Arranz que ha vuelto cargado de fuerza con Tauromaquias Integradas, acompañado por José Miguel Arroyo ‘Joselito’ y José Luis Bote, y el recuerdo constante a la primera figura del toreo que salió de la Escuela Nacional de Tauromaquia, José Cubero «Yiyo». La máxima exigencia en busca de la excelencia, por muy duro que sea. Así fue siempre. Apunten nombres: Carla Otero, Guillermo Muñoz, Rafael León, Miguel Zazo o Álvaro Alarcón.

Los tentaderos fueron dirigidos por Juan Ortega que derramó torería con capote y muleta. Además, sirvió de espejo -y del bueno- para los chavales que esperaban su turno en la tapia. Un tendido del que, por cierto, bajaron dos «benjamines» -cuando la vaca lo permitió- que transmitieron ilusión y ganas por ser torero. Ojo a Emilio, ¿y si algún día…?

El Batán es un reducto de paz en el corazón de Madrid. Una trinchera donde un día los políticos pidieron las llaves para hacer vaya usted a saber qué. Resistieron. Volver a pisarlo fue como volver a una niñez en la que todo eran emociones nuevas. Un toro tumbado bajo el enorme parasol, un cartel que rezaba la terna que los lidiaría en Las Ventas y la mirada perdida entre pensamientos imaginando cómo se comportaría en el ruedo.

Hoy, observaba los tendidos y faltaba gente del toro. Gente que haya mirado arriba al cartel que preside la nave de la Escuela Marcial Lalanda y haya leído hasta la saciedad «Llegar a ser figura en el toreo es casi un milagro». Eso es lo único que motivaba a los veinticinco jóvenes que llegaban de todos los rincones en busca su oportunidad. Porque El Batán es patrimonio de la tauromaquia. De todos.

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