La televisión muestra escenas propias de
películas posapocalípticas. Las populosas calles y plazas de las
megaciudades en todos los continentes, desiertas. La fiesta cancelada.
El comercio en paro, la vida detenida, el tiempo congelado. A las
pantallas de cada refugio llegan el miedo, las alarmas, los recuentos de
casos, de bajas, de altas, de augurios, de fronteras tapiadas, de
llamados a obediencia, de patrullas vigilando el vacío...
Ni antes ni después de cuando Colón
iniciara la globalización, trayendo a la vulnerable población indígena
de América la gripa, el sarampión y la viruela, que en corto tiempo, no
más al terminar su cuarta visita (1504), habían exterminado los
aborígenes de las islas caribeñas, mientras que los del continente caían
como moscas. Bien lo han contado entre otros Bartolomé de las Casas en
su época y hasta no hace mucho el médico-historiador Francisco Guerra,
españoles ambos.
Tampoco lo logró el cólera, que se llevó
un tercio de la población de Atenas hace dos milenios y medio y ha
seguido reapareciendo, por un lado y por otro, periódica y
devastadoramente hasta nuestros días. Ni las vergonzantes olas de lepra y
sífilis “castigos de Dios”, ni la romántica epidemia de tuberculosis en
el siglo XIX. Ni la espantosa bubónica que mató el 40% de la población
del Imperio Bizantino en el 542. Ni la peste negra que dejara 34
millones de víctimas entre 1347 y 1353 y alentara la imaginación de
Chaucer, Bocaccio y Petrarca
Ni la llamada “gripa española” (que no era
española) en 1918, la cual mato 50 millones de personas, el triple de
las ocasionadas por la “Gran Guerra” en cuyo curso apareció. Ni las más
recientes: de SIDA “otro castigo” (1881…) que ha liquidado más de 30
millones dicen, o el H1N1 (2009-10) con 18.000 decesos , o el Ébola
(2014) que se llevó 4.500 vidas en medio año. Ninguna de estas
calamidades pudo encerrarnos tanto como ahora el coronavirus.
¿Por qué hoy todo el rebaño humano se ha
logrado movilizar, o mejor inmovilizar, con este solo cometido? ¿Por qué
como nunca estamos juntos contra un mismo enemigo más que unos contra
otros? ¿Por qué al fin de la humanidad parece haber aceptado una causa
común?
Si bien la salud en juego, la velocidad y
la universalidad del contagió dan para ello, su mortalidad, baja
comparada con la de muchas otras desgracias previas y presentes, quizá
no tanto.
Por supuesto los medios, con su
tecnología, ubicuidad, información en tiempo real y capacidad de
persuasión han sido factor determinante. Cierto, pero no pueden ser la
única explicación, pues no hicieron igual en las muy recientes
aterradoras enfermedades en que también se justificaba y necesitaba.
¿Qué pasó?
No se. Lo que si sé es que terminará.
También las pandemias, nacen, crecen y mueren. El pánico cederá,
volveremos a la calle, a nuestros ritos, a la desunión y a las otras
rutinas letales que nos caracterizan. Seguro, hasta la siguiente.
Foto: La Vanguardia
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