Los gobiernos han reaccionado rápido, cerrado fronteras y confinado a la población
Un mercado de producto fresco, el pasado sábado en Dakar, la capital de Senegal (Sylvain Cherkaoui / AP)
Según la CEPA, la pandemia colapsará los frágiles sistemas
sanitarios de varios países y matará al menos a 300.000 africanos y
empujará a la extrema pobreza a 29 millones de personas. Pese a la
gravedad de las cifras, desde el continente africano se observa con
incredulidad las agoreras proyecciones y se recuerda que la OMS ya falló
en sus predicciones sobre la epidemia de ébola del 2014, cuando
vaticinó decenas de miles de muertes —fueron 11.300— porque no tuvo en
cuenta el cambio de comportamiento de la población.
Para salir al paso del clima de desánimo sobre el futuro del continente, medio centenar de intelectuales africanos de
varias disciplinas, entre ellos el filósofo camerunés Achille Membe, el
músico marfileño Ticken Jah Fakoly o políticos como el tunecino Hakim
Ben Hammouda o la beninense Reckya Madougou, han firmado un manifiesto en
el que critican que la pandemia “ha brindado a las cancillerías
occidentales la oportunidad de reactivar un afropesimismo que se creía
de otra época”. El comunicado subraya que las “profecías
injustificables” y los “catastróficos escenarios” definen más a sus
autores que la realidad del continente y “podrían suponer un impacto
negativo en las economías y en las valoraciones de riesgo, en general
desfavorables para África de manera previa a la Covid-19”. Por ello, el grupo de intelectuales llama a la movilización de la inteligencia, los recursos y la creatividad . “Sí, África derrotará al coronavirus y no se hundirá”, concluyen.
Brindis al optimismo
Medio centenar de intelectuales africanos critican “profecías injustificables” que afectan a la economía
No se trata sólo de un brindis al optimismo.
Conscientes de las carencias sanitarias en el continente —1,8 camas de
hospital por cada 1.000 habitantes, casi la mitad que en España—, los gobiernos africanos han reaccionado de forma rápida y coordinada
y han adoptado medidas drásticas como el confinamiento de la población o
el cierre de fronteras con menos de una decena de positivos conocidos.
En comparación, España decretó el estado de alarma con 4.200 casos.
Sudáfrica es un caso paradigmático: el 10 de marzo, apenas
cinco días después de anunciar su primer caso, organizó un comité entre
los directores de salud pública y responsables médicos de los 15 países
de la Comunidad de Desarrollo de África Austral para compartir
información y coordinar la respuesta.
Hay más ejemplos de acciones eficaces. Además de colocar en
una posición central a equipos de expertos multidisciplinares, desde
epidemiólogos a antropólogos para reforzar la confianza de la población
con las autoridades, Senegal ha establecido equipos móviles de respuesta
rápida para detectar y aislar a los contagiados en barrios humildes.
Ruanda o Botswana han abierto corredores a zonas rurales para repartir
comida en las aldeas y evitar la propagación del virus.
Otros han aprovechado la experiencia. Nigeria se
sirvió de las lecciones aprendidas durante la epidemia de ébola, y
estableció un plan de centros de aislamiento separados de las clínicas
de salud habituales. El objetivo era evitar el colapso del sistema
sanitario y que así pudiera seguir tratando a enfermos de malaria, VIH o
tuberculosis. El mismo modelo se ha imitado en 20 países.
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