El planeta de los toros siempre ha vivido amenazado y en la actualidad es protagonista de un asedio silencioso, situación que de no ser arrancada de raíz, pudiera crecer tanto como los baobabs, los árboles del asteroide donde habita El Principito; tan fuertes que ninguna manada de elefantes podrá derribar y entonces será demasiado tarde.
Al igual que lo hace este fabuloso personaje creado e ilustrado por Antoine de Saint-Exupéry, en su magistral obra literaria, que busca como eliminarlos prontamente, procurando conseguir un cordero para que se los coma estando pequeños, los que de algún modo vivimos fascinados y enamorados del mundo taurino estamos en la obligación de encontrar elementos emergentes que ayuden a sacarla a flote y al mismo tiempo blindarla para protegerla, si queremos seguir disfrutando de sus maravillas.
En Europa, por ejemplo, parece que han conseguido ese cordero para que se encargue de la tarea de comerse los arbustos de baobabs que comienza a crecer de manera aislada en los países taurinos, sin embargo no será suficiente un rumiante tan efectivo, sino no se cuida el campo para evitar que vuelva a nacer la mala hierba y con sus profundas raíces, crezca y acabe tapando el sol, dejando en la fría y triste oscuridad de la sombra un mundo tan apasionante como el de los toros.
Por otro lado, la pandemia ha sido quizá una de las circunstancias que ha servido para que los más versados conocedores de este pequeño planeta, se quinten las gríngolas y se dejen de postizas posturas y defiendan como uno solo, esto que es considerado en muchas partes del mundo patrimonio cultural e inmaterial, pero que hasta ahora se usó como un adorno postinero y no como una arma para su defensa.
En Venezuela pudiéramos decir que a la par de los baobabs, el planeta taurino nacional, está minado de otra mala hierba, la cizaña, que tal y como se describe en la Biblia, crece junto al trigo y es tan similar que ni siquiera el más grande experto se atreve a arrancarla y prefiere esperar que crezca para hacerlo, ya que sólo así se distingue de las espigas doradas con las cuales se produce el pan.
Entretanto crecen la cizaña y el trigo, la primera afecta a la segunda y solo el trigo más fuerte sobrevive, y vaya casualidad, en la tauromaquia nacional la situación es muy similar, pues la cizaña está bien disimulada y silenciosamente se apodera del ambiente, perjudicando, haciendo daño, algunas veces casi irreparables pero aquel que soporta sus ataques malsanos, se sobrepone a las adversidades y sale adelante sin importarle cuantas heridas le ha causado.
En mi país, si bien es cierto que en los últimos 20 años o más quizá, las políticas gubernamentales no han sido las más adecuadas para el buen funcionamiento de la fiesta brava en general, también es cierto que se ha dejado de luchar con la fuerza que se debe, y sólo se ha visto excitación temporal, es decir, reacciones momentáneas a ataques de diferente índole.
Sí, es cierto, muchas plazas importantes del país están en franco deterioro, abandonadas a su suerte, pues la mayoría de ellas son propiedad de las municipalidades, cuyas autoridades, más allá de no ser amantes de la fiesta brava, son asesorados por los amantes de la cizaña y cultivadores de baobabs y donde los taurinos, cercanos o no a estos alcaldes o gobernadores, no han canalizado sus fuerzas para protegerla, endosando toda la culpa a terceros, quizá lo más fácil de hacer.
Siempre he escuchado decir que el mundo del toro es muy rico en las discusiones, porque tiene en el marco del respeto, un alto nivel de polémica, pues hay diferentes modos de entenderle; de allí parto para reflexionar en torno a lo que debemos hacer para protegerla, es decir respetémonos y busquemos juntos puntos de encuentro para ir de la mano como un escudo, como aquel que El Principito coloca a su rosa, quien a sabiendas que esta flor tiene espinas, y que estas no la protegen del todo, necesita ayuda para seguir viva. Carlos Alexis Rivera.- CNP 10746
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