Por Rory Smith The New York Time Reportando desde Catar |
Olivier Giroud nunca fue realmente uno de esos prospectos que llamó la atención. Durante su adolescencia, no estuvo en la rueda de hámster que está reservada para los mejores y más brillantes, los niños que todos están seguros de que lo lograrán. Nunca representó a su país a nivel juvenil. Los sub-16 lo pasaron de largo. También lo hicieron los menores de 17 años. Y los menores de 18 años. |
Para cuando Giroud tenía 23 años, se había establecido como un goleador medianamente prolífico en la segunda división francesa, primero para Grenoble y luego para Tours, clubes pequeños con horizontes cercanos. No hay vergüenza en eso, por supuesto: tienes que ser excepcional, después de todo, simplemente para ser un atleta profesional decente. Pero 23 no es joven, no en términos futbolísticos. La oportunidad de Giroud parecía haberlo pasado. No lo había hecho. |
En el primer partido de Francia de este torneo, Giroud anotó dos goles. Elevó su cuenta de goles de la selección nacional a 51 (ha hecho 116 apariciones para su país, un total notable dada la riqueza de talento que presiona por la inclusión). Fueron tantos como Thierry Henry, el niño que siempre iba a ser una superestrella, anotó para Francia. Giroud ahora necesita un gol más, quizás tan pronto como el miércoles contra Túnez, para ser el goleador más prolífico en la historia de la selección francesa. |
Él tiene 36 ahora. Dejó el Arsenal, su club durante muchos años, por el Chelsea y luego por el AC Milan. Ayudó a ese club a poner fin a su espera de una década por un título italiano la temporada pasada. Todavía puede terminar su carrera como dos veces ganador de la Copa del Mundo. No está mal, para un tardío. De hecho, es casi suficiente para hacerte preguntarte si el fútbol, a veces, puede ser demasiado rápido para juzgar. |
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