En el cartel, estaban anunciados Roca Rey y Álvaro Alarcón, que tomó la alternativa, con toros de La Quinta
Mundotoro
Fotos: Plaza 1
Tuvo la primera de San Isidro dos partes marcadas en un guion que tuvo como nudo una faena callada de El Juli. De esas que sin llegar a los tendidos o sin ser reconocidas muestran la maestría de un momento. De las que van ganando poso a medida que avanza una feria. Hasta esa faena, la tarde había transcurrido con el ambiente de la ilusión de un nuevo ciclo que comienza, de los abrazos, de los encuentros con los abonados. El de las tardes grandes. Un hilo argumental que tendría en la espada de El Juli su punto de acero. Tras una faena que de ser rubricada de forma acertada hubiera puesto en las manos del diestro una oreja, se pasó a un ambiente a la contra e incluso denso. Es verdad que la segunda parte de la corrida de La Quinta favoreció a ello. También es cierto que el público de Madrid acogió de nuevo a El Juli con respeto. ¿Por su tarde del año pasado? Quizás. Pero más por un cambio en la mira de un sector que midió con una exigencia superlativa a Roca Rey. Entre esos dos mandones, tomaba la alternativa Álvaro Alarcón, recuperado in extremis y sin el consenso de los médicos, que puso luz verde a su alternativa a base de actitud para torear bien. Algo que llegó al natural. Cuando salió el sexto, el final ya estaba perfilado hacia la indiferencia.
Estrecho de sienes, pero con seriedad y perfil debido a su encornadura veleta fue el segundo, que ya en el capote y en el caballo mostró que lo suyo no era la distancia larga, sino la arrancada sin inercia. Preciso El Juli durante la lidia fue estructurando una faena amacerada en una cabeza prodigiosa del toreo. Dominio en los toques, en las alturas y en las líneas. Una primera parte de llevar siempre toreado al toro, pero sin exigirle. Enganchando el muletazo a la altura de la cadera, para ese cuarto y mitad perdido en el inicio, ganarlo en el remate de los muletazos. Tuvo fondo el toro de La Quinta, pero el trato fue exquisito. Fue bajando poco a poco la mano El Juli a medida que la embestida se fue entregando, pero siempre manteniendo los parámetros de línea recta en los muletazos, sin terminar de recoger la embestida en la línea curva. No se lo hubiera admitido en esta primera parte. Como tampoco un toque o desplazamientos a destiempo. Ese tirar de una embestida templada, embebida siempre en la muleta, dio el resultado en una segunda parte más rotunda dentro de un conjunto que unido es de nota.Los muletazos, tanto al natural como la diestra, ganaron en dimensión y en remate, a pesar que el toro fue perdiendo el celo. Dos tandas sobre la diestra fueron inconmensurables, ganando un paso entre muletazo y muletazo para provocar la embestida, con los muletazos casi en redondo, embrocando debajo de la pala del pitón, para sacarlo ligeramente y, luego, recogerlo detrás de la cadera. Algunos tuvieron una hondura y tempo muy reducidos. Le faltó mayor transmisión al astado, pero la labor de El Juli fue de auténtico maestro. La espada se enterró solo una cuarta, por lo que necesitó un golpe de verduguillo. El cuarto fue el toro más deslucido del festejo, pues siempre vino midiendo, sin estar de verdad metido en las telas. Además, en el momento del embroque se dormía en su velocidad, para luego salir con otra superior, pero con la cara por arriba. Difícil solución. No había opción. En esta ocasión, sí enterró el acero con acierto.Pronto se percibió en el ambiente que las miras estaban puestas en Roca Rey. Esa exigencia convertida en ultra que la afición de la plaza más importante siempre ha recetado a los mandones del toreo. Como ese tribunal de las altas esferas que espera la prueba del examen. ‘Ahora, te vas a enterar’, dándole pequeño golpes en la nuca. Solo por eso se entendería las protestas al tercero, el de hechuras más ybarreñas del encierro. Pero fue ‘toro de’. El ‘santacoloma’ tuvo galope, ritmo y franqueza en su embestida, pero le faltó solo esa humillación de más que aporta la entrega en su embestida y la posibilidad de reducir las embestidas. En ese cuarto se encuentra el toreo. De mejor condición fue el pitón izquierdo y por ahí llegaron los mejores momentos de Roca Rey, con la mano más baja, dejando la muleta puesta y tirando de la embestida del toro. Por ese entonces, el ambiente de los tendidos quiso restar méritos a la faena, que precisamente tuvo en su virtud el hecho de seguir ajeno a las alturas. De mérito resultó la faena al quinto, un toro que no gustó por su escaso perfil y su cara lavada. El colmo para Roca Rey, pues apenas le echaron cuentas. Y no sería porque el toro fuera sencillo, pues resultó el más complejo de los seis. De ritmo desigual, había que perderle pasos mientras reponía y no quedarse nunca en el sitio, pues venía por dentro. Una tarea compleja a la que se le unión el viento, que impedía el momento clave en cada muletazo: el del embroque. Muy sincero se puso siempre el peruano, tragando mucho con valor, para esperar al toro siempre con la muleta puesta como si fuera el mejor. Y a partir de ahí, a tirar de él y que fuera lo que Dios quisiera. Cuatro naturales trazados en los terrenos de los toriles con la mano baja, rematados debajo de la pala del pitón tuvieron mucho mérito. En el momento en el que otros toros se entregan, éste optó por meterse por dentro y salir sin celo.
Una papeleta tenía entre sus manos Álvaro Alarcón que llegaba a Las Ventas tras una lesión con la carta verde de su aptitud, pero la roja de los médicos. Y lo cierto es que nunca hizo un amago o gesto de su lesión. El primero fue un buen toro, pues acudió con franqueza y en galope a los dos encuentros con el caballo, en los que empujó con los riñones y con la cara abajo. Tuvo la embestida una exigencia técnica de alto nivel, pues los muletazos debían ser paralelos a tablas, con un tiempo entre ellos y sin ningún desplazamiento o toques. Así, y sobre todo por el izquierdo, el toro respondió con gran clase. Cumplió el compromiso Alarcón con la actitud y la colocación de querer torear bien. Algo que llegó al natural en una serie con la figura erguida y encajado de riñones, en la que corrió con mucho temple la mano. No era fácil. Como tampoco lo fue el sexto que ya metido en el ambiente a menos de la tarde no le puso las cosas fáciles a Alarcón. Tampoco el viento, levantando la muleta hasta el hocico del toro. Un desenlace de una tarde que tuvo mejor portada que final.
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