Jesús Ramírez"El Tato"
El inmenso revulsivo que generó en la plaza de Las Ventas el pasado domingo el torero sevillano Morante de la Puebla, causa una bendición para la fiesta brava en el momento esperado.
Ése don que tiene el de La Puebla con la magia del trazo torero, es innata y además se desprende con naturalidad, que diría yo, alcanza el valor a través del arte, con la presentación exacta del engaño en el cite, se encumbra en el embroque y se celebra en el remate airoso, relajado, desprendido de si mismo, poniendo de manifiesto algo que leí hace mucho tiempo, como es la gran diferencia de dar los pases que le regala un toro, al del buen torero que hace el toreo con la intensidad entre la razón y el corazón.
Pero más allá de todo lo que le cantan a Morante, mucho más allá del arte, se sabe que es un artista genial y grandioso torero, que en una tarde, en una plaza que le ha sido tensa en su trayectoria, puso a todos de acuerdo, menos a los policías que fueron a la suite del hotel Wellington a preguntarle qué pasaba con ese gentío que había trancado las calles aledañas tras de él.
Esa alegre juventud que le acompañó desde la plaza, tirando del carro de la tauromaquia, revertida de tantos matices, es una viva señal que la fiesta si está viva y tiene futuro porque es una fiesta única que se sostiene con firmes columnas de raíces de toreo nuevo y añejo.
Esa gran manifestación popular del domingo y ésos casi 600 mil aficionados que se dieron cita en Las Ventas por las corridas de San Isidro, son el mejor aval para un fiesta brava que no supervive, sino que vive altiva desafiando amenazas y bulos con conceptos reñidos con la verdad verdadera.
Volvió Morante, renacen los morantistas, el toreo con intensidad artística protagoniza el mejor revulsivo que esperábamos, porque de siempre, aquí y allá, la fiesta es del pueblo.
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