El
tiempo es ese río que arrastra cruel todo lo que nace. Quien tuviera el
poder de parar el tiempo para que no se llevara consigo cada gesto,
caminar, ser y estar de José Tomás en Nîmes. Para que cada lance, quite, muletazo, desplante, cada cite y cada voz hibernaran en un presente indefinido. Cogió José Tomás todos los josetomases posibles de su memoria y los esparció sobre la arena de Nîmes. Se los trajo desde cualquier esquina de su memoria para recordarlos todos. El José Tomás
de los pies juntos, el del compas abierto, el de la mano baja, el del
cite más retrasado, el de los pitones en cercanías, la lámpara de Aladino
de los quites mexicanos... Y con todo ello dijo e hizo todo el toreo:
El suyo y el de todos. Fue mañana de sol y de luz sin sombra que, como
toda felicidad que nace del alma, provocó en miles de personas llanto y
risas al mismo tiempo. Quien fuera dueño del tiempo para impedir que
arrastre un sólo segundo de una mañana que ha sido la frontera sin país
de un mundo de hadas que se llama antes y después.
Lejos de una crónica técnica, ni siquiera la literatura queda al alcance de describir las sensaciones de una encerrona que ha sido el paradigma de saber estar, de saber ser, de saber hacer el toreo. Tan previsible hemos hecho el toreo que es un arte sabido. Lo peor de un arte es que se conozca previamente. Tiró José Tomás cualquier norma al suelo, rompió los moldes de lo previsible y llegó a la cumbre de la mañana con el toro de Parladé al que toreó y quitó superior de capa para luego plegar el capote como un pañuelo, ligarle tres naturales y uno de pecho. Más alejando aún de la norma se fue al centro del coliseo con la muleta en la cintura y sin ayuda para ligarle dos tandas con la izquierda de una limpieza, largura y ligazón impresionantes, seguidas de otras dos tandas aún mejor con la mano derecha y sin ayuda. Pero aún mejor fueron los naturales a pies juntos de cuerpo encajado y cintura quebrada que precedieron al pulgar en alto de los miles de almas que pidieron el perdón de la vida de 'Ingrato', paradógico nombre pues su bravura, en manos de José Tomás, es el ejemplo de la gratitud del toreo.
Todo ello sin que nada se pareciera a lo anterior ni a lo que quedaba por venir, pues los inicios y finales de las faenas fueron un libreto sin libro, un concierto de estatuarios, muletazos de castigo por bajo, toreo de pierna flexionada... los remates de las tandas desde las manoletinas dejando venir al toro al galope, un toreo a dos manos de pierna flexionada barriendo el lomo del toro, pases de costado por alto... el capote se abrio en sus vuelos una y otra vez para lancear a la verónica, compás abierto o cerrado, gallear por tapatías o chicuelinas, caleserinas, gaoneras, faroles invertidos.. y los remates, acuediendo al rescate de un surtido de largas soltando el capote a la cordobesa o a la mexicana.
De todos los presentes y ausentes es José Tomás el dueño del tiempo. Sólo él es capaz de hacer que éste no arrastre cruelmente lo que hemos visto. Porque todo arte que nace del alma es capaz de convencer al tiempo para pararse y permitir que estas dos horas y media de toreo queden imborrables en el tiempo presente, hibernadas, en cada lágrima, en cada sonrisa que provocaron.
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