APLAUSOS recuerda a uno de los grandes cartelistas de toros de la historia en el centenario de su nacimiento
Ángel Berlanga
(Foto: Cano) |
Fue
un personaje entrañable, admirado y querido como pocos en la Valencia
de la segunda mitad del siglo veinte. Completó esa terna de
excepcionales artistas de la tierra -Roberto Domingo y Ruano Llopis
abren cartel- convertidos en referencia indiscutible en el campo del
impresionismo taurino. Sus pinturas, llenas de vida y de luz, captaron
de forma magistral toda la carga estética de la Fiesta. Ahora, cumplido
el primer centenario de su nacimiento, es momento de recordar a quien
quizá haya sido el último gran cartelista taurino de la historia.
Durante varias décadas su nombre estuvo “puesto” en todas las ferias de España. Su trabajo en la Litografía Ortega -la mítica imprenta valenciana para la que trabajó durante un cuarto de siglo- dio a su firma proyección internacional, pues algunas de sus obras sirvieron incluso para promocionar festejos allende los mares. De seguir vivo, el pasado 19 de octubre Juan Reus Parra (1912-2003) hubiera cumplido cien años y, aunque él ya no esté entre nosotros, su obra sí lo hace y aún hoy permanece en el imaginario colectivo como una de las más importantes en el mundo de la pintura taurina.
En octubre de 1985 el pintor concedió una entrevista a nuestro director, José Luis Benlloch, publicada en este mismo medio. En aquella charla Reus confesaba que sintió desde niño la llamada de los genes -su padre también fue pintor- a pesar de que nunca llegó a conocer a su progenitor, muerto por una pulmonía antes de que Juan naciera: “Sin haberle conocido, yo me he sentido siempre atraído por el arte. Es un caso que se da”, decía.
Habitual en la plaza de su Valencia natal desde los años veinte, a mediados de los ochenta explicaba las notables diferencias que advertía entre la Fiesta de su juventud y la que estaba imponiéndose en aquel entonces: “Ahora es más espectáculo, pero no tiene la emoción de entonces, y la Fiesta es fundamentalmente emoción. Si la gente supiese que en la corrida iba a ocurrir algo no iría a la plaza, pero si supiésemos que no iba a ocurrir nada, tampoco”.
Hombre de profunda humanidad, sabio, bondadoso, con un punto de bohemia entrañable, el dinero nunca fue su principal preocupación: “En la primera época de Litri y Aparicio, quizá antes, un matrimonio mexicano me ofreció setenta mil pesetas mensuales por pintar un cuadro semanal. Una fortuna, pero no quise abandonar Valencia. El dinero nunca ha sido una motivación especial para mí. Un día, después de veinticinco años pintando carteles, me di cuenta que tenía lo que tengo ahora en la mano, nada”, explicaba el artista, quien, tras la ausencia de su maestro, Ruano Llopis -que marchó a México donde se casó y tuvo hijos-, cubrió su plaza en la Litografía Ortega: “Me hizo una ilusión enorme. Apenas amanecía el día ya estaba allí con mi paleta. El verme un cartel reproducido era una ilusión impagable. Por eso, aunque no haya ganado dinero, aunque la litografía me esclavizase, he de reconocer que tuve mi compensación”.
A pesar de no tener especial relación con los toreros -“únicamente con Manolo Martín Vázquez, César Girón, Arruza y con don Andrés Gago”, decía- sí advertía diferencias a la hora de inmortalizar a quienes vestían de luces: “Manolete ha sido el torero con más personalidad en la plaza para pintarle. Podías olvidarte incluso de su rostro. De los que vi, Arruza y Dominguín también reunían esas características. El Cordobés fue otro torero con esa virtud, pero yo no lo pinté nunca”. ¿Y del toro? ¿Qué opinaba Juan Reus del toro, cuyo movimiento captó siempre tan bien en sus obras? “Debe tener la casta justa. Ni mucha para que sea imposible crear arte, ni poca que haga imposible torearle con emoción”, afirmaba.
Amante del bravo y los animales en general -perros y gatos fueron siempre su debilidad-, Reus admitió llegar a cansarse del cartel: “Me desmoralizó lo mal que me lo reproducían”, confesaba, matizando después: “Y fuera del cartel también pinté; yo creo que lo más malo que hice fue precisamente el cartel. Lo que ocurre es que es lo que más me ilusionó”. De hecho, su nombre ha pasado a formar parte de la mejor historia de la cartelería taurina… En cualquier caso, sea como fuere, su fama como cartelista no deberá eclipsar nunca su gran dimensión como pintor.
RUANO, SU MAESTRO; DOMINGO, SU REFERENTE
Juan Reus bebió de las fuentes de paisanos ilustres con los pinceles como Ruano Llopis, su maestro; Roberto Domingo, su referente; Peris Brell, Porcar, Segrelles, Ricardo Verde… hasta terminar encontrando su propio estilo. “Cuando vi los carteles que hacía Ruano me impactó. Copiaba las cosas de él siendo yo un niño. Por mediación de López Criado, que me lo presentó, gocé de su amistad y de sus consejos. Me corregía, me enseñaba”, afirma Reus en la entrevista concedida a esta casa; agregando: “Apenas llegué a Ortega me dijeron que ellos estaban muy enamorados de Ruano y querían que siguiese su escuela. No me preocupó nada, porque además de mi ilusión por trabajar, Ruano me gustaba. Con él hice los principios. Después, cuando ya me afinqué, me fui apartando y acercando a Roberto Domingo, que era quien me gustaba. Los dibujos de Ruano son muy buenos, pero no tienen comparación con los de Roberto”.
Su obra, como ocurre con todos los artistas, fue evolucionando con el paso del tiempo. En aquella entrevista de 1985, cuando ya llevaba más de cuarenta años pintando, decía: “Ahora mi pintura es más conceptual. Antes pintaba y hacía un retrato de la pata del toro, de la cabeza… ahora pinto un conjunto, que se vea que es un toro y un torero. Nada más capto los efectos que las cosas producen, que es como creo que se debe pintar, como lo hacía Roberto. Sin hacer retrato de nada, pero sí pintando el conjunto de las cosas, los efectos que las cosas producen”.
PUBLICADO EN APLAUSOS EL 29/10/2012
Durante varias décadas su nombre estuvo “puesto” en todas las ferias de España. Su trabajo en la Litografía Ortega -la mítica imprenta valenciana para la que trabajó durante un cuarto de siglo- dio a su firma proyección internacional, pues algunas de sus obras sirvieron incluso para promocionar festejos allende los mares. De seguir vivo, el pasado 19 de octubre Juan Reus Parra (1912-2003) hubiera cumplido cien años y, aunque él ya no esté entre nosotros, su obra sí lo hace y aún hoy permanece en el imaginario colectivo como una de las más importantes en el mundo de la pintura taurina.
En octubre de 1985 el pintor concedió una entrevista a nuestro director, José Luis Benlloch, publicada en este mismo medio. En aquella charla Reus confesaba que sintió desde niño la llamada de los genes -su padre también fue pintor- a pesar de que nunca llegó a conocer a su progenitor, muerto por una pulmonía antes de que Juan naciera: “Sin haberle conocido, yo me he sentido siempre atraído por el arte. Es un caso que se da”, decía.
Habitual en la plaza de su Valencia natal desde los años veinte, a mediados de los ochenta explicaba las notables diferencias que advertía entre la Fiesta de su juventud y la que estaba imponiéndose en aquel entonces: “Ahora es más espectáculo, pero no tiene la emoción de entonces, y la Fiesta es fundamentalmente emoción. Si la gente supiese que en la corrida iba a ocurrir algo no iría a la plaza, pero si supiésemos que no iba a ocurrir nada, tampoco”.
Hombre de profunda humanidad, sabio, bondadoso, con un punto de bohemia entrañable, el dinero nunca fue su principal preocupación: “En la primera época de Litri y Aparicio, quizá antes, un matrimonio mexicano me ofreció setenta mil pesetas mensuales por pintar un cuadro semanal. Una fortuna, pero no quise abandonar Valencia. El dinero nunca ha sido una motivación especial para mí. Un día, después de veinticinco años pintando carteles, me di cuenta que tenía lo que tengo ahora en la mano, nada”, explicaba el artista, quien, tras la ausencia de su maestro, Ruano Llopis -que marchó a México donde se casó y tuvo hijos-, cubrió su plaza en la Litografía Ortega: “Me hizo una ilusión enorme. Apenas amanecía el día ya estaba allí con mi paleta. El verme un cartel reproducido era una ilusión impagable. Por eso, aunque no haya ganado dinero, aunque la litografía me esclavizase, he de reconocer que tuve mi compensación”.
A pesar de no tener especial relación con los toreros -“únicamente con Manolo Martín Vázquez, César Girón, Arruza y con don Andrés Gago”, decía- sí advertía diferencias a la hora de inmortalizar a quienes vestían de luces: “Manolete ha sido el torero con más personalidad en la plaza para pintarle. Podías olvidarte incluso de su rostro. De los que vi, Arruza y Dominguín también reunían esas características. El Cordobés fue otro torero con esa virtud, pero yo no lo pinté nunca”. ¿Y del toro? ¿Qué opinaba Juan Reus del toro, cuyo movimiento captó siempre tan bien en sus obras? “Debe tener la casta justa. Ni mucha para que sea imposible crear arte, ni poca que haga imposible torearle con emoción”, afirmaba.
Amante del bravo y los animales en general -perros y gatos fueron siempre su debilidad-, Reus admitió llegar a cansarse del cartel: “Me desmoralizó lo mal que me lo reproducían”, confesaba, matizando después: “Y fuera del cartel también pinté; yo creo que lo más malo que hice fue precisamente el cartel. Lo que ocurre es que es lo que más me ilusionó”. De hecho, su nombre ha pasado a formar parte de la mejor historia de la cartelería taurina… En cualquier caso, sea como fuere, su fama como cartelista no deberá eclipsar nunca su gran dimensión como pintor.
RUANO, SU MAESTRO; DOMINGO, SU REFERENTE
Juan Reus bebió de las fuentes de paisanos ilustres con los pinceles como Ruano Llopis, su maestro; Roberto Domingo, su referente; Peris Brell, Porcar, Segrelles, Ricardo Verde… hasta terminar encontrando su propio estilo. “Cuando vi los carteles que hacía Ruano me impactó. Copiaba las cosas de él siendo yo un niño. Por mediación de López Criado, que me lo presentó, gocé de su amistad y de sus consejos. Me corregía, me enseñaba”, afirma Reus en la entrevista concedida a esta casa; agregando: “Apenas llegué a Ortega me dijeron que ellos estaban muy enamorados de Ruano y querían que siguiese su escuela. No me preocupó nada, porque además de mi ilusión por trabajar, Ruano me gustaba. Con él hice los principios. Después, cuando ya me afinqué, me fui apartando y acercando a Roberto Domingo, que era quien me gustaba. Los dibujos de Ruano son muy buenos, pero no tienen comparación con los de Roberto”.
Su obra, como ocurre con todos los artistas, fue evolucionando con el paso del tiempo. En aquella entrevista de 1985, cuando ya llevaba más de cuarenta años pintando, decía: “Ahora mi pintura es más conceptual. Antes pintaba y hacía un retrato de la pata del toro, de la cabeza… ahora pinto un conjunto, que se vea que es un toro y un torero. Nada más capto los efectos que las cosas producen, que es como creo que se debe pintar, como lo hacía Roberto. Sin hacer retrato de nada, pero sí pintando el conjunto de las cosas, los efectos que las cosas producen”.
PUBLICADO EN APLAUSOS EL 29/10/2012
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