jueves, 17 de octubre de 2013

Marta González: Entre toros y caballos

  • Acerca de Marta

    Marta González es licenciada en Periodismo y cursa doctorado en Ciencias Políticas. Ha estudiado en Londres, Nueva York y Bruselas. La afición a los toros y los caballos le viene de cuna. Es hija del torero Dámaso González. Si quieres estar al día en eventos, moda, formas de vida y redes sociales todo relacionado con este increíble mundo del campo, toros y caballos ¡no dejes de visitar este blog!

 

La historia de los más grandes

Quizás este post es algo diferente a los que tengo preparados para mi blog. Sin embargo, no puedo empezar de otra manera que hablando de la persona que, junto a mi madre, más quiero en mi vida: mi padre. Él es quien me ha enseñado a respetar, conocer y querer este mundo del que os voy a hablar, los toros. Y aquí os cuento la historia de cómo un niño consiguió hacer sus sueños realidad. Esto es para ti papá.

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Cuando mi padre decidió que quería ser torero apenas tenía cinco años. Era comienzos de los años cincuenta en una España de caminos de tierra y calles sin asfaltar. Era una época de carencias y de lucha. Mis abuelos tenían una vida sacrificada. Labraban las tierras de una pequeña huerta que tenían en Albacete. Allí mi padre ayudaba en la lechería con las vacas, iba a la escuela y cuando podía jugaba a ser torero con sus amigos en la calle de La Cruz.
Cuando cumplió 12 años, comenzaron las escapadas de casa para recorrer cientos de kilómetros para torear en capeas y tentaderos. En aquellos años, no había escuelas taurinas. Por eso, se cumplía el dicho de “se torea como se es” y cada uno de los toreros de la época tenía una personalidad única toreando. Eran irrepetibles.
Así, los que querían ser toreros atravesaban áridos senderos y barbechos durante noches para llegar a las capeas de pueblos y aldeas. Se colaban en los mercancías y, con suerte, encontraban un campanario donde tender su capote y dormir unas horas. En un tentadero en Jaén, con 13 años, mi padre estaba esperando que le avisaran para salir a torear… ¡aquello era una lotería entre tantos niños que querían hacerlo! A su lado, estaba sentado un joven de Linares que se llamaba Sebastián. Mi padre le preguntó: “Oye, ¿cómo se llama ese maletilla rubio de pantalón corto?”. “Curro”- Le contestó. Y mi padre le dijo: “pues de todos los que están aquí, ese va a ser torero”. Cada uno siguió su camino hasta que, años más tarde, volvieron a encontrarse en el patio de cuadrillas de la Plaza de Toros de Barcelona. Y éste era el cartel de ese día: Palomo Linares, Dámaso González y Curro Vázquez. Seguro que os suenan. Pues así fue cómo se conocieron la mayoría de los que llegaron a ser figuras, entre tentaderos y capeas.

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 El camino era duro para los que querían ser toreros. En una ocasión en Yuncos (Toledo), cuando mi padre tenía 14 años, tuvo una cogida muy grave. En esas capeas no había ambulancias. Estuvo dos días prácticamente inconsciente. Cuando se despertó estaba en casa de un matrimonio que le había acogido y por azares del destino, casualmente una vecina que era enfermera le salvó la vida. En otra ocasión, no había médico para coserle la cornada y el zapatero improvisó con su aguja. Otro compañero de mi padre, al que todos conocéis, se cosió él mismo para cerrarse una herida en el muslo. Por duro que parezca, así era el toreo.
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 Sin embargo, todos seguían en su lucha por conseguir sus sueños. Mi padre siempre habla de su amigo Paco. Conocido por todos como Francisco Rivera “Paquirri”. Le conoció en la finca de su apoderado Don José Flores Camará. De Paco destacaba su gran tesón y esfuerzo. “Cada día se levantaba antes de amanecer y no tenía límites, entrenaba como ninguno. Pasaba horas y horas toreando de salón”- asegura mi padre. Vivía por y para su profesión. El destino quiso que este gran amigo y admirado compañero fuera el torero con el que más tardes mi padre compartiera cartel. Más de 200.
Como Paquirri, en aquella época tan dura se forjaron grandes toreros. Los comienzos fueron muy difíciles. Sin embargo, a los que lucharon en los momentos bajos con tenacidad y sacrificio, con el tiempo, la recompensa les estaba esperando. Sus nombres estarían en los carteles de las ferias más importantes de toda España, Portugal, Francia y América desde la década de los 70 hasta los 90. (Abajo podéis ver el escalafón con sus nombres. El Cordobés, Paco Camino, Antonio José Galán, El Niño de la Capea …)

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Después de años de esfuerzo y lucha empezaron a relucir las tardes de gloria y de triunfo.
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Las mujeres siempre estuvieron a su lado en los buenos y malos momentos. Sin duda, ellas fueron un pilar fundamental ya que contribuyeron a darles estabilidad en su profesión y en sus vidas. Además, forjaron una gran amistad entre ellas. Precisamente esta fue la primera generación de mujeres que empezó a acompañarles en las campañas americanas. Allí, en las tardes de espera en los hoteles mientras los maridos toreaban, consolidaron su amistad.

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La rivalidad en la plaza era máxima, hasta un punto insospechado. Sin embargo, todos ellos, también consiguieron mantener una gran amistad fuera del ruedo que perdura con los años. La última vez que se reunieron todos fue hace un año en la boda de mis grandes amigos Paulina Espinosa (de la dinastía más importante de toreros mexicanos, Armillita) y El Capea. Fue muy emotivo porque además en la foto salen dos figurones del toreo de la actualidad: Enrique Ponce y José Tomás. Sin duda una foto que pasará a la historia.

 final

Este es mi pequeño homenaje a todos los que han dedicado su vida al toro y a los que han dado grandeza a este mundo con su esfuerzo, sangre y sacrificio. Todo mi respeto y admiración. Fuente: Hola.com

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