domingo, 1 de junio de 2014

LA CRÓNICA DE MADRID

Abogado de oficio

Alberto Aguilar corta una oreja con deslucido encierro

MARCO A. HIERRO, Madrid
Corrida de complicada defensa en lo evidente y de providencial coartada en lo más arcano la que echó Montealto en Madrid. Encierro de cinco toros que se quedaron en tres por mor de los acontecimientos. Incluso en dos, porque ya no fue el mismo el segundo después de encelarse con fijeza con el penco al que campaneó primero, derribó después y revolcó por último durante algunos minutos que parecieron eternos. Pero tuvo fortuna Agustín Montes, porque delante de los dos posibles tuvo abogado con oficio y con causa probable.

Se llama el letrado Alberto Aguilar, y no es nuevo en este tribunal, que le aprecia y le estima pero también le mide y le aprieta más que a otros en ocasiones. Lo que sí era nuevo para la parroquia es esa cojera, casi imperceptible al que mira y no ve, recuerdo de aquel toro de Cali el pasado diciembre. Se ha acostumbrado Alberto a su nueva pierna, o lo está haciendo. Y tiene oficio sobrado, valor a espuertas y coraje a raudales para ejercer de abogado.

A ese segundo, castaño él, apretado él, amplio y badanudo, con poder y con riñones, le había visto la humillada voluntad de coger las telas desde el suave lanceo que le ofreció a la briosa llegada. Fue todo, porque la narrada entrega para sobar al penco dejó al animal visto para sentencia y al abogado sin oficio para apelar al tribunal.

Por eso se vio en la suya cuando el toraco quinto, con sus pitones al viento, su acusada badana, sus casi seis quintales y su cara de hombre para tomar en línea recta las verónicas que dibujó Aguilar mejor de lo que las tomó el bicho. Toro de vibración, toro de moneda y de apuesta sincera, que no toro bueno. Pero conquistó la plaza con su riñonuda pelea en el jaco, su romaneo y su franca arrancada en la distancia a las chicuelinas del quite. Iba a ser Aguilar el abogado de sus defectos, y los tapó a la perfección; porque le tragó quina para apuntalarle la intención, le construyó perdiendo un paso y le afianzó la escasa entrega en un inicio clave para su posterior actuación.

Luego midió Alberto cada cite, cada encuentro y cada embroque para ofrecer trao a media altura, componer como si la tomase por abajo y vámonos, que ya te exigiré en un rato. Lo hizo. Cuando enterró el talón para citar de verdad a diestras, girar con levedad para quedar colocado y dejar la pañosa en el morro así se caigan los dioses del cielo. Fue el oficio del abogado para hacer que pareciera bueno y hasta le humillase templado en el hermoso final a dos manos. La estocada... de ganar juicios. Por eso el tribunal se lo llevó de paseo con un despojo en la mano. Era la oreja al toreo que alimentó el espíritu de la persona. De Alberto, el abogado de oficio que hoy necesitaba un espaldarazo en el turno.

También lo necesitaba un Sebastián Ritter al que recibía el tribunal con el recelo aflorando. Sorprendió su inclusión en el juicio del que se caía un herido. Y pudo estarlo también el colombiano cuando le silbaron alrededor las guadañas del segundo, muy a menos, pero toro a fin de cuentas. No luce Sebastián con el toro que no anda. Su gran sentido del temple y su seco valor no se perciben en su justa medida cuando no se respeta al animalito que tiene delante, pero los tiene. Y ruza la línea de pasar fatigas con más facilidad que le pitan los de siempre, los que le abroncaron sin medida después de despachar al al exigente, correoso y remontón sexto. Cierto que perdió los papeles una vez se tiró a matarlo, pero no lo es menos que se ensañó con él el tribunal.

Pedro El Capea ya está acostumbrado a que lo hagan. También está el charro en el turno de oficio y tiene una virtud extraordinaria para pisar Madrid: ni siquiera suda para despachar a los toros, lancea con soltura y ritmo con el capote y tiene sentido de la medida. Después, con la muleta en la mano, le cuesta transmitir expresiones, dulzificar los trazos y templar las imposiciones. Se le paró el manejable primero por no conjugarle el pulso con la distancia. No le caminó el cuarto lo que hubiera necesitado, y allí, con un toro delante y la responsabilidad de Madrid, ni siquiera hizo un gesto al par de graciosos contrahechos que se divirtieron increpándole todo el trasteo. Luego lo contarán como hazaña en la taberna, porque se creen con derecho después de haber pagado También pagaron los demás y también tienen derecho a no escuchar sus estulticias.

Los demás, los del tribunal serio, otorgaron su beneplácito al abogado de oficio, al letrado de corazón y al magistrado de alma, que hoy se llevó una oreja de su plaza de Madrid. Porque no se hace el toreo, cuando se siente, con las piernas o las manos: se hace con el corazón.

FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, vigésimo tercera de abono. Dos tercios de entrada en tarde nublada y fresca. Cinco toros de Montealto (devuelto el primero por partirse un pitón; humillador y codicioso muy a menos el segundo, aplaudido; devuelto por descoordinado el tercero; noble y sin sustancia el soso sexto, que salió tercero al correr turno; con movilidad y repetición sin clase el quinto) y dos (1º bis y 4º) de Julio de la Puerta, bien presentados pero de juego desigual, venidos a menos y desclasados en líneas generales. Un sobrero (sexto) de El Ventorrilo, reponedor y exigente con movilidad.
Pedro Gutiérrez "El Capea" (grana y oro): leves palmas tras aviso y silencio.
Alberto Aguilar (nazareno y oro): silencio y oreja.

Sebastián Ritter (sangre de toro y oro): silencio y pitos tras tres avisos.

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