Más de veinte años después, solo que con algunos kilos de más, la banda del bordado de la taleguilla de su terno marino y oro más
ancha para tratar de ocultar ese exceso de peso, tinte en el pelo para
disimular las sienes plateadas tras tanto tiempo de sufrimiento, pero igual de Soro que siempre. Al igual que tantas y tantas tardes llegó a la plaza montado en una calesa con
toda su cuadrilla, donde una multitud de soristas y aficionados en
general le esperaban con auténtica devoción. Sus pasos se dirigieron
hacia la capilla de la plaza, tanto para rezar como para zafarse de tanto aficionado ansioso de fotografiarse con su ídolo e inmortalizar el momento.
El Soro, el único superviviente del cartel maldito de Pozoblanco -que
completaban Paquirri y Yiyo-, cumplió así su sueño y vivió el milagro
de vestirse de luces dos décadas después del percance que sufrió en 1994 en un festival en la plaza castellonense de Segorbe, donde se destrozó la rodilla.
Pasadas las siete y media de la tarde, los
clarines anunciaban el comienzo del festejo y el
de Foios se hizo
esperar, pero cuando apareció en el ruedo fue recibido con una estruendosa ovación. Gestos de agradecimiento y a continuación el paseo. Un paseo en el que se adivinaban las secuelas de tanta desgracia y tanta operación: treinta y siete y una pierna izquierda «biónica».
Una pierna que no da para más que seguir a duras penas a la derecha.
Cuando rompió el paseíllo se sucedieron los homenajes y los gritos de «¡Soro, Soro!», que le pusieron un nudo en la garganta.
Despejar la gran duda
A partir de ahí tan solo quedaba por despejar la gran duda. ¿Qué pasará cuando salga el toro? Y el toro salió... La garra, el pundonor y el amor propio del torero tampoco se hicieron esperar. Un manojo de lances, verónicas con el compás abierto y
a pies juntos, chicuelinas y el remate de una revolera pusieron la
plaza boca abajo. Después de picar y antes de que los picadores
abandonaran el ruedo, Vicente Ruiz ya tenía las banderillas en
la mano. Un primer par desigual dio paso a otro excelente. Y con la
muleta, con unas más que evidentes limitaciones físicas, El Soro se fue
afianzando hasta lograr una gran serie con la derecha,
mano por la que su toreo siempre se afianzó mas. Cuando se perfiló para
entrar a matar toda la plaza hizo casi el mismo esfuerzo que el torero,
que necesitó rematar con cuatro golpes de verduguillo y el respetable
le hizo dar la vuelta al ruedo. De no ser por el descabello, hubiese tocado pelo
Para cuando salió el cuarto, sus compañeros habían
devuelto al público la realidad de lo que es el toreo y las facultades
que requiere la profesión. Pero El Soro, más Soro que nunca,
no se arredró y salió a entregarse en cuerpo y alma. Volvió a torear
con el capote al más puro estilo poniendo los tendidos en pie. Sus
compañeros de cartel no quisieron perderse la oportunidad y compartieron
con él banderillas, abrochando el tercio Vicente, con un escalofriante par al violín con
quiebro incluido. Transcurrió la faena entre el delirio de un
respetable enfervorizado, volviendo a destacar el toreo con la derecha.
Pero volvió a fallar con lo que fue uno de sus puntos más fuertes: el
acero. Pero daba igual, la legión de soristas, que llenaron el coso en sus tres cuartos, quiso responder al esfuerzo y sumarse al milagro, igual que el presidente del festejo, que concedió las dos orejas.
Para que todo esto fuera posible, gran parte de la culpa la tuvieron los buenos toros de Benjumea. El «milagro» del Soro compartió la feliz salida a hombros con Daniel Luque y Román.
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