Una ovación de despedida es el saldo de Ferrera en su encerrona con Miura
MARCO A. HIERRO,
Málaga
Un varetazo en la mano, varios sustos
sin recompensa, cinco esfuerzos y medio en la cara de otros tantos
mansos y la boca partida. Todo ello para saludar un par de ovaciones y marcharse de la plaza andando y sin una opción de sentir el toreo.
Le reconocieron la hombría y la gesta los casi tres cuartos de entrada
que se citaron en La Malagueta para verlo triunfar, y cobrará
religiosamente sus honorarios por el trabajo realizado, pero al llegar
al hotel sabrá Ferrera que lo de hoy no está ni agradecido, ni pagado.
No lo está porque mañana, cuando despierte el sol de un nuevo día, hablarán de él con lástima los malagueños y, por ende, todo el toreo. Se olvidarán de que no hubo probaturas en ninguno de los seis recibos, de que lanceó con compás y cadencia al primero de la tarde -el menos malo de un encierro para hacérselo mirar-, con gallardía y con intención al castaño tercero, con corazón y hasta sentimiento al sexto, cuando ya veía que a la tarde le caía cruz. Se olvidarán de la variedad que aportó en el tercio de banderillas, invitando a los mejores rehileteros que hoy actuaban en sus filas, buscando el espectáculo para un público ávido de aplaudirlo. Se olvidarán de los naturales de largura que le dejó al primero, después de consentirle mucho; del corazón y la esperanza que le puso al quinto antes de que se le muriera la intención entre las telas; y se olvidarán también del esfuerzo con el tercero, zorrón y dormido hasta el embroque, que nunca dejaba ver el objetivo de su mira. A ese le tapó Ferrera muchos más defectos que los evidentes que vimos.
Al menos resultaron vibrantes los
tercios de banderillas, bien fuera en solitario el matador titular -el
segundo fue el único que ni para recibir los palos sirvió-, bien
haciendo collera con David Adalid, Fernando Sánchez -tremendo par al sexto el del tercero de Castaño-, Marco Galán, Javier Ambel y Jaime Padilla.
Todos quisieron brillar en tarde que estaba para ello. Lástima que
cuando Antonio se quedó sólo con los de la A con asas se dio cuenta que
ni agradecido ni pagado.
Antonio lo lleva buscando años y cada día está más cerca del natural que se sueña, pero hoy se encontró con las piedras en su camino a sentirse pleno.
Y cuantas más piedras pasaban, más abajo se venía y más herido notaba
su pundonor de torero. No había terminado aún la miurada del infierno
cuando ya pensaba Antonio: "Ni agradecido, ni pagado".
Plaza de toros de La Malagueta, Málaga. Tercera de abono. Tres cuartos de entrada. Toros de Miura,
impecables de presencia y de reunido tipo. Noble y justo en raza y
fondo el primero; informal pero embestidor sin clase el segundo;
mentiroso, dormido y a la caza el zorrón tercero; deslucido, manso y a
la caza el cuarto; el quinto sin espíritu y de mortecina embestida sin
clase; probón, medidor y remiso a pasar el sexto.
Antonio Ferrera (verde manzana y oro) en solitario: silencio, ovación tras petición, silencio, silencio, silencio y ovación de despedida.
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