José Luis Ramón analiza la evolución de la Tauromaquia en «El toreo fundamental»
José Tomás, con el capote a la espalda - Ángel de Antonio
ROSARIO PÉREZ - CharoABCTorosMadrid
Existen tantas leyes como toros salen por chiqueros. No hay un solo toreo, sino muchos tipos, pero todos se sustentan en la arquitectura de la técnica. «Los revolucionarios la innovaron; los artistas marcaron el rumbo estético». Lo cuenta a la perfección José Luis Ramón en «El toreo fundamental», un análisis en profundidad de la evolución de las principales suertes, «las palabras del torero», e ilustrado con más de un centenar de fotografías. «Es muy interesante –escribe– mirar la lidia como un diálogo, conocer cuál de los dos actores ha salido victorioso, si la fuerza bruta del toro o la inteligencia del hombre».
Periodista y antes torero, el director de «6Toros6» se adentra en una didáctica y deliciosa lectura en trece suertes, con el natural y la verónica como padre y madre de la tauromaquia. Atribuida su invención a Costillares, esta última comenzó con las manos altas y se fue asentando hasta arrastrar los vuelos del capote. Belmonte las ligó; con Curro Puya y Cagancho nació la verónica gitana, interpretada de manera «memorable» por Rafael de Paula; Victoriano de la Serna y Fernando Domínguez adormecieron las embestidas; Ordóñez ahondó en ellas… Hasta que llegó Morante de la Puebla y deslumbró con el capote, un placer para los sentidos por cadencia, ritmo, técnica y estética.
Y si el sevillano ha dado un paso más en la verónica, José Tomás enseñoreó la gaonera («creada por Rodolfo Gaona en tres tiempos: medio farol, un cite de frente por detrás y un lance con el capote a la espalda pasando el toro por delante»), tanto en su versión a pies juntos como cuando abrió el compás en su reaparición en Valencia. Soprendente fue también su apertura de la chicuelina, «que ha recorrido un largo camino desde que el genial torero-cómico Llapisera ejecutará un lance que llevaba el germen de la suerte que Chicuelo dotó de personalidad y torería». Antonio Bienvenida, Manolo González, Diego Puerta y Paco Camino, «revolucionario con su maravillosa ejecución», José María Manzanares y Morante son algunos de los nombres que han engrandecido una de las suertes más populares.
En la muleta es el natural el pase por excelencia. «En él están las huellas de Belmonte y Gallito, Chicuelo y Manolete, El Cordobés y Paco Ojeda», señala el autor en una obra imprescindible en la biblioteca del aficionado. Va más allá: «En cada natural están el toreo ligado en redondo y la manera de cruzarse con los toros y de ganarles terreno, están los muletazos unidos en series y la forma ya definitiva de acortar las distancias... Todo eso está, porque eso es lo que da forma al esqueleto del toreo, a su invisible estructura interna, insoslayable en todo aquel que hoy día se pone delante de un toro». Cuenta que «los primeros eslabones de la cadena del toreo comienzan con sus primeros teóricos, Hillo y Paquiro, aunque es con Guerrita cuando se explica y probablemente se da el primer natural moderno».
El natural engloba toda la historia taurina, el hallazgo de terrenos y distancias. Entre los más recientes cita a Ojeda, José Tomás y El Juli, «que ha logrado llevar el toro más lejos que nadie, engancharle desde más adelante más que nadie y con la mano más baja que nadie». «Esta es su revolución, que nace de la técnica pero se adentra en la estética -subraya-. El Juli ha abierto unas rutas al toreo que ya no tienen vuelta atrás». Como contraste, Talavante, «que fusionó el manoletismo, el cordobesismo y el ojedismo». También cita, entre otros muchos, a Perera, «que ha llevado la ligazón y la inmovilidad a su máxima expresión».
El capítulo del derechazo lo lidia bajo el título «la historia de un malentendido», de una suerte creada por Nicanor Villalta y que no siempre se vio con buenos ojos. Curro Cúchares adquiere en este apartado una importancia vital, «con el uso de la mano derecha para hacer pasar a todos los toros y el nacimiento de un sentido estético del toreo, comenzando a perder este su exclusiva condición de lidia encaminada al fin prioritario de la estocada». En la historia queda demostrado «que se puede torear muy bien con la derecha»: Rafael Ortega, El Viti, Camino, Ordóñez, Chenel…
Otra suerte: el pase de pecho, que nació de dos necesidades, «la de quitarse el toro de encima y la de utilizarlo como remate de uno o varios muletazos ligados en redondo». Pepe-Hillo, autor de la primera Tauromaquia clásica, hacía referencias a este pase, que bordaban, cada cual con su personalidad, El Viti y Antoñete, entre otros.
También escudriña la manoletina, «creada en torno a 1936 por Victoriano de la Serna, mundialmente conocida por Manolete y rescatada en toda su pureza, hieratismo y dramatismo por José Tomás».
No falta el toreo a dos manos, desde los ayudados a los kikirikís, precisosistas expresiones aunque la muleta surgiera para usarla a una mano. Al igual que la norma del capote cogido con las dos se rompe en las largas, a una sola mano.
Otro de los ejes del libro es la suerte de varas, «un arte en sí misma». «Son importantes la belleza de la ejecución y la medición de la bravura, pero nunca deben darle la espalda a su sentido utilitario durante la lidia». Mucho ha evolucionado esta suerte, desde allá cuando en el siglo XVIII los varilargueros se encontraban en el ruedo cuando aparecía por chiqueros el toro y en él permanecían mientras se toreaba de muleta, hasta que en 1930 se obliga a que entren en la arena una vez que ha sido recibido de capote. Después llegarían el peto y las rayas de picar, el aumento del peso del toro y el caballo.
Coloca la obra un soberbio par de banderillas, «complejo ejercicio que requiere arte, técnica, valor y precisión». Además de hablar de las distintas variedades (de poder a poder, al quiebro, al violín…), se desgrana a los grandes rehileteros, como Pepe Dominguín y Pepe Bienvenida, o el trío de Esplá, Mendes y El Soro. «Pasada ya la gloriosa época, ha sido El Fandi quien ha revitalizado este tercio, como auténtico maestro contemporáneo».
Toca la suprema, donde «matar o morir es la cuestión, donde se cortan o no orejas». Figura un trébol de formas clásicas: al volapié, al encuentro y recibiendo. En esta modalidad, «Manzanares lo hace como soñaron los grandes estoqueadores de todos los tiempos». La suerte está echada: es la hora final.
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