sábado, 13 de julio de 2019

Casta y movilidad de La Palmosilla en San Fermín


En su debut, estos toros exigen mucho y dan gran espectáculo. Solo Luis David corta oreja


José Garrido, con el cuarto de la tarde
José Garrido, con el cuarto de la tarde - Efe

Andrés Amorós 

Esta Feria merece elogios por la impecable organización, los llenos diarios y, sobre todo, por colocar en el primer plano al toro, el animal totémico de Navarra (y de España). La excesiva benevolencia en los trofeos rebaja la categoría de una Feria: eso está sucediendo claramente en Pamplona. Lo único que parece importar es que el diestro clave la espada a la primera (el cómo, importa poco) y que el toro caiga enseguida. Si es así, aunque la faena haya sido sólo discreta, el público exigirá el trofeo. Si el diestro, además, ha recurrido a efectismos, pedirán dos trofeos y hasta el rabo… Desde mi profundo respeto a esta Feria del Toro, lamento mucho que baje de categoría y no veo síntomas de que eso vaya a cambiar.

Los toros de la Palmosilla, que debutan aquí, muestran una movilidad encastada que hoy no se suele ver: para los toreros, una papeleta; para los aficionados, un espectáculo.

El primero no para de embestir, exige mucho. Garrido le planta cara, en una porfía con más emoción que reposo. Han sobrado algunos molinetes de rodillas. Mata a la segunda. Ha sido el toro más encastado de la Feria (y uno de los que más, de la temporada). Se luce con el capote, en el cuarto, otro toro que va largo y repite, incansable, con más clase; otra pelea exigente, mal rematada. ¡Vaya dos toros con casta le han tocado!

Luis David recibe con largas de rodillas al segundo, muy andarín, que da tres vueltas al ruedo y, en vez de sujetarlo, aprovecha para dejarle pasar, con chicuelinas. Javier Marín se presenta con comprometidas saltilleras y Luis David replica por zapopinas; a ninguno de los dos se les ocurre intentar la verónica: ¡las modas! Vuelve Luis David a coger los palos (hace tiempo que no los tomaba) y lo hace con grandes saltos, a toro pasado. Comienza con los habituales cambiados, poco adecuados para un toro bondadoso pero justo de fuerzas. Mejora cuando manda más, en los derechazos, pero pronto recurre a los efectismos variados, vistosos. Mata bajo, al encuentro. Eso no impide los gestos triunfales (antes, eso hubiera sido imposible) ni la oreja. El noble toro merecía un toreo más clásico. Brinda el quinto a Román, al que sustituye: le da muchos muletazos, sin llegar a imponer su mando ni quitárselo de encima. Logra la estocada a la segunda.
Javier Marín, a merced del sexto toro tras ser cogido
Javier Marín, a merced del sexto toro tras ser cogido - Efe
Por primera vez torea como matador, en Pamplona, el cirbonero (de Cintruénigo) Javier Marín, discípulo de un gran profesional, Sergio Sánchez. Se anuncia con su segundo apellido, que coincide con el de dos diestros navarros de los años cincuenta, Julián e Isidro Marín. Javier es un personaje singular: ha estudiado Filología Hispánica, le apasiona viajar por Asia… Devuelto el tercero al romperse el pitón, el sobrero, grandón, empuja en el caballo (pica bien Chocolate) pero sale suelto, no para. Pone voluntad pero le baja poco la mano y no consigue el necesario dominio. Al matar, acusa el escaso oficio. En el último, muy serio, complicado, pasa momentos de apuro, al no lograr bajarle la cabeza. Sufre una voltereta y nos hace sentir miedo. Pasa un quinario, para matar. La mejor noticia: se libra de la cornada.

Los toros han sido los protagonistas de la tarde. No importa hablar de sus hechuras ni de su origen. Se les enjuiciará de modo muy distinto según el punto de vista. Es lógico que los toreros no quieran este tipo de toros, que exigen mucho esfuerzo. Igual de lógico es que los aficionados deseemos ver reses con esta casta y esta movilidad.

Postdata. Luis Fuentes Bejarano paseaba por Sevilla con sombrero de ala ancha y capa: una estampa taurina inolvidable. Tuve la suerte de acudir alguna vez a su tertulia, junto a la calle Tetuán (al lado de donde estuvo el histórico «Sport» y está el azulejo del Studebaker). Con orgullo me contaba que, una vez, en Madrid, pinchó cinco veces –pero arriba, realizando la suerte como se debe– y la afición le premió, cada vez, con una ovación. Con el buenismo y la ignorancia taurina actuales, eso sería imposible; sobre todo, en Pamplona.

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