lunes, 13 de septiembre de 2021

Padre Eccio Rojo Paredes

SERIE PERSONAJES

Álvaro Sandia Briceño
Fotos Germán D'Jesús Cerrada
De Trujillo es tan alta la gloria!
De Trujillo es tan alto el honor!
Niquitao es Valor en la Historia
Y Santa Ana en la Historia es Amor!
Cuántas veces cantaría el niño Eccio Ramón Rojo Paredes el Himno del Estado Trujillo, que se inicia con esta patriótica estrofa, cuando en la Escuela Federal de Niquitao y bajo la tutela del maestro Don Concho, se realizaba cualquier acto cívico o se recibía a alguna persona importante.

El Himno del Estado Trujillo fue oficializado por Decreto de fecha 5 de julio de 1911 del Presidente Constitucional del Estado Trujillo, General Víctor Manuel Bautista, cuando el jurado designado al efecto consideró los méritos de la  composición poética y musical del doctor Antonio José Pacheco y del Presbítero Esteban Rázquin  y los declaró ganadores del concurso promovido sobre la creación del himno oficial de esa entidad.  En el artículo 3º del Decreto se establecía: ”Es obligatorio el aprendizaje del Himno de Trujillo en las Escuelas que funcionen en el Estado, y en ellas se cantará durante los actos públicos que se celebren”. (Amílcar Fonseca “Orígenes Trujillanos”. Fondo Editorial Arturo Cardozo, Trujillo. 2005). No hay duda de que el niño Eccio y los demás compañeros de aula aprendieron el himno y lo entonaban con fervor en los actos públicos que tenían lugar en Niquitao, el pueblo con “Valor en la historia”, como lo canta la noble canción.
 
Eccio Ramón Rojo Paredes, el Padre Rojo, el “Cura Rojo”, como se le conoció en Mérida, nació en la población de San Lázaro en el Estado Trujillo el 17 de febrero de 1924. Fue el mayor de once hermanos de la pareja formada por don Juan Bautista Rojo, nacido en el mismo San Lázaro, y de Graciela Paredes, nacida en Timotes. A los pocos días de nacido fue llevado a la pila bautismal de la Iglesia del pueblo donde se le administró el primero de los sacramentos, con el cual se le dio el ser de gracia y el carácter cristiano, y fueron sus padrinos don José María Briceño y su esposa Asunta Ricci de Briceño.

San Lázaro es un pequeño pueblo del Estado Trujillo, rodeado de montañas y ubicado a 22 kilómetros de la capital del estado y a 810 metros sobre el nivel del mar. Sus casas coloniales con techos de teja le dan una fisionomía muy particular. La iglesia principal es muy hermosa y aparte de la Plaza Bolívar destaca la plaza dedicada a Andrés Linares, nombre que lleva la Parroquia donde está el pueblo que, como algo singular, lo atraviesa totalmente el río Jiménez. Fue fundado en 1640 por el obispo Fray Mauro Tovar. La actividad principal es la agricultura y sus primeros pobladores fueron los indios tirandáes y chachues.

La familia Rojo Paredes, en busca de mejores medios de vida, se muda de San Lázaro a Niquitao, otro pueblo pequeño del mismo estado que aún conserva el estilo colonial y está rodeado de montañas que conforman un bello paisaje. Con un clima frio por sus 1.937 metros sobre el nivel del mar, está ubicado al pie de las montañas de Estallijú, cerca del río Buratesu.

En las inmediaciones del pueblo tuvo lugar la batalla de Niquitao, donde una columna patriota al mando de José Félix Ribas, Rafael Urdaneta, Vicente Campo Elías y José María Ortega derrotó el 2 de julio de 1813 al ejército realista comandado por el Gobernador de Barinas Antonio Tiscar y Pedrosa y el capitán José Martí, ocasionando numerosas bajas y obligándolos a retirarse a Nutrias y a San Fernando de Apure. Fue una acción de guerra que se enmarca dentro de la Campaña Admirable, que en sucesivas victorias llevó a Bolívar a entrar triunfante en Caracas el 14 de octubre, cuando la Municipalidad le da el grado de Capitán General de los Ejércitos y lo aclama como Libertador de Venezuela.

Otro hecho histórico tiene lugar en lo que hoy es el estado Trujillo cuando poco después de la Batalla de Niquitao, el 15 de junio, Bolívar dicta en la ciudad de Trujillo su Decreto de Guerra a Muerte en que deslinda a los españoles y canarios por una parte y a los americanos por la otra. Manuel Vicente Magallanes en su “Historia Política de Venezuela” dice al respecto: “El Decreto de Guerra a Muerte Bolívar lo escribe con absoluta conciencia de lo que hace y de los fines que se propone. No es nada clandestino. Por el contrario, le da la mayor publicidad y lo utiliza como medio de presión para señalar a los enemigos su firme propósito de impulsar la lucha en serio para lograr la completa emancipación”. (Manuel Vicente Magallanes. “Historia Política de Venezuela”. Editorial Mediterráneo. Madrid. 1972).   
Sin pensar mucho en batallas y en decretos y ya asentado en ese pueblo tranquilo y de gente amable, con sus cuatro calles principales y no muchas transversales, don Juan Bautista inicia sus actividades comerciales con una pequeña finca agrícola. 

Cuando la familia ya está establecida en Niquitao y el niño Eccio tiene cuatro años de edad, sus padres lo inscriben en la Escuela Federal. Su maestro, don Concho, pronto vislumbra las cualidades del niño no solo por su inteligencia y aplicación en las tareas escolares, sino por la facilidad de expresión hasta el punto de que cuanto visitante llega a Niquitao y tienen que darle la bienvenida, es el niño Eccio, sin miedo escénico y con gran facilidad para hablar en público, el encargado de las palabras en el acto.

En ese entonces el Arzobispo de Mérida era Monseñor Acacio Chacón Guerra, nacido en la aldea Loma Verde del Municipio Lobatera del Estado Táchira, el 8 de junio de 1884.

Acacio Chacón Guerra hizo sus estudios en el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús en La Grita que dirigía el ilustre sacerdote Jesús Manuel Jáuregui. Entre sus compañeros estuvieron Eleazar López Contreras, Diógenes Escalante, Félix Román Duque y Román Pantaleón Sandia. Fue ordenado sacerdote por el Obispo de Mérida Monseñor Antonio Ramón Silva el 1º de noviembre de 1907. Pronto fue a su estado natal como Vicario de la Iglesia Mayor de San Cristóbal y luego Párroco en Pregonero, Rubio y La Grita.
Culminada su labor como cura de almas en el Estado Táchira, el Presbítero Chacón regresó a Mérida y fue designado Vicario General, Provisor del Obispado y Capellán de Nuestra Señora del  Espejo. El 10 de mayo de 1926 fue nombrado por su Santidad el Papa Pio XI Obispo Titular de Milevo y Arzobispo Coadjutor de Monseñor Silva, quien había sido elevado a la dignidad de Arzobispo por el mismo Papa en ese año.
Al fallecimiento de Monseñor Silva asumió Monseñor Chacón como Segundo Arzobispo de Mérida el 1º de agosto de 1927. Su largo y fecundo pontificado fue pródigo en la construcción de innumerables iglesias, capillas, casas curales, colegios y muchas obras más que beneficiaron a las comunidades que, a lo largo y ancho de la geografía merideña y del extenso territorio episcopal que estuvo bajo su mitra, y que llegó a ocupar el espacio que hoy constituyen las diócesis de Trujillo y Barinas., desmembrados de la Arquidiócesis de Mérida. Sus obras cumbres en la ciudad de Mérida fueron el Palacio Arzobispal, el Seminario Arquidiocesano de Mérida y la hermosa Catedral de Mérida, hoy Basílica Menor.
De Monseñor Acacio Chacón Guerra escribiría el Cardenal José Humberto Quintero, entonces el Padre Quintero, allá por 1932, lo siguiente: “Era alma que puede fraternizar en blancuras con las purísimas nieves de la Sierra y en suavidad con la sedeña felpa de nuestros frailejones, corazón manso como un cordero y humilde como la violeta, vigilante Pastor en cuyos hombros reposa dignamente el glorioso Palio de esta Iglesia Metropolitana”. (Vinicio Romero Martínez ”Mis Mejores Amigos”. Editorial Larense, Caracas. 1987).     
En una visita pastoral del Arzobispo Acacio Chacón Guerra por tierras trujillanas entonces bajo su jurisdicción episcopal, llegó el ilustre prelado a Niquitao y por supuesto que no podía ser otro que el niño Eccio el encargado de decir las palabras de bienvenida en nombre de los pobladores y de las autoridades. Monseñor Chacón se admiró de la elocuencia del niño y solicitó hablar con los padres a quienes les ofreció becarlo para traerlo al Seminario.
Los padres accedieron al pedimento del Arzobispo y Eccio Rojo Paredes tiene 12 años cuando ingresa al Seminario de Mérida en el año 1936.
El joven Eccio, venido de un pueblo montañés, debió sentir el impacto de una ciudad como Mérida, tan distinta, con sus 12.000 habitantes, ocho calles longitudinales y 23 transversales, al compararla con los muy pequeños San Lázaro y Niquitao. La ciudad era sede arzobispal y universitaria, con tres Facultades y dos Escuelas alojadas en una vieja edificación con 260 alumnos y 38 profesores.
Pronto se aprendió los nombres de los sitios aledaños y que luego le serian familiares: El Valle, La Hechicera, La Otra Banda, El Arenal y más allá del Llano Grande, por una estrecha carretera de tierra, se llegaba a un poblado llamado La Parroquia, casi en la punta de la meseta, rodeado de haciendas sembradas de café y cañamelares.
 El Seminario está bajo la dirección de los padres eudistas con quienes dialoga y hace preguntas interesantes sobre los temas más variados. Poco a poco se va acostumbrando a su nuevo entorno. Cumple con sus obligaciones escolares y religiosas y practica algún deporte en las canchas del Colegio San José, de los padres jesuitas, ubicado a una cuadra del Seminario.

Estudia, medita, reza, escribe. Se destaca por su apego a los libros y la práctica de los deberes religiosos. Al culminar el bachillerato el Arzobispo Chacón, con la recomendación de los directores del Seminario, decide que debe continuar sus estudios en el Seminario Interdiocesano de Caracas, donde llega en 1941 para cursar Filosofía, Lenguas y Sociología. 

Escribe sobre asuntos cotidianos, santos y pontífices, doctrina y dogmas e incursiona en el campo de la poesía, con estrofas que salen de su mente y de su corazón enhebrando palabras y sentimientos.

La Caracas de su tiempo es una pequeña metrópoli que apenas despierta del largo letargo a la que la sometió la dictadura de Juan Vicente Gómez. Se desplaza en los tranvías que recorren la capital, se admira de las mansiones de la Urbanización El Paraíso y del abigarrado comercio del casco central, con familias que van de paseo al pueblo de Petare y a temperar en el mejor clima de Los Teques.
Aprueba las materias del pensum con notas sobresalientes. Regresa a Mérida y el Arzobispo Chacón, siempre pendiente del joven seminarista quien se destaca por su pluma ágil y juicio sereno, decide que debe ir a Bogotá para que haga la Licenciatura en Teología.
En el año 1944 viaja a la capital de Colombia. Allí consigue una hermosa urbe que en sus costumbres y modo de vivir es plena reminiscencia de su pasado virreinal y que recientemente había celebrado los 400 años de fundada por Gonzalo Giménez de Quesada, en 1538, con el nombre de Santa Fe de Bogotá.
Visita el Palacio de Nariño, la Quinta de Bolívar en las afueras de la ciudad, disfruta del buen decir y hablar de los bogotanos. Sigue en la prensa y en las transmisiones radiales los debates que en el Congreso de la Republica libran Senadores y Representantes de los partidos Conservador y Liberal e integrado por políticos, historiadores, letrados y poetas de gran altura intelectual, que hizo escribir a Rufino Blanco Fombona que “Colombia es el único país donde se sube al Capitolio con la gramática debajo del brazo”. (Miguel Ángel Burelli Rivas “Del Oficio de Ministro”. Caracas. 1997). 

En la Universidad Javeriana de Bogotá estudia Teología y los culmina recibiendo la Licenciatura. La Universidad Javeriana, fundada en 1623, es regentada por la Compañía de Jesús, la orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola, Iñigo de Loyola, “un vasco apasionado  que puso el mismo ardor en la búsqueda de la felicidad terrena, antes de su conversión, que en la de -la mayor gloria de Dios-, después de consagrarse al servicio del rey del cielo”. (Alain Woodrow Los Jesuitas. Historia de un dramático conflicto. Planeta. 1984). La Universidad Javeriana está considerada como la primera universidad de Colombia y una de las más importantes de América Latina. De sus claustros han egresado presidentes, científicos y figuras públicas de relieve y ha sido el centro de formación de la élite colombiana.
Es oportuno de resaltar aquí, que solo los alumnos más destacados de los Seminarios de Mérida y de Caracas, eran enviados a Bogotá o a Roma a continuar sus estudios. Eccio Rojo Paredes fue uno de ellos. Volvió a Mérida y el Arzobispo Chacón, con gran satisfacción, lo ordena sacerdote en la vieja Catedral de Mérida el 25 de abril de 1948. Antes, el 3 de febrero, a los 23 años de edad y dos meses antes de ser ordenado sacerdote, fue nombrado Director de El Vigilante.
El diario El Vigilante “periódico de la curia merideña”, fue fundado en 1924 por el Arzobispo Silva. El diácono Eccio Rojo Paredes fue nombrado Director de El Vigilante, el 3 de febrero de 1948, a los 23 años de edad y dos meses antes de ser ordenado sacerdote. Los predecesores del joven diácono en la dirección del diario habían sido Monseñor Antonio Ignacio Camargo, luego Obispo de Calabozo y el Presbítero y doctor en derecho Luis Negrón Dubuc, quien fuera posteriormente Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes.

La primera sede de El Vigilante fue en la Calle Vargas, hoy Calle 23, en unos locales del viejo Seminario cuyo frente daba a la Calle Zerpa, hoy Avenida 5, con una vereda de pinos que servía de vía peatonal y también de ancha acera. Allí estaban el viejo linotipo, las máquinas impresoras y las oficinas administrativas. 
Luego El Vigilante se mudó, muchos años después, para su nueva sede en la Avenida 5, en un  edificio construido en los terrenos de la casa donde vivió Monseñor Mejía, quien fuera durante muchos años Dean de la Santa Iglesia Catedral de Mérida. Las viejas prensas fueron sustituidas por modernos equipos durante el arzobispado de Monseñor Miguel Antonio Salas y el periódico pasó del tamaño tabloide al tamaño standard.
El Padre Rojo estuvo al frente del periódico hasta el 25 de enero de 1987, donde no solo fue su Director sino linotipista, administrador y hasta distribuidor del periódico. Fueron treinta y nueve años en los cuales escribió de todo y para todos.
Las fiestas nacionales y las religiosas, el Papa y el comunismo, el Dogma de la Asunción, el censo nacional, la Virgen de Fátima, el futuro de Mérida, los problemas de los campesinos, inmigración y colonización, los Mensajes Pontificios, el Santuario de la Virgen de Coromoto, el Banco Obrero, los Sindicatos, fueron algunos de los muchos artículos que el Padre Rojo escribió en El Vigilante. No había problema de la ciudad o de los merideños que no tuvieran cabida en el periódico. Era el vocero de quienes no tenían otra manera de expresarse.  
Sus fustigantes editoriales eran leídos, con respeto y hasta con temor por los merideños. No hubo empresa en beneficio de la ciudad o del estado en que las páginas de El Vigilante y de su Director no estuvieran involucradas. El  Sanatorio Antituberculoso Venezuela, el Puente sobre el río Chama en tiempos de Pérez Jiménez, el Cuatricentenario de Mérida, el Teleférico de Mérida, la sucursal en Mérida  del Banco de Fomento Regional Los Andes, la fundación de MERENAP, la carretera Mérida Panamericana, el Hospital Universitario de los Andes, la Plaza Monumental de Toros de Mérida, entre muchas otras iniciativas, fueron auspiciadas por el Padre Rojo con sus fogosos artículos en el periódico. 
Siendo el Ingeniero Edgar León Burguera Presidente del Aeroclub de Mérida me informó, con gran preocupación de su parte, que el proyecto del aeropuerto de El Vigía era pavimentar la pista de granzón y hacer un terminal para que los aviones que no pudieran entrar al de Mérida, por mal tiempo, aterrizaran allá, y dejaran y recogieran pasajeros. Iba a ser un aeropuerto convencional. Le hice el comentario al Padre Rojo y éste, en un editorial iracundo, se refiere al proyecto y lo tilda de aeropuertico, dice que Mérida se merece más respeto, y le reclama al entonces Presidente Carlos Andrés Pérez su compromiso con la ciudad y el estado. Manos amigas hicieron llegar un ejemplar del periódico al Presidente Pérez quien de inmediato cita al Ministro de Comunicaciones Leopoldo Sucre Figarella y le dice: “Arregle este problema, dicte instrucciones para que se haga un aeropuerto de primera categoría, no quiero estar ni en la pluma ni en la lengua del Padre Rojo” y así fue. El Aeropuerto de El Vigía tiene la segunda pista de aterrizaje más larga del país después de la de Maiquetía y el sistema modular del terminal permitirá ampliarlo cuando las necesidades lo requieran.

Como periodista desarrolló una intensa actividad dentro del gremio. Formó parte de la Asociación Nacional de Periodistas que dio paso al Colegio Nacional de Periodistas de esta entidad del cual fue fundador. Ocupó la Secretaria General en el año 1976. Se preocupó de todo lo que tuviera relación con el comportamiento del periodista en la comunidad donde se desenvuelve como premisa fundamental para la dignificación de la profesión. Siempre fustigó a los palangristas y a quienes utilizaban la condición de periodistas para provecho personal y para amenazar, insultar y hasta llegar a creerse que tenían una patente de corso.
En el año 1977 recibió el Premio Regional de Periodismo que le fue entregado por el Gobernador del Estado Mérida, Dr. Rigoberto Henríquez Vera.
        
El Padre Rojo nunca tuvo parroquia en Mérida. No era necesario. Su parroquia fue toda la ciudad y  el estado. Sus numerosos amigos, entre los cuales me cuento, supimos de su labor pastoral.  En cuántos matrimonios, bautizos y primeras comuniones estuvo en el altar o en la pila bautismal y contaron con su asistencia espiritual. También ofició misas, escuchó confesiones, dispensó santos óleos y acompañó a dolientes en velorios y entierros. Se trasladó a Bogotá, Madrid, Caracas, San Cristóbal y Táriba, Valera, Barquisimeto, Maracaibo y por supuesto a Chiguara, para cumplir con los amigos que requirieron su presencia. Así como Adriano González León escribió “País Portátil”, yo le dije al Padre Rojo que él era un “Cura Portátil”.

Fue el primer sacerdote en Mérida en adoptar el cleriman, el “cuellín” con el traje que sustituyó a la añeja sotana. Recuerdo que un sábado se presentó el Padre Rojo vestido con un cleriman en el Aeropuerto de Mérida. Por casualidad estábamos conversando Miguel Ángel Liendo, corresponsal del diario El Nacional de Caracas y yo. Se acerca a saludarnos y Miguel Ángel aprovecha para pedirle al fotógrafo que nos tome una fotografía. A los pocos días en la Sección de Provincia de El Nacional salió la foto en la cual estamos Liendo, el Padre Rojo y yo. No pasó mucho tiempo sin que los demás sacerdotes de la curia, aún los más conservadores y recalcitrantes, estuvieran luciendo el cleriman y dejaran las sotanas solo para los actos religiosos.

Incursionó en las redes televisivas con su programa “Al Rojo Vivo” en la Televisora Andina de Mérida TAM, fue editorialista en Radio Cumbre, en Radiodifusora Andina, en Éxitos 15 60 y columnista de opinión en el diario Frontera.
Nadie puede negar que el Padre Rojo fue un hombre polifacético, primero sacerdote y luego periodista. Orador de tronío, tanto sagrado como profano, de verbo encendido que sabía llegar tanto al docto como al iletrado.
Siempre estuvo vinculado a las causas nobles y progresistas que significaron un avance para Mérida.

En el año 1957 fue fundador con otros merideños emprendedores como César Guillen Calderón, Manuel Méndez León, Miguel Delgado Febres, Alfredo Dini Ruiz, Pedro Pulido Hernández, Enrique Febres Arria y Manuel Camacaro  del Cuerpo de Bomberos de Mérida, y como su Capellán oficiaba en la sede la misa los días domingo a la cual asistían, no solo los efectivos del Cuerpo y el personal administrativo, sino muchos feligreses de las urbanizaciones cercanas a quienes atraía además del cumplimiento del precepto dominical, la acertada explicación de las homilías centradas en el pasaje del Evangelio del día.
Como representante del diario El Vigilante formó parte de la Junta Directiva de la Cámara de Comercio e Industria del Estado Mérida en el bienio 1969-1970, que estuvo integrada así: Presidente, Miguel Delgado Febres; Vicepresidente, Eccio Rojo Paredes; Secretario Ejecutivo, José Gibert; Tesorero, Pedro Rendón Márquez; Vocales, Rafael Ramón Uzcátegui Lamus, Gil Abad Parada, José Valero Montilla y Eugenio Duran Useche; Comisario, Ángelo Imparato; Consultor Jurídico, Álvaro Sandia Briceño. Las reuniones tenían lugar en un local comercial del Edificio Tacarica, propiedad de Don Luis Alipio Burguera, ubicado en la Avenida Tulio Febres Cordero, cedido gentilmente por su propietario, quien nunca aceptó que se le pagara canon de arrendamiento alguno. 
El Padre Rojo le dio amplia publicidad en El Vigilante a las actividades de la Cámara de Comercio cuya Junta Directiva integró y como estaba empezando el sistema de fotograbado en el periódico, todos los directivos posamos para las fotos que luego fueron publicadas.    

Su amistad con los componentes de las Fuerzas Armadas Nacionales acantonadas en Mérida lo acercaron a los hombres de cuartel. La Guardia Nacional lo designó su Capellán. Con el tiempo fue asimilado con el grado de Capitán y ascendió hasta el grado de Teniente Coronel. No solamente fue el asesor espiritual de oficiales y soldados del Destacamento de esta ciudad, sino le correspondieron las duras tareas de ir a las guerrillas del estado Apure para desempeñar igual cometido entre las tropas que defendían la integridad de nuestro territorio de la amenaza de grupos paramilitares.
Fue Cronista de Mérida nombrado por el Concejo Municipal del Distrito Libertador, cargo en el cual sustituyó al historiador y genealogista Don Ramón Darío Suárez.

Siempre estuvo vinculado a los sectores que propiciaron el turismo. Su defensa del Teleférico de Mérida, cuando antes de inaugurarlo sectores del gobierno nacional de entonces  quisieron venderlo a México como chatarra, fue de antología. Fue Asesor de la Junta Directiva de la Cámara de Turismo del Estado Mérida en los años 1983, 1984 y 1985 en la Presidencia del empresario hotelero Felipe Puleo Pisani. 

En diciembre de 1967, dentro del programa para la inauguración de la Plaza Monumental de Toros, y en acto especial celebrado en el Palacio de Gobierno del Estado Mérida, recibió de manos del Gobernador del Estado, Profesor Gustavo Amador López, la Medalla al Mérito Turístico, distinción que también les fue impuesta a connotados personajes vinculados a distintos sectores de la ciudad y del país, entre ellos, líderes empresariales, ejecutivos de líneas aéreas y de cadenas hoteleras, directores de medios de comunicación radial y escrita, nacionales y locales, productores de cine, intelectuales, artistas, políticos y legisladores.  
  
Fue un apasionado de la fiesta de los toros. La construcción de la Plaza Monumental de Toros, que hoy lleva el nombre de Román Eduardo Sandia, tuvo en El Vigilante eco y resonancia. Integró algunas de las Juntas de Ferias y Fiestas y fue el primer Capellán de la Plaza de Toros designado por la Comisión Taurina Municipal que presidió Don Luis Alipio Burguera y que estuvo integrada por Luis Alfonso Cárdenas, Rafael Ángel Orta Añez, Oscar Otaiza y Raúl Febres Cordero.

Cuando se inauguró la Plaza Monumental de Toros y luego de la procesión que trasladó la imagen de la Inmaculada Concepción, Patrona de la ciudad de Mérida, desde la Catedral hasta el recinto taurino y después de las aguas lustrales impartidas por Monseñor José Rafael Pulido Méndez, Arzobispo Metropolitano de Mérida, se celebró una Misa Taurina que concelebraron el Padre Juan Eduardo Ramírez Roa y el Padre Eccio Rojo Paredes, ante una multitud emocionada integrada por merideños y visitantes. 

En el Anuario “A los Toros”, Manual del Aficionado Taurino, que publica la Comisión Taurina Municipal, en el No. 28 correspondiente a febrero de 2009, escribió el Padre Rojo lo siguiente: “Como escenario de la fiesta brava –que para ello nació- la Monumental de Mérida se ha ganado sitial de honor en el país, ha ido forjando su propia historia y es un cofre de recuerdos que conserva en su acontecer nombres, experiencias y anécdotas, como síntesis de lo que en su seno ha acontecido”.
El Padre Rojo asumió la dirección de El Vigilante en el año 1948 siendo Rector de la Universidad de los Andes el Dr. Edgar Loynaz Páez y vio pasar unos cuantos rectores por el solio de Ramos de Lora. Su relación con la Universidad y con las autoridades académicas fue siempre cordial, aunque no exenta de algunos desencuentros. Entendió que Mérida y la Universidad han estado y siempre estarán unidas. A través de sus Editoriales quiso dar luces e indicar el camino acertado cuando rectores y decanos no siempre estaban en sintonía con la realidad de la ciudad y del país.
Recibió del Rector Magnífico Dr. Pedro Rincón Gutiérrez, la Distinción Bicentenaria de la Universidad de los Andes, por su colaboración y defensa de los ideales universitarios.
Como Mariano Picón Salas, comprendió que “El destino de Mérida se asocia desde entonces e indisolublemente, al de esta casa universitaria que ha sido, tal vez, nuestra mayor empresa histórica. Y en el auge y la defensa de ella, en el cuidado con que debemos ayudarla y mejorarla siempre, se involucra y responsabiliza nuestro civismo regional como parte entrañable de nuestro común deber de venezolanos”. (Mariano Picón Salas “Viaje al Amanecer – Nieves de Antaño”. Mérida. 1981).
    
El Padre Rojo fue un buen amigo y gozó del afecto y del respeto de la comunidad merideña. Hizo de la amistad un culto y lo demostró a través de sus múltiples relaciones sociales.

Profesó una devoción filial a quien fue su mentor y guía el Arzobispo Chacón, igual al Cardenal José Humberto Quintero y al Arzobispo José Rafael Pulido Méndez. La amistad nacida en el Seminario la continuó con los Presbíteros Luis Negrón Dubuc, Juan Eduardo Ramírez Roa, Pedro Moreno, Alfonso Rojas y Alfonso Albornoz Pérez.

Disfrutó por igual de los Hoteles de Cinco Estrellas y de la Casa Cural de La Azulita con su amigo el Padre Deogracias Corredor Rojas.

Jugó dominó con el Presidente Caldera y compartió mesa y manteles con el Presidente Carlos Andrés Pérez y con los empresarios Siro Febres Cordero y Rafael Ramírez Castellano. Fue cercano al General del Ejército Ángel Evelio Rodríguez Corro y al General de la Guardia Nacional Luis Ramón Contreras Laguado. Las casas de los Gobernadores Luciano Noguera Mora, Edilberto Moreno Peña, Germán Briceño Ferrigni y Rigoberto Henríquez Vera, cuando estos estuvieron en funciones y aún después, siempre estuvieron abiertas para el consejo oportuno y el palique social.

Las responsabilidades en el Cuerpo de Bomberos lo hizo estrechar vínculos con César Guillén Calderón y con José de Jesús Avendaño, fue siempre cordial con sus vecinos Enrique y Ligia Febres Arria y Claudio y Lilia Corredor Muller, pero particularmente fue amigo de Virgilio Angulo Mata, Gerente del Hotel Prado Rio, con quien departió en los gratos ambientes de la institución hotelera o en su cabaña donde conversaban sobre las menudencias de la cotidianidad merideña o veían los culebrones de las novelas de la televisión venezolana.
Veló siempre por sus padres don Juan y doña Chela a quienes dotó de confortable y modesto hogar, sirvió de guía a sus hermanos menores y particularmente fue afecto con Auxiliadora quien le sirvió de apoyo en la casa y en su vida de sacerdote, de periodista y en sus encuentros sociales.
  
Hizo de la caridad cristiana, una de las tres virtudes teologales, uno de los principios de su vida, porque fue solidario con el sufrimiento ajeno. No hubo pobre ni necesitado que se acercara a su casa o al taller de El Vigilante que saliera con las manos vacías. Mantuvo un sistema de becas para estudiantes sin recursos para que pudieran proseguir su educación. 
Autoridades eclesiásticas, políticos y escritores se refirieron con frases amables que quisieron dibujar la impronta que había significado el Padre Rojo para la ciudad.

El hoy Cardenal Baltasar Enrique Porras Cardozo, Arzobispo Metropolitano de Mérida, en el Liminar del libro “Desde El Linotipo -1950-“, que recoge los Editoriales del Padre Rojo al frente de la dirección de El Vigilante durante ese año, expresa lo siguiente: ”Vale la pena leer las páginas de aquellos editoriales llenos de la juventud y arranques de un hombre apasionado, que hizo de la máquina de escribir y el linotipo, su púlpito para predicar el Evangelio y su concreción en la vida de esta tierra merideña que la amó e hizo suya hasta la muerte”.  (Pbro. Eccio R. Rojo Paredes Desde el Linotipo -1950- Mérida. 2006).

Su hermano Helímenas, Arzobispo Emérito de Calabozo, escribió en la Presentación del mismo libro lo siguiente: “El Padre Rojo luchó con el arma de su pluma y el verbo de oro, como el Crisóstomo, y librando batallas, a veces descomunales, por la justicia, por la verdad y por la paz, como el Cid, con quien solían compararlo sus amigos”.

El ex Gobernador, político, parlamentario y diplomático, Rigoberto Henríquez Vera, se expresó así: “Ser dotado de extraordinarias facetas humanas, reunía las más eximias cualidades para distinguirse como genial protagonista de un quehacer cotidiano difícil de superar. Venezolano con un elevado sentido de responsabilidad, sacerdote, escritor, periodista, militar asimilado, tenía necesariamente que cosechar multiplicados frutos en sus delicadas funciones eclesiásticas, intelectuales, castrenses y civilistas”. (Rigoberto Henríquez Vera “Cultores y Forjadores Merideños”. Publicaciones “RIHEVE”, Mérida. 2001).
El Dr. José Humberto Ocariz, trazó en un simpático soneto su semblanza, que dice:
ECCIO ROJO
Cuando entre los buenos oradores
alguien decía, sin reticencia alguna:
al Padre Eccio le roncan los motores
cuando le echa la pierna a la tribuna.

Si le hablamos de edad, arruga el ceño,
impulsando eficaz a “El Vigilante”
demuestra fortaleza de gigante
a pesar que parece tan pequeño.

Es buen amigo y fablistán ameno,
le gusta el vino cuando el vino es bueno
y si lo pican, en respuesta muerde.

Debo aclarar dos cosas de este hermano:
aunque muy merideño, es trujillano
y en colores no es rojo sino verde.
(José Humberto Ocariz E. “Molino de Piedra”. Mérida. 1981).
El soneto de Ocariz resalta dos aspectos del Padre Rojo, es trujillano aunque muy merideño y es verdad, porque nació en un hogar de padre trujillano de San Lázaro y de madre merideña de Timotes. Allá, en los desayunos de la casa en Niquitao, cuando era un muchacho, doña Chela supo combinar el mojo trujillano con la arepa de trigo mucuchicero amasada con las curtidas pero amorosas manos de quien le dio el ser.

Sobre sus coterráneos, Mario Briceño-Iragorry en “Mi infancia y mi pueblo”, anota lo siguiente: “Cuando los trujillanos llamamos “tierra de María Santísima” a nuestra región nativa, más que por recordar el mariano y pacifico patrocinio original, o por imitar a los alegres sevillanos, lo hacemos movidos del deseo de testimoniar en forma sencilla el arraigado afecto para nuestro lugar de origen” y prosigue: “No ha sido el trujillano hombre recoleto, pegado con ombligo de bejuco a la montaña nutricia. Cuando sale de sus lides nativas, bien enterrado lo deja, como signo de religiosa unión con la tierra natal, para darse a la vida nacional, sin otro afán que los intereses indiferenciables de la Patria”. (Mario Briceño-Iragorry “Obras Selectas”. Ediciones Edime, Madrid. 1966).

El Padre Rojo llegó a Mérida muy joven. Venía de sus tierras trujillanas. Aquí se consiguió con una ciudad, como la describe Simón Alberto Consalvi “asentada en una altiplanicie de 1.640 metros sobre el nivel del mar, rodeada por cuatro ríos (el Chama, el Milla, el Mucujún y el Albarregas), que kilómetros después de erosionar los cerros se juntan para perderse en los tremedales adyacentes al Lago de Maracaibo, donde se confunden la tierra y las aguas, donde tierra y aguas forman un estero y pierden su nombre para llamarse simplemente barro. Al frente de la ciudad está la Sierra Nevada que se recorta en las mañanas en la trasparencia del aire y en los reflejos del sol sobre la nieve”. (Simón Alberto Consalvi “Profecía de la Palabra”. Tierra de Gracia Editores. Caracas. 1996). Esa ciudad, esos ríos y esas tierras, amén de la Sierra Nevada, todo lo hizo suyo ese trujillano-merideño que se llamó Eccio Ramón Rojo Paredes. 
Fue ordenado sacerdote el 25 de abril de 1948 y se acercaba a cumplir los 45 años de vida sacerdotal el 25 de abril de 1993.

Días antes acordamos almorzar en el Hotel Prado Rio, muy de sus querencias, para conversar sobre el programa que había dispuesto para conmemorarlos. Quería concelebrar una misa en la Catedral Basílica de Mérida, con sus hermanos más cercanos en el sacerdocio, y luego “sentarse a manteles”, una frase típica suya, en un almuerzo familiar que compartiría con unos pocos amigos. Casi al final de la reunión le pregunto: Por qué no esperas a cumplir los 50 años de sacerdocio y lo celebras por todo lo grande? Y me respondió con otra pregunta: Y si no llego?...y no llegó! 
German Briceño Ferrigni, dijo en la oración fúnebre pronunciada en la Catedral Basílica Menor de Mérida en el acto de sus exequias: “Limitare mis palabras…a poner de resalto algunas de las muchas virtudes que adornaron la vida de este hombre singular, pequeño de estatura, enjuto y magro de cuerpo, pero a quien el Señor enriqueció con una inteligencia aguda y poderosa, una ciclópea reciedumbre espiritual y un enorme y generoso corazón”. (“A los Toros” Manual del Aficionado Taurino. Febrero de 1977).
 
Murió el 2 de noviembre de 1996 a la edad de 72 años. Su hermano, Monseñor Helímenas Rojo Paredes, entonces Obispo de Calabozo, presidió las exequias. En la misa de cuerpo presente celebrada en la Catedral de Mérida, el Dr. Germán Briceño Ferrigni pronunció el Elogio Final y calificó al Padre Eccio Rojo Paredes como nuestro “Pequeño Cid”, acertado calificativo, porque el Padre Rojo sigue librando y ganando batallas por Mérida, después de veinticinco años de haber sido sembrado en esta su tierra merideña donde nunca dejó de ser el trujillano raigal de siempre.

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