Crónica de la 13ª de la Feria de Abril
POR JAVIER JIMÉNEZ
Tiene el toreo en el embroque su padrenuestro. Éste puede hacerse más retrasado, con mayor o menor inercia. Con más altura o mano baja. Pero sin él, no hay toreo que valga y entramos en el terreno de la emoción, pero no de la dominación. Llegaba la corrida de Miura con un encierro variado de pelaje -algo que cada día parece más raro-, de impoluta presentación, de grandes cuerpos y largos de viga, pero con la fineza clásica, que dio interés de principio a fin en un interesante festejo. Con las opciones del toreo en la medida de sus embroques -el tercero fue el de más humillación- Esaú Fernández cortó una oreja. Regresaba Escribano en nueva gesta de torero valiente y dejó la faena más importante por conseguir el toreo cuando no había entrega, mientras que el presidente se puso dogmático con El Fandi. Precisamente, con la de Miura.
Tiene el toro de Miura una personalidad que hace romper cada dogmatismo en el toreo. Precisamente, porque éste no aparece, sino hay embroque. Analizar una corrida, desde todos los puntos, -incluido el presidente- es negar el propio sentido de la corrida de Miura. Y, por tanto, su grandeza. Hasta cinco veces se fueron los toreros a la puerta de chiqueros para recibir a los de ‘Zahariche’. Largos como varios días sin pan, estos trances dejaron sus salidas sin ovaciones por su impoluta presencia. Fue el tercero un toro con cuello, al que más le cerraba la cara, con armonía. Vivo en su mirada y de hocico rata. En los primeros tercios, marcó su tendencia a humillar, quedándose muy corto, sobre las manos. También, su falta de poder, lo que levantó las protestas de una parte del público. Sin embargo, como tuvo embroque, fue posible alargar los viajes en una faena de Esaú Fernández de mucho compromiso. En un constante perder y ganar pasos, ganó el toro en largura y el muletazo en mando. Se cumplía el padrenuestro del toreo. Una tanda al natural hizo sonar la música en una faena que contó siempre con el interés de hasta dónde iba a llegar el viaje del toro y hasta cuándo su fondo. Tras una estocada, paseó una oreja.
A la puerta de chiqueros se fue Esaú Fernández, para recibir al sexto. Espoleado por las cuatro anteriores de su compañeros y con la mirada puesta a la Puerta del Príncipe: un ramillete de lances a pies juntos con una media de remate después de la porta gayola. Se arrancó el toro en rectitud y de largo al caballo de picar, desarrollando sentido en un complejo tercio de banderillas, con la cara a la altura de los palos. El público -que había vibrado durante toda la tarde con El Fandi y Manuel Escribano en banderillas- protestó las pasadas, obviando esta vez la complejidad de un astado que ya marcaba la ausencia de embroque. Sin opción de mando o dominio posible, Esaú se fue a por la espada, tras ponerse por ambos pitones y aguantar varios atragantones sin ir nunca el toro metido.
Regresaba Manuel Escribano después de la gesta, protagonizando precisamente otra: la de regresar en tan sólo una semana, para matar una corrida de Miura. ¿Cuál es el límite de los toreros? La ovación que le tributó La Maestranza después del paseíllo recordaba el momento de mayor emoción de la feria. También la tensión, cuando apareció el morlaco por la puerta de chiqueros sin fijeza ninguna y se quedó frenado en la puerta de chiqueros. En sus manos estuvo la faena de más importancia de la tarde, precisamente, por hacer el toreo a un toro sin embroque. Tras un recibo a la verónica jaleado por el público, comenzó Manuel Escribano su faena en el centro del ruedo con varios cambiados por la espalda, con la testuz a la altura de los hombros. Buscó el sevillano en las primeras tandas la media altura y distancia, de traerlo sin exigencia, pero dominado. A su altura, pero no a su aire. Intentando, que las descompuestas embestidas no cogieran la presa de la muleta.
En línea recta, dando un tiempo entre muletazo y muletazo, consiguió Manuel Escribano dos cosas: que el toro tuviera embroque y que encima lo hiciera con largura. De su mano, surgieron los muletazos más hondos y de mayor largura. Siempre asentado en las plantas antes del embroque, pero sin perder en ocasiones el juego de pies. ‘¡Qué torero más bueno!’, decían por el tendido. Una faena importante de premio. Sin embargo, el acero sólo entró en medio filo. No pidió el público la oreja, tampoco una vuelta al ruedo de ley. El quinto, fue el más deslucido, porque sus embestidas, carentes de poder y sin celo, no permitieron ni la lucha.
Llegaba El Fandi a Sevilla para matar la de Miura con todavía signos de su grave lesión en la zona lumbar en el invierno. Una dura tarde de examen de la que tuvo que salir El Fandi con una oreja en sus manos. Pero la mano del presidente siempre va para dentro en las mismas corridas. A la puerta de chiqueros se fue el granadino en sus dos ocasiones, sin dar ni un ápice de debilidad en los tercios de banderillas y con dos faena de mucha técnica y oficio. Tuvo el cuarto una embestida más larga al natural, que por el lado diestro. Sin embargo, El Fandi lo vio más claro a diestras. Una tanda al natural dio argumento a una faena. También, la gran estocada con la que rubricó su seria tarde. El primero, echó el freno de mano pronto tras orientarse en el inicio de la faena de muleta. El público pidió la oreja a El Fandi, pero el presidente sacó dogmatismo y evitó sensibilidad. Negando la dureza y también la grandeza de la corrida de Miura. Contextualizar debería ser el padrenuestro del palco. El del toreo seguirá siendo el embroque.
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