Crónica de la 5ª de la Feria de San Isidro
Mundotoro
Es Madrid siempre lugar de graduado para aquellos que triunfan en Sevilla. Una prueba para consagrarse en el toreo o de frenazo que te devuelve los pies al suelo. Venía El Parralejo de echar una corrida más cantada que realmente brava en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y llegó a Madrid, en pleno día de San Isidro, con una corrida fea, muy dispar de hechuras. Tanto, que imaginar una embestida flexible en tanto cuerpo era un ejercicio de fe absoluta. Además, se movió mal, pues le costó siempre el apoyo necesario para ligar los muletazos en varios toros por un problema de coordinación. Con tan poco material, Miguel Ángel Perera volvió a demostrar ser un torero extraordinario. Dominio perfecto de sitio, trazo y temple. Látigo y seda. No pudieron hacer lo mismo Paco Ureña con un lote sin opciones; ni Alejandro Fermín, que vestido de Chenel y oro, no consiguió el triunfo soñado. Se podían soñar muchas cosas, menos que la corrida embistiera.
Tuvo la de el Parralejo una primera parte de movimientos poco coordinados, doliéndose cada vez que la necesaria ligazón los obligaba a girar. De los tres primeros, fue el segundo el que sacó más fondo, que no mayor calidad, gracias al trato exquisito de Miguel Ángel Perera. Marcó en los primeros tercios una falta de fuerza que no se potenció porque no había entrega. Al igual que el manso no se gasta en el tercio de varas, tampoco se cae un toro que no se emplea por muy poca fuerza que tenga. Una embestida descompuesta, inercia corta y siempre apoyado sobre las manos fue el toro. La media altura elegida en la primera parte de la faena, fue subiendo en su poder a medida que el extremeño bajó la mano. Es cierto que el toro sacó más humillación y un viaje más largo al natural. En parte, por las series anteriores. Un trasteo paciente, de largo recorrido, que se quedó siempre en la puertas de algo más.
Más descarado de pitones fue el cuarto, aunque sin estar cuajado de atrás. Comenzó Miguel Ángel Perera de rodillas en el centro del ruedo, levantando el ánimo de unos tendidos que por aquel entonces estaba más pendiente de los cuatro goterones que caían del cielo. ‘Mira que como encima nos mojemos’, decían en los tendidos. En la primera serie, con inercia, el toreo sobre la diestra tuvo ligazón y mucho temple. Una tanda perfecta en cuanto a ritmo y trazo, siempre empapando de muleta el hocico de toro. Había manseado el castaño de El Parralejo en el peto, buscando el pecho del caballo, y en la segunda tanda, ya sin inercia, perdió el celo. El remate por alto deslucía los muletazos y la colocación. Optó entre los cuatro pitos el extremeño por meterse entre los pitones, para seguir toreando, más de uno en uno. Hubo poder y dominio en una faena que fue a más. Lo único desafortunado de Perera durante la tarde fue la espada.
El primero fue el de más opciones de la corrida. Muy en Jandilla por su expresión astracanada y un punto basto de hechuras, empujó en el caballo en dos ocasiones con los cuartos traseros, después de salir manseando en el primer encuentro al sentir el castigo. Fue a más en su humillación el astado y tuvo una embestida siempre con clase y con el pitón de dentro. Sin embargo, girar para embestir en el siguiente muletazo le costaba de más por su descoordinación y su embestida acabó a la defensiva, tras una seria al natural en línea curva que le dolió. El sexto, muy serio y con mucho cuerpo, embistió siempre sin entrega y con los pechos, descomponiéndose al tocar el engaño. Faltó mayor limpieza en el trasteo de Alejandro Fermín, que en el inicio de faena al toro de su confirmación de alternativa dejó las series más destacadas sobre la diestra de su tarde. Con el acero, tampoco estuvo acertado.
Fue una tónica general de la corrida embestir sin entrega y más sobre las manos, pues, salvo el primero, ningún viaje tuvo su fuerza motriz en los cuatros traseros. La verdadera bravura. Para poco valió el lote de Paco Ureña. Su primero no aguantaba el poder y el quinto, casi pareció escaparse de la pradera de San Isidro o de aquellas hermandades que caminan estos días por los senderos de Huelva. Imaginarse embestir era casi un milagro. Bastante tenemos con pedir a San Isidro agua, para aumentar la lista de ruegos y súplicas. Eso sí, la tolva de pienso, a partir de ahora, lo agradecerá.
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