sábado, 20 de diciembre de 2025

El Burro de Don Hilarión: Un Arresto entre Hallacas y Brandy

Cuentos y Verdades de Álvaro Sandia Briceño

Por Germán D' Jesús Cerrada

​La historia de los pueblos andinos se ha escrito, muchas veces, entre las cuerdas de una gallera y los despachos de las jefaturas civiles.

 Álvaro Sandia Briceño nos traslada a esa Chiguará de tiempos gomecistas donde la autoridad y la amistad caminaban por la misma acera, compartiendo el mismo paso y, ocasionalmente, el mismo trago. 

Es la crónica de dos hombres de temple que se avecindaron en esas montañas: Hilarión Briceño, trujillano de Isnotú, y Genarino Rojas, merideño de la Cañabrava de Lagunillas. Ambos eran galleros, hombres de confianza del régimen y amigos personales de los generales Amador Uzcátegui y José Rufo Dávila, presidentes del estado en los días del gomecismo.

​En Chiguará, el poder tenía un apellido recurrente. Genarino Rojas, junto a su hermano Argimiro y su primo José Rafael, se sucedieron en la Jefatura Civil con tal permanencia que el pueblo, con una mezcla de sorna y respeto, los apodó "Los Monagas", en alusión a la dinastía que dominó el siglo XIX venezolano.

Mientras los Rojas mandaban —con Genarino casado con Doña Mercedes Ramírez—, Don Hilarión se unía a María Ferrigni y se dedicaba con rigor a sus tierras. Cada mañana, salía hacia su Hacienda Quizna para supervisar la producción y administrar las otras fincas familiares, El Alto y Platanillo. Lo hacía siempre en un caballo de paso, impecablemente aperado y vestido con una elegancia que desafiaba el polvo del camino: pantalones de montar, polainas, chaqueta, espuelas de plata y un sombrero de corcho, al mejor estilo de los exploradores boers en la India.

​Sin embargo, el contraste de esa estampa señorial era un burro negro de la finca, la humilde bestia de carga donde el peón de confianza, Casiano, bajaba al pueblo el sustento diario: plátanos, pacas de papelón, queso y hortalizas.

Un día, lo inesperado —y casi real maravilloso— ocurrió: al regresar de la hacienda, Don Hilarión encontró al burro negro muerto, justo frente a su casa en la estratégica esquina de la Calle Comercio. Aquel era el "Camino del Lago", la vía obligada hacia Maracaibo mucho antes de la Carretera Trasandina. Nadie supo explicar el deceso: si fue un infarto fulminante, la picadura silenciosa de una culebra o simplemente que al animal se le acabó el aliento frente a la puerta del amo; lo cierto es que el cadáver quedó allí, tieso y monumental.

​Pasaron dos días bajo el sol andino y el burro seguía allí, desafiando la higiene y el tránsito del pueblo. Ante el escándalo de los vecinos que no soportaban el hedor en la calle más concurrida, Genarino Rojas tuvo que actuar.

No hubo más remedio que ordenar el arresto de su compadre por doce horas. El único policía del pueblo se presentó con el oficio; Don Hilarión, hombre prevenido y de mundo, no se apresuró. Se tomó su tiempo para sentarse a la mesa y se fue "bien comido", preparándose para cualquier circunstancia que pudiera suceder tras las rejas de la Jefatura. Caminó las dos cuadras conversando animadamente con su custodio, mientras el pueblo lo vigilaba tras los postigos y las celosías, celebrando lo que creían era un triunfo histórico de la ley sobre el hacendado.

​Pero la "verdad" de este cuento estaba tras las puertas del despacho. Allí, Genarino recibió al "preso" con una sonrisa y una botella de Brandy Tres Estrellas ya servida. "Los pendejos del pueblo creen que este es un arresto formal", soltó Genarino, "pero yo no podía dejar que me echaras la vaina de mantener el burro muerto frente a tu casa". Aquella noche, entre el humo de los cigarros y las risas, compartieron la botella y unas hallacas trasnochadas que la abuela María envió a la medianoche, cuando ya Chiguará dormía satisfecha bajo la ilusión del orden.

​A las siete de la mañana, la ley y la amistad sellaron su pacto con un abrazo. Don Hilarión salió libre con la promesa de que Casiano arrojaría al burro por el barranco de Colepeje y, sobre todo, con el compromiso de verse el domingo siguiente en la gallera. Allí, en el redondel, los dos compadres se unirían de nuevo para defender el honor del pueblo apostando contra los gallos que bajaban desde Estanques. 

Así, entre un burro de muerte incierta y un brandy de estrellas, se tejía la historia profunda de nuestros pueblos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena la historia del burro muerto en Chiguara. Jefe Civil y hacendado, amistad entre seres humanos, bien educados.

Anónimo dijo...

No viví esa época, pero conocí la casa de Hilarion Briceño... Haciendo esquina con la botica de don amado.. tiempos para mí inigualables. Un saludo de German Rondon

Anónimo dijo...

La casa de don Hilarion Briceño no hacia esquina con la botica de don amado hace esquina en colepeje y allí en esa casa que aún existe vivió Román Rivero quien tenía ahí un negocio y el era encargado de la hacienda Quizna