domingo, 22 de abril de 2012


UNDÉCIMO FESTEJO DE LA FERIA DE ABRIL

Una tristísima desolación

"El festejo celebrado en Sevilla fue el reflejo del estado de coma que padece la fiesta a pesar de recientes apoteosis almibaradas"

Rivera toreando su segundo toro en La Maestranza. / JULIÁN ROJAS
¡Qué petardo!, ¡Qué vergüenza!, ¡Qué desolación! ¡Qué pena de fiesta! Entre todos la están matando y ella sola morirá más pronto que tarde. No queda la menor duda. Y mientras se produce el óbito, el público aplaude el toreo descendido a categoría de ordinariez; la autoridad le inflinge una estocada mortal con su reiterada pasividad, y los taurinos tratan de hacer caja con celeridad antes de que se agote este filón tan ventajoso para las figuras.

El festejo celebrado ayer en Sevilla fue el reflejo del estado de coma que padece la fiesta a pesar de recientes apoteosis almibaradas que solo consiguen ocultar momentáneamente la gravedad de la enfermedad. Hundida y desaparecida en combate se mostró la corrida de principio a fin. El primero era un toro cadavérico que el presidente mantuvo en el albero contra el sentido común; el segundo fue devuelto a los corrales por invalidez manifiesta, y los cuatro restantes ofrecieron sobradas muestras de estar lisiados, tullidos y noqueados. Como ya es habitual, los picadores ni se mancharon, y el tercio final fue toda una lección de cuidados intensivos para que los animalitos no fenecieran antes de tiempo.

Algo raro ocurre; o los toros están enfermos o alguna sustancia les ha sentado mal. No hay que estudiar veterinaria para concluir que no es lógico que un animal poderoso, bien alimentado y atlético ofrezca un desolador semblante mortecino tras su primer paseo por el albero. Aquí hay gato encerrado…
Así las cosas, es fácilmente imaginable lo que sucedió en el ruedo. Pues eso, nada que pudiera instalarse en el recuerdo un instante más de lo que dura la visión de las cosas.

Paquirri veroniqueó con gusto a su primero, destacó en uno de los tres pares de banderillas que puso, y ahí se acabó la presente historia. Dicho queda que el animal que abrió plaza era una birria, pero no menos que el cuarto; ante ambos ofreció un toreo sin fondo ni forma; mal colocado, muy despegado, abusando del pico… Así es imposible.

Un poquito menos muerto en vida estaba el lote de El Cid, pero el torero ha perdido la seguridad de antaño. Parece una sombra de lo que fue. No se confió con el malage segundo, al que muleteó de forma superficial. Parecía que habría faena en el quinto; varias tandas con la derecha tuvieron sabor y también rapidez. Un pase de pecho fue sencillamente monumental. Al tomar la izquierda, toro y torero no se entendieron, y todo se desinfló.

El mejor lote, por decir algo, cayó en las manos de El Fandi, que se lució por verónicas y chicuelinas con gracia y hondura. Puso banderillas de manera desigual, y con la muleta mostró sus carencias, suficientes para no provocar emoción. Ante su primero, mal colocado y con la suerte descargada; ante el astifino sexto, que tuvo más codicia en el tercio final, despegado, precavido y destemplado. ¡Y le pidieron la oreja…!
Entre los toros inválidos y los toreros ventajistas que buscan el alivio por encima de todo, el triunfo es una quimera. A pesar de ello, el público no se cansó de aplaudir. Que siga la fiesta. ¡Qué triste desolación…!

Torrehandilla / Paquirri, El Cid, El Fandi

Toros de Torrehandilla y Torreherberos, -devuelto el segundo-, muy justos de presentación, inválidos y descastados. El sobrero, de Montealto, manso y soso.
Rivera Ordóñez Paquirri: estocada baja (ovación); media y descabellos (silencio).
El Cid: pinchazo y estocada (silencio); pinchazo y estocada (ovación).
El Fandi: estocada baja y dos descabellos (ovación); estocada caída (vuelta).
Plaza de la Maestranza. 22 de abril. Undécimo festejo de abono. Tres cuartos de entrada.

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