FERIA DE ABRIL
Valor de ley
Los diestros Javier Castaño y Sergio Aguilar protagonizan el sexto festejo de abono en Sevilla
VÍCTOR VÁZQUEZ / SEVILLA
El diestro Antonio Barrera, en la faena con la muleta a su
primer toro. / J. M. Vidal
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Cada vez que salía de toriles, la
gente exclamaba y aplaudía la belleza de un ejemplar único del toro de lidia,
los Cuadri. La gesta de esta ganadería es una gesta romántica y el buen
aficionado tiene la ilusión de presenciar una de esas tardes que forjan una
ganadería, decir yo estuve allí con una corrida de Cuadri legendaria. Ayer no
ha sido. La impecable presentación de cada uno de los toros ha ido de la mano
de un comportamiento deslucido. Todos muy pegados a la arena, descastados,
faltos de fondo y peligrosos. Muy peligrosos.
Los buenos augurios que algunos de ellos dieron en el
caballo, como el primero, segundo y quinto, se perdieron en el último tercio
donde todos los toros se quedaron en media embestida. Solo el tercero tuvo algo
de recorrido y nobleza para poder intuir todo lo que este hierro puede transmitir
en una plaza y la tarde de ayer podría haber sido tediosa de no ser por que ahí
han estado tres toreros con valor de ley. Tres dignos depositarios de los
fundamentos de este oficio que han hecho de la tarde ayer una tarde
interesante.
Uno de ellos es Javier Castaño, un torero de esos que
ha pasado su travesía en el desierto para regresar con las canas propias del
que se encuentra a sí mismo. Cuando uno ve torear a Castaño tiene la sensación
de que ha nacido entre unos pitones. No es que domine las cercanías, es que las
disfruta, tiene este torero una genética hecha para las caricias de los
pitones. Y ayer, como muchas tardes, se ha visto a Castaño sereno entre las
astas de su peligrosísimo primero, al que ha sacado unos derechazos de valor,
aguantando lo imposible delante de la cara del toro y precisando su sitio entre
muletazo y muletazo. Ha llegado con esta lucha Castaño a los tendidos, a los
que ha ofrecido una faena de corte didáctico, en la que al final, iba
explicando con lentitud cuáles son las distancias, los pasos, los toques que
hacen embestir a estas bellas moles.
Con su segundo, más peligroso aún, Castaño se ha
vuelto a asomar al acantilado de las cornadas, solo que la gente ya se sabía la
lección y no ha valorado igual la exposición del salmantino. Toreó Castaño a
este su segundo sin desmontar, haciéndolo todo despacio y con una torería
visiblemente curtida por el tiempo. Quien se tuvo que desmonterar por justicia
fue su banderillero David Adalid, quien banderilleo los dos temibles toros en
un alarde de técnica y arrojo.
El mejor toro de la tarde fue el tercero, que cayó en
las manos de Alberto Aguilar. Fue este el más noble y el de recorrido más
largo, pero lejos estuvo de ser un toro fácil. Lo citó Aguilar por ceñidas
chicuelinas en los medios después de que el toro hubiese derribado al caballo
cogiéndolo por los pechos. Ya en la muleta, la faena de Aguilar fue un prodigio
de colocación, entendimiento y técnica, que sacó todo lo que ese toro llevaba
en el pitón derecho.
Con todo el canon del toreo
Toreó Aguilar cruzadísimo y firme, con la muleta
plana y con todo el canon del toreo honesto a sus espaldas. Como en todos los
toros de la tarde, descabellar se convirtió en un suplicio.Duro de piernas y
alto de cara, necesitó cuatro intentos Aguilar para doblar al toro y enfriar al
tendido. Entendió el torero peor a su segundo, al que no consiguió templar su
desclasada embestida. Fue ya al final cuando la plaza estaba de despedida,
cuando consiguió arrancarle dos naturales limpios y templados. Seguramente
sabía que ya casi nadie lo estaba viendo pero como los buenos toreros Aguilar
lo hizo por él.
Ha estado en su sitio Antonio Barrera aunque la
afición sevillana ya le trate como a un viejo conocido con el que tienes la
confianza suficiente como para echarle de casa en una tarde hostil. No se
merecía los pitos cuando intentaba robar algún derechazo a su peligrosísimo
segundo que no dejó en ningún momento de apuntarle con los pitones en el pecho.
Tampoco el comportamiento del toro era merecedor de un aplauso en el arrastre.
Eso sí, si se lo dieron por bello, bien dado está.
sexto
festejo de la feria de abril
Una amarga decepción
Fracaso de la corrida de Cuadri, uno de los ganaderos más respetados
Una muestra de que los toros son un misterio
- Antonio Lorca Sevilla
El fracaso de la corrida de Fernando Cuadri, uno de los ganaderos más respetados y queridos de este país, un reconocido científico del toro, ha supuesto una amarga decepción. Era la esperanza blanca y el triunfo necesario para volver a creer en el futuro. Pero, una vez más, se ha vuelto a demostrar que el misterio del toro es insondable. Es una lotería acertar con la manipulación genética para que la armonía exterior responda a un compendio de poderío, codicia, casta, bravura y nobleza.
Los toros de Cuadri tuvieron una presentación irreprochable, un trapío imponente, hondos y serios todos, aplaudidos la mayoría al salir al ruedo, una pasarela del toro guapo que produce una profunda admiración.
Pero ahí acabó su gracia. Los picadores los lucieron en los caballos, pero ninguno metió la cara en el peto y empujó con los riñones; antes bien, flojearon, se repucharon, hicieron sonar los estribos y cantaron, al final, la gallina. Ninguno de los seis acudió con franqueza a los capotes ni al cite de los banderilleros. Y ninguno llegó a la muleta con recorrido, con acometividad, con casta, con nobleza… Por el contrario, desarrollaron sentido, y se mostraron correosos, desangelados y sin recorrido. Una amarga decepción, y una prueba más de que la ciencia de Fernando es incompleta porque la bravura sigue siendo un misterio insondable.
Toros de Hijos de Celestino
Cuadri, muy bien presentados, serios y hondos, blandos, mansos, broncos y
descastados.
Antonio Barrera: media perpendicular y caída -aviso- y dos
descabellos (silencio); casi entera caída, cinco descabellos y el toro se echa
(silencio).
Javier Castaño: pinchazo, estocada, dos descabellos -aviso- y dos
descabellos (ovación); pinchazo y estocada contraria (silencio).
Alberto Aguilar: casi entera -aviso- y cuatro descabellos (ovación);
media -aviso- y ocho descabellos (silencio).
Plaza de la Maestranza. 17
de abril. Sexto festejo de abono. Media entrada.
Y frente a ellos, tres toreros valerosos,
que ocupan puestos en la zona media del escalafón y que andan a la caza y
captura de un éxito rotundo que los catapulte al estrellato. Pero tampoco pudo
ser.Vaya por delante que Barrera, Castaño y Aguilar se hacen acreedores de toda consideración y respeto al enfrentarse a cuerpo limpio con una corrida tan dura y dificultosa como la de ayer. Quizá, su única opción sea jugarse la vida ante estos duros hierros para aspirar a otros más cómodos o, sencillamente, salir airosos para continuar en la brecha de la dificultad extrema.
El problema se agiganta cuando toros como los de ayer exigen una entrega total para que se pueda tocar el triunfo con las manos. El valor no es suficiente; es necesario ese paso más que une el conocimiento técnico con la heroicidad.
Antonio Barrera, por ejemplo, estuvo valeroso y aseado, pero muy por debajo de la condición de su segundo oponente. Es difícil torear más despegado, más fuera cacho, más al hilo del pitón, más aliviado y ventajista que este torero ayer. Y así no se deja nunca de ser una promesa. Ese cuarto toro lo superó con creces, y nada pudo hacer ante el agotado primero.
El lote de Castaño, de cortísimo viaje y malas artes, solo le permitió mostrar una valentía rayana en la temeridad, metido entre los astifinos pitones, jugándose los muslos en cada trance. Y esa fue su victoria: asustar para poder seguir asustando. Muy meritoria, no obstante, su actuación.
Y la misma suerte corrió Aguilar, todo pundonor, temperamento y decisión. Quizá no estuvo a la altura del tercero, duro como los demás, ante el que le faltó mando en la muleta, y se la jugó ante el buey sexto, al que robó algunos pases por su ilimitado constancia.
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