lunes, 11 de marzo de 2013

Un siglo de dos orejas y rabo

Un siglo de dos orejas y rabo
Con su corbata y su sombrero, con la sencillez de su elegancia acostumbrada -«siempre llevé corbata»-, Leandro Martínez Toledo se dispone a alcanzar cien años. Mañana es su cumpleaños. Un siglo de vida plena, realmente feliz, de este hombre que nació en Motilla del Palancar, que se asentó después en Chiva, que quiso ser torero y que acabó cumpliendo sus mayores aspiraciones al ver a su nieto convertido en gran figura. Porque don Leandro es abuelo de Enrique Ponce, y quien descubrió en él, cuando era niño, que tenía grandes aptitudes para torear y llegar a lo que es.

De joven, cuando toreaba novillos, Leandro Martínez tenía el sobrenombre de 'El Motillano'. Le había entrado la afición a base de leer las crónicas taurinas en los periódicos que pillaba en la barbería donde trabajaba, allá en su pueblo conquense. Tenía sólo once años cuando se puso por primera vez delante de un becerro, en Almodóvar del Campo. Luego se trasladó a Chiva, a trabajar como oficial de peluquería, y poco después a Albal, donde conoció a un empresario que le ofreció torear en plazas de toros de diversos pueblos de alrededor de Valencia.

http://www.enriqueponce.com/portal/1/img/biografia/ponce_leandro.jpgMás adelante se integró en la banda cómico-taurina 'El Empastre', de Catarroja. Él protagonizaba la parte seria del espectáculo, con el que recorrió varias capitales españolas, y al mismo tiempo mantenía su actividad de novillero en solitario, llegando a torear cuatro tardes en la plaza de toros de Valencia y dos en Las Arenas de Valencia.

La guerra civil truncó su carrera, porque le llamaron a filas, aunque reconoce que no lo pasó del todo mal durante el conflicto, ya que no llegó a estar en el frente, sino que «me pusieron a cargo de un camión de intendencia y mi misión era llevar suministros, así que no pasaba tampoco hambre, porque yo era el que llevaba la comida». 

Durante la guerra estuvo en Cuenca, Madrid, Lleida y Girona y recuerda con especial detalle los viajes que hacía «con aceite desde Mollerusa, y de vuelta traía jabón para la tropa». 

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Al terminar la contienda volvió a Chiva y se casó con Enriqueta Yuste, la hija del patrón de la peluquería en la que se había empleado, y en la que continuó, naturalmente.

Ha tenido dos hijas, un hijo y siete nietos y a todos los varones ha intentado Leandro inculcar su gran afición taurina, hasta que su labor cuajó en Enrique.
 
En su casa de siempre, en la hoy calle Enrique Ponce de Chiva, a pocos metros de donde el pueblo alzó un monumento de reconocimiento al matador, el abuelo mira las fotos y trofeos de la habitación y dice que está mucho más satisfecho del gran triunfo del nieto que si hubiera sido el suyo, porque «es una bellísima persona, y puede con todo, porque tiene muchas condiciones».

leandro
Sus ojos de experto lo vieron muy pronto, cuando Enrique era un chiquillo. No tenía cinco años y ya andaba trasteando con la muleta por el pasillo. Con ocho ya se puso delante de un becerro, y con nueve acudió al concurso de la placita de Monte Picayo. Siempre con el abuelo Leandro detrás, enseñándole técnicas y maneras. Fue allí, en el Picayo de Puçol, donde El Litri (el padre) «lo vio torear y proclamó: si sigue así será una figura del toreo». El abuelo lo recuerda pleno de orgullo, «porque se ha cumplido». Luego vino la época de aprendizaje en serio, en Jaén, los prometedores inicios, hasta asentarse, deslumbrar y batir récords. Así que el abuelo Leandro tiene razones para cumplir cien años de felicidad. 

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