Mitad hombre, mitad rey de la selva, el Narasinja del toreo se abraza a los suyos. Imposible no contagiarse de la emoción. Con los dedos temblorosos como un castillo de naipes, tecleo mientras contemplo cómo sus sentidos sienten sin miedo, cómo parecen hablar los ojos y mirar las bocas.
El traje, desgajado
A ritmo de catorce estaciones
de Semana Santa, Fandiño ha atravesado la explanada entre la marabunta,
toda una explosión de algarabía y locura. El precioso traje canela y oro está
totalmente desgajado. Los machos, en el poder de la afición que ansiaba
el tesoro. Una manoletina se ha perdido en el camino a modo de Cenicienta con the end de perdices. «No quiero que lo arreglen ni que lo limpien», exclama mientras observamos las manchas de sangre que barnizan el vestido.
Su fotógrafa le enseña la imagen del milagro:
«Sin duda, hay un Dios allá arriba». En la cámara, la foto del
volteretón cuando Fandiño se tiró a matar sin muleta. «Es una profesión
de locuras, de benditas locuras.
Tenía una espinita porque lo hice en Bilbao y no salió bien». Entra al
quite su banderillero Arruga: «Yo creí que nos íbamos con las orejas,
pero camino del hospital...»
La mercedes avanza a ritmo de procesión hasta el hotel Puerta América. Sus seguidores golpean los cristales. Lo aclaman.
Y la emoción se agolpa, en esa extraña mezcla entre fiesta y funeral
que viven los toreros cuando alcanzan su sueño.«Es maravilloso rozar el cielo de Madrid, aunque me fastidia haber tenido que descabellar, porque la tarde era de tres orejones. No me conformo, quiero más», señala.
Los ojos de Fandiño esconden lágrimas:
«He hecho un esfuerzo para que no salgan». En ellas se halla la
felicidad y también el dolor «por aquellos que no están». Guarda
silencio y con voz entrecortada comenta a los suyos cuál fue su primer
recuerdo: «Mi abuelo y el padre del apoderado,
que vivieron los momentos más duros». Otro subalterno, Pedro, comparte
la frase del mentor: «Néstor dijo que daba diez años de su vida si abría
la Puerta Grande». Martes y trece, un buen día para morir y ahondar en la tierra prometida.
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