Un portón para bravos
Fandiño abre la puerta grande y Parladé echa un gran encierro
MARCO A. HIERRO,
Madrid
Tenía cortada una oreja. Apuntaba al esportón el premio necesario para abrir la puerta grande después de batirse cobre y talones con el bravo de Parladé, pero no se le antojaba suficiente a Iván Fandiño atravesar con premios simples el primer portón de su vida. Así que arrojó la muleta al suelo con la espada montada y buscó, con el cuerpo entre pitones, arrancarle las orejas poniendo en juego la vida. Fue el momento de una tarde que ya era suya. Ese instante la archivó en la historia de la Tauromaquia.
La épica de Madrid siempre se ha escrito con bravos.
La épica, la de la emoción palpitante y el corazón en mil puños. Con
bravos que llegaban a Las Ventas a jugarse la vida sin más trampa que un
trapo y con otros que tenían cuatro patas y vendían a cojón atrapar el
triunfo. Cuando ambos, un bravo de dos patas y otro de cuatro, se
citaban en la arena una tarde a la misma hora, llegaba la gloria además
del triunfo, que no es lo mismo ni de lejos.
Para que exista gloria debe haber un tipo dispuesto a que lo reviente un toro
con tal de rozarla con las manos. A que lo reviente de verdad, no con
frases hechas para impresionar a la audiencia en los medios de
comunicación. Pero también debe existir un toro que se quiera comer el trapo,
que galope con franqueza y codicia y se revuelva con ansia cuando le
vacían el viaje y sigue ayuno de carne o trapo. De esos salieron cuatro
en Madrid y sólo se mutiló el cadáver de dos que estaban en el mismo
lote. Fueron bravos los parladés, con su cara
por delante sin estridencias, su vareada anatomía, sus cinco quintales
justos y su expresión de seria nobleza. Una corrida de toros que tapó
las bocas que protestaron su estampa en las fotos del sorteo. La mitad
de esos no vinieron al festejo.
Vino un tío de Orduña con dos pelés que a
estas horas estará cenando con la sensación plena del deber cumplido.
Hoy no importan los contratos, la temporada o las estrategias. Hoy es un
tío inmensamente feliz porque apostó la vida y le devolvieron gloria, historia, inmortalidad. Porque no fue sólo el instante de la foto. Ese tal Fandiño,
que ya rondaba esa puerta cada vez que la veía, tenía escrito en el
destino que la tarde era hoy. Lo ayudó apostando en los cites de larga
carrera, aplastándose en los embroques de larguísimo dibujo que
empujaban para adelante los toros con las puntas vivísimas buscando
trapo. No era la estructura, ni la técnica, ni la capacidad lo que
estaban en el ruedo, sino la actitud, la ambición desnuda y sin trucos
de un tío que quiere ser torero muchos años más porque necesita este
sentimiento. Fandiño necesitaba vaciar esta tarde para sentirse tan lleno que no habrá luna que le reproche una miaja. Fue bravo con los bravos y llegó la gloria.
La vivió en tiempos pretéritos El Cid
cuando era bravo y necesitaba apostar para pulir su nombre. Una década
ha pasado desde que Manuel era bravo, y los bravos de hoy le levantan
las puntillas porque ya no es el torero de asentar las plantas y rechinar dientes.
Gestos contra el viento, contra el toro, contra la suerte. Y los demás
toreros pensando en pagarle un sueldo al que le meta la mano a El Cid en el sombrero de los sorteos.
Al toro le debes dar para que te
devuelva lo ofrecido en la mejor forma posible, dentro de su condición. Y
eso sucede siempre que hay verdad en la pureza ofertada. Al cuarto le
quiso ofrecer un Cid al que le gobiernan la voluntad los factores externos,
y se quedó en lastimoso intento de exposición sin ajuste en dos tandas
al natural. Lo peor no es que no quiera; es que parece que no puede. Y
eso no es nada bueno para un torero.
Tampoco lo es, en el circo de los
bravos, que un torero con dos contratos -ambos en la misma plaza- quiera
labrarse un futuro a base de limpieza y aseo cuando se juegan la vida
otros que están ricos. No debió ser fácil para Teruel ponerse las dos veces después de ver a Fandiño,
pero es lo que tiene jugarse la vida apartando los trucos, que le sube
el nivel a los demás. Y Teruel buscó manejar sus armas a falta de
corazón para atacar más. Hubo muletazos bellos con la mano izquierda,
hasta profundos los hubo en ocasiones, pero le faltó alma, corazón y
vida que desnudasen su apuesta y la hicieran incontestable a los ojos
del tendido.
Porque el tendido miraba a Orduña, donde le parieron los pelés
a un tío que hoy lo fue dos veces. A un bravo que hubiese alcanzado el
triunfo, por actitud, con cualquier material bovino, pero que amarró la gloria porque se los puso delante a dos bravos de verdad.
FICHA DEL FESTEJO
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, quinta de abono, tres cuartos de entrada. Toros de Parladé,
disparados de presencia. Embestidor y con calidad el noble primero; con
transmisión el bravo y exigente segundo; con calidad humillada sin
empuje el tercero; franco, bravo y exigente el gran cuarto; bravo,
humillador y con emoción el quinto; de movilidad y calidad a menos el
sexto.
El Cid (grana y oro): silencio tras aviso y silencio.
Iván Fandiño (canela y oro): oreja y oreja tras aviso.
Ángel Teruel (espuma de mar y oro): silencio y silencio tras aviso.
Saludó Miguel Martín tras banderillear al quinto.
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