
¡Va por ustedes!
Enrique Ponce riega de raza torera su regreso a Las Ventas
MARCO A. HIERRO,
Madrid
Tenía Enrique Ponce
cerrado en el burladero de retener al cuarto toro de la tarde de su
regreso a Madrid. Cuchicheaba la multitud que había colgado el 'no hay billetes'
hasta que se hizo el silencio por ver al de celeste y oro encaminarse a
los medios y brindar a la sobrecogedora rosquilla multicolor que lo
sacó a saludar una ovación al romperse el paseíllo. "¡Va por ustedes!", dijo Ponce con la raza y la fe de un tío que lleva 25 veranos mandando en esto.

Y hasta ellos se fue para ceñir los
doblones de un inicio torero e impositor, conjugando ritmos con la
embestida humillada y fija del Victoriano de turno, creciendo sobre la plaza de su tenaz desencuentro, a donde regresó maduro, quizá por última vez. "¡Va por ustedes!", salía diciendo Ponce cuando dejaba la cara, "para que os vayáis enterando".
Que no se pasa uno media vida encaramado al triunfo diciendo mentiras
ni verdades a medias, sino siendo capaz de torear largo, tocar preciso
con perfecta colocación, recoger las repeticiones con la muleta puesta,
apretando en los primeros y aliviando los remates, como en la primera
serie diestra. No llega uno a la cumbre si no es capaz de enderezar la
figura, dar el gusto a quien no gusta, sacar media muleta y girar sobre
las plantas sin exigir demasiado la pasada deslucida y sin sabor con la
armonía de una danza. Que no se permanece cinco lustros en la cima si no tiene uno los arrestos suficientes para dialogar sin palabras con quien no te quiere querer, porque no te entiende. Y aún así, Ponce les dijo "¡va por ustedes!".

Entre medias, Castella,
con su valor espartano, su impertérrito ademán, su enterrado talón y su
frialdad de costumbre. Fue esa indolencia eterna la que impidió que el
toreo se pusiera de su parte mientras le duró la chispa al de Toros de Cortés,
que hizo quinto con su mansedumbre a cuestas, pero también con su
galope franco, su codicia en la revuelta y su emoción en el tranco hasta
que lo pudo el galo. Poderlo, que no reventarlo, porque entonces se
defendió el toro y el francés más, dejando en los enganchones finales la
última palma, que se fue con el bajonazo.

FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, séptima de abono. Lleno de 'no hay billetes'. Toros de Victoriano del Río,
desiguales de presencia (enclasado y fijo el gran burraco primero; de
irregular humillación sin ritmo el segundo; una birria inválida el
tercero; noble y repetidor de media humillación el cuarto; bravo y con
fijeza el sexto a menos) y Toros de Cortés, el quinto, de rajada humillación.
Enrique Ponce (celeste y oro): silencio y ovación tras aviso.
Sebastián Castella (lila y oro): silencio y silencio.
David Galán, que confirma alternativa (blanco y oro): silencio y ovación tras aviso.
Saludó Javier Ambel tras banderillear al quinto.
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