jueves, 15 de mayo de 2014

Enrique Ponce pincha una elegante faena en su vuelta a Madrid

En su vuelta a Las Ventas, después de cinco años, Enrique Ponce logra el primer cartel de «no hay billetes»; la afición le hace saludar, después del paseíllo; sin triunfo rotundo, da muestras claras de su maestría. Los toros de Victoriano del Río no ofrecen más opciones: se mueven pero algunos flojean y, en general, resultan bastante deslucidos. Confirma la alternativa con dignidad David Galván. No logra brillar Castella.

David es hijo de Antonio José Galán, de Fuengirola, al que recordábamos la otra tarde porque entraba a matar sin muleta. Supone David la mayor incógnita de estos carteles: la afición madrileña apenas le conoce, ha toreado pocos festejos, aunque sí lo haya hecho en el campo. Este oficio es lo que más agrada de su actuación, además de la lógica disposición. El primero, un bonito burraco, flaquea mucho desde el comienzo. Lo recibe con lances templados. Brinda al cielo (a su padre, suponemos). Después de dos cambiados, abre el compás y enlaza derechazos mandones, con el defecto de agacharse demasiado. Falla con el descabello

Brinda el último a sus compañeros que están en el banquillo (un simpático detalle) y vuelve a mostrar las mismas cualidades: facilidad para conducir las nobles embestidas (ha tenido los dos mejores), mando y la casta que tenía su padre. La gente le ha acogido con simpatía.

Justo de presentación

El tercero es bajo, justo de presentación, levanta protestas; además, flaquea, parece derrengado de detrás, se cae a mitad de faena. Castella traza muletazos aceptables y mata caído. En el quinto saluda Ambel, en banderillas. El toro también flojea pero se mueve, incierto, a veces con arreones. Sebastián comienza con sus habituales pases cambiados. El toro va a peor, se raja, y no logra el diestro sacudir la rutina. Esta vez sí mata bien. 

El segundo toro sale suelto, es flojo. Ponce da buenas verónicas, ganando terreno. Brinda a su amigo Mario Vargas Llosa, que ocupa un burladero con su mujer, Patricia. Enrique tantea con elegancia, rodilla en tierra; liga muletazos desmayados, pero el toro se apaga por completo. Mata a la segunda.
Solo le queda, en esta Feria, el cuarto, que humilla poco, corta en banderillas, es muy incierto, pero Ponce lo brinda al público y despliega esa difícil facilidad que siempre ha tenido y que es privilegio de los grandes. Le consiente, le enseña a embestir, liga. La elegancia de algunos muletazos desmayados levanta un clamor (aunque también surgen las habituales protestas por la colocación). Concluye con preciosos ayudados por bajo. Mata a la segunda y falla con el descabello.

Lo que ha hecho Ponce en toda su carrera y también esta tarde es propio de maestros: una mente muy clara, un valor sereno y una elegancia natural, sin afectación; algo tan difícil como saber pensar y saber improvisar, en la cara del toro. ¿Cuántos lo hacen, hoy en día? Por eso, aunque le exija como a la figura que es, la gente le despide con una ovación. ¡Lástima que no haya firmado otra tarde, en la Feria! Seguro que se ha quedado con ganas de volver a torear en Las Ventas.

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