lunes, 19 de mayo de 2014

LA CRÓNICA DE SAN ISIDRO


El temple según Espada

El novillero corta una oreja con un porfión Lama y un desdibujado Posada

MARCO A. HIERRO, Madrid

Para templar a los toros hay que tener un punto de loco, pero también un punto de genio. Para templarlos, no para acompañar embestidas con más o menos armonía en el muletazo. Para templar a los toros hay que tener personalidad y sello, aunque sólo sea el día que se alinean los planetas. Y cuando éstos se ponen en fila y hay un tío dispuesto a morirse con el don del temple en el trapo, pasan cosas inolvidables.
Cuando pasaba media hora de las ocho de la tarde y Espada brindaba a la concurrencia su grito de "ahora o nunca" ya le había visto al cuarto la calidad humillada, la clase de profundidad volcada en los primeros tercios, pero también su desentendido pasar y su genio de único pitón en el penco de turno. Cuando Francisco acabó con él, la ovación de la plaza al burraco fue atronadora. El burraco de genio hacia adelante y empleo en los trazos pasó por bravo ante la parroquia de Madrid. Y esa obra la firmó el temple según Espada.

Para templar a los toros un tío tiene que estar seguro de las distancias y los terrenos; el burraco era de tablas para afuera para que durase más, para que luciese más y para que tardase más en buscar su sitio. Hasta allí se lo llevó Francisco en un inicio encajado, compuesto y vertical, tan aplomado como si llevase cien corridas. Dejaba correr al novillo para que llegase a su distancia. Luego tocaba y buscaba la repetición en línea recta y el vaciado. Cuando ambos llegaron a los medios el animal ya era suyo. El trapo le citó por abajo, le dibujó por abajo y lo gobernó por abajo desde la primera tanda, corta en la exigencia, mayúscula en el trazo. Y a más fue luego la bamba buscando belfo, prolongando pecho, con el sitio ganado desde la apuesta, enganchando preciso e imponiendo ralentí en los tres y el de pecho que armaban cada serie de mano diestra. Tan de pecho que hubo dos monumentales y otro inmenso, casi circular. Ese salió más de las tripas que del mismo pecho. Todo eso lo consiguió Espada templando a los toros el día que presentaba sus cartas en Las Ventas. Era el temple según Espada, que no es ni mejor ni peor. Es el de Espada

Para templar a los toros hace falta tener poso y un don divino que no le dan a todo el mundo. Por eso, además, conviene tener una cuadrilla que aplique temple cuando está en sus manos el animal que vas a lidiar. No fue el día de los hombres de Lama, pero fue listo el sevillano para aprovechar al tercero. Tuvo cierta calidad en su mansa huida hacia adelante, e inteligencia el chaval para dejársela en la cara, ganarle el paso y acompañar con armonía la aprovechable pasada sin entrega ni alma. Tampoco la derrochó Lama hasta que llegó una serie de fleco zurdo, desnudo al morro y tersura en el dibujo que moría tras la cadera de la mano natural. Profundo, sentido. El momento en que se dejó el alma. En los demás bañó el corazón. Con el sexto pudo dejar también la plaza por tragar hule en la porfía contra el orientado animal, y ahí no había llamado nadie al temple.

Lo llamó Posada de Maravillas en aquellas tardes veraniegas del año que ya pasó. Hoy a penas salió en un recibo de verónica mecida, cadenciosa y muñequera cuando saltó el quinto al ruedo, antes de que un inicio de recorte abrupto y bruscos ademanes le matase la poca gana que tuvo de embestir. Porque no fue el de hoy el Posada que espaeraba Madrid después de un año y pico de matar utreros. No vino el temple a acompañarle, ni el sello que sin duda tiene. Fue la de hoy una tarde que querrá olvidar, pero de la que debe acordarse para no repetirla nunca.

Podrá repetirla Espada porque le puso nombre al temple desmonterado en Madrid. Lo puso aquel día que llegaba de tapado a batirse el cobre con los primeros del escalafón. Lo puso porque tuvo fe, tuvo valor y tuvo cabeza para templar a los toros por derecho y en Madrid. Así, con virtudes y defectos, es el temple según Espada.

FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, undécima. Dos tercios de entrada en tarde nublada, lluviosa y fría. Seis novillos de El Montecillo, bien presentados y de juego desigual. Con clase y repetición el mansito primero, muy a menos; manejable, mansurrón y rajado el segundo; manso con calidad el burraco tercero; enclasado y profundo el buen cuarto; de mansurrona calidad venida abajo el quinto; orientado y a la caza el sexto.

Francisco José Espada (espuma de mar y oro): ovación y oreja.
Lama de Góngora (celeste y oro): silencio y silencio.
Posada de Maravillas (espuma de mar y oro): ovación y silencio.

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