Entre los nobles ejemplares sobresalió el cuarto, «Ilustrado» de nombre.
Quiso el destino que se encontrara con un novillero de ídem, instruido y
preparado para la empresa mayor del debut en Las Ventas. Francisco José Espada alzó su apellido en su estreno madrileño. El joven de Fuenlabrada aprovechó los manjares (no fáciles) de las embestidas, siempre con fijeza y con la cara bien colocada. Sobre la mano de la escribanía cimentó la firme obra. Inteligente y sincero, resolutivo y capaz, supo comenzar sin excesivas obligaciones hasta romperse cada vez más con el animal, con derechazos hondos, despaciosos y de tela a rastras, que de tanto bajarlas hasta se las pisó. ¡Cómo era «Ilustrado»! Y qué bien lo cuajó el debutante, que se hartó de torear soberanamente.
Temple, muleta planchada y cintura quebrada que miraban a la Puerta
Grande. Por el izquierdo también hoyó la tierra en una tanda de profunda huella. Cuando se perfiló para matar, la plaza ya rebuscaba el moquero en los bolsillos. La estocada desató la pañolada, con fuerza de ley,
como la oreja, aunque la faena bien superó un trofeo y la mitad de
otro. Espada se aferró a la peluda y la paseó por el anillo bajo el himno íntimo de la gloria. De la ovación a «Ilustrado»,
negro, de 507 kilos y herrado con el 13 contra supersticiones, aún
resuenan los ecos... ¿Qué tal una vuelta al ruedo, presidente?
Espada ya se había topado con un primero de excelente pitón diestro, que humillaba con clase. Con la ligazón y la nitidez por bandera, metió en la canasta a «Canastero», que por el zurdo se colaba e iba peor. Un pinchazo abortó la opción de triunfo. Con el cuarto llegaría, que ya está contado.
La otra faena interesante de la tarde fue la que Lama de Góngora planteó
con cabeza y técnica al tercero después de una lidia desastrosa e
interminable. ¡Qué pocos recursos de la cuadrilla para hacerse con un
manso! Pese a esa querencia y cierto aire rebrincado, «Chaparro» transmitió en la muleta
del sevillano, que se asentó y engarzó derechazos de nota entre otros
de tono más ligth. Menos ajuste surgió a izquierdas, aunque hubo pases
de pecho de pitón a rabo que causaron furor y el remate de un apasionado
pase del desprecio.
El pinchazo enfrió los ánimos para ondear los pañuelos. El sexto
derribó al picador y los monosabios hubieron de afanarse para desnudar al herido caballo y sacarlo del ruedo. Este «Cabrero», deslucidote, no dio opciones nada más que para la voluntad.
Posada de Maravillas dejó
detalles con gusto en una actuación con más forma que fondo. Con el
mansito segundo, aun sin finales pero con calidades, el dinástico trató
de componer bien pero sin hallar el acople necesario. Eso sí, ahí
quedaron preciosos remates, como dos trincherillas y uno de la firma. Con luz de torería antigua brillaron las verónicas al quinto, de escaso recorrido y con el que la conquista del éxito se antojó imposible.
La victoria tuvo apellido de calibre y ley: Espada, en impactante comunión con el ilustre «Ilustrado».
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