viernes, 9 de mayo de 2014

Un Tigre mexicano entre la mansada española que abrió San Isidro

Llegó el primer mundial de 2014. San Isidro, con la feria más larga de la historia, se adelantó al de Brasil. Del templo del fútbol al del toreo, convertido en un desfile de mansos. Desesperante. ¿Y los dos espadas españoles del cartel? No ambicionábamos un Pelé en Maracaná, pero qué manera de jugar hacia fuera y destorear; qué pocos recursos para lidiar la mansedumbre y de arriesgar a medias tintas.

El único que apostó de verdad fue el mexicano de dinastía que cerraba cartel: Diego Silveti. Como escribirían los revisteros antiguos, estuvo en torero macho. Sin más contratos en el esportón, expuso todo y más en el sexto, que hizo sufrir las de Caín a Luis Enamorado. ¡Qué fatiguitas pasó el hombre para dejar media banderilla! El esfuerzo grande lo enseñoreó luego su matador. Silveti quiso adentrarse desde primera en el camino clásico, y en un derechazo «Canturreño» lo prendió por la barriga, lanzándole un tremendo derrote a la cara. La sangre asomaba por la boca partida. No le importó. Allá que siguió con un toro que mostró pronto su peligro sordo. Había que conducirlo muy tapado y gobernarlo por abajo, y así lo hizo el bisnieto del Tigre de Guanajuato, convertido ayer en un depredador de raza.

Doble milagro

Aguantó y expuso una barbaridad, desde las gaoneras escalofriantes del inicio hasta el broche por bernadinas, que rozaban la locura quijotesca. Nadie las veía. Salvo él, y al primer cite el manso se lo llevó por delante. Doble milagro de su Guadalupana, que apareció en dos quites providenciales. Temblaba la plaza de miedo ante la temeridad, que pedía que lo matara, pero un valentísimo y hasta testarudo Diego volvió a jugársela por el mismo palo. Aquella faena de hombría solo se vio empañada con el acero. A Madrid le faltó sensibilidad para tributarle una ovación mayor que aquellas palmas de despedida.
A su anterior de Valdefresno, que lidió una corrida de desiguales hechuras y de mansísimo comportamiento, le faltaba remate para el mundial isidril. Largo y agalgado, ni le acompañaba la presencia ni el juego. ¡Qué descastadito fue! Y encima con ese genio que mostraba a cabezazos. Nada pudo hacer con este Silveti, salvo intentarlo con dignidad.

«Campano» estrena la feria

Había estrenado la feria «Campano», con divisa negra en recuerdo de su ganadero, Nicolás Fraile. Poco tardó en saludar al sol y hacer amagos de saltar en el «5» por su huida condición. Pero en el capote de David Mora y en el mecido quite por verónicas de Luque se vislumbraron sus calidades, con el pecado, capital en Las Ventas, de su falta de fuerzas. El toro se apalancó, y Mora nunca se puso en el sitio de la posible embestida, tan picudo siempre. Le recriminaron la colocación en el cuarto, manso hasta decir basta. Y basto de cuerna imposible. Y Mora que destoreaba. Un apaga y vámonos que se eternizó con el acero.
A medio camino de obra se quedó la de Daniel Luque en el quinto, que también tenía sed de tablas y con el que Neiro se ganó merecidos plácemes tras un corajudo par en el que voló por los aires. El de Gerena vio opciones a «Buscatodo» y brindó al público. Se gustó en el sabroso prólogo y se abandonó en la primera tanda. Pero el toro no estaba para desmayos y le propinó un pitonazo en la mismísima taleguilla. Para no dejar al descubierto intimidades, se enfundó unos vaqueros que no le abrochaban. Debían ser de la época de la comunión, como el traje... Valía «Buscatodo», y Luque toreó en versión 2.0 y 2.1. Ahora me relajo, luego me saco la embestida para fuera y después aprovecho la inercia. Entre la división de opiniones se despojó de la ayuda para marcarse unas luquecinas. 

Sin unidad de terrenos ni cabeza preclara, antes no supo explotar los viajes de «Pitudo». Apenas unos naturales con otro hambriento de tablas que tuvo veinte arrancadas como para plantarle batalla en su querencia. Si ahí hubiese dejado la muleta puesta, sin tantas ventanas abiertas, otro gallo podría haber cantado. Pero ayer el único que rugió fue el bisnieto del Tigre.

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