Infumable moruchada de Adolfo
Infumable, fea y muy armada moruchada del ganadero de Galapagar, que volvía a Pamplona tras 10 años de ausencia; Diego Urdiales, Manuel Escribano y Alberto Aguilar se estrellaron sin opciones en la penúltima de Feria.
Pase de pecho de Alberto Aguilar.
EFE
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ZABALA DE LA SERNA
Pamplona
Como Karen Blixen, Adolfo Martín en algún momento de su vida debió de tener una granja en África. Hay quien dice que algunos de los toros que saltaron ayer al ruedo de Pamplona se han visto en documentales de National Geographic. En las paredes de la casa de mi inolvidado cuñado Javier Meyer, Verónica conserva calaveras y encornaduras de bichos similares cazados en el Serengueti o en las faldas de Kilimanjaro.Javier se encaraba el rifle y... Los adolfos pamplonicas pedían un rifle a gritos. El exageradamente cornipaso quinto alcanzaba unas dimensiones en la vuelta de sus pitones que un ganadero texano los compraría para colocarlos en el frontal del Cadillac. Déjenme tranquilo al marqués de Saltillo, que de un toro asaltillado a un ñu va una degeneración racial como para un estudio de Darwin: la involución de las especies.
Tal y como saltó al callejón en plan huida de las dentelladas de un cocodrilo, volvió a recordar a la sabana africana. Toda la morucha corrida expuso comportamientos rarísimos fuesen como fuesen sus hechuras, cuya igualdad se producía sólo por la leña que las coronaba. La mayoría, como denominador común de los finales de faena, o lo que pudiesen hacer Urdiales, Escribano y Aguilar, se ponía a mirar a las musarañas o a buscar algún conocido por los tendidos a la vez que incrementaban la constante de gazapear. Los niños los saludaban con la mano como si estuvieran en el zoo. Por rizar el rizo, el cornipaso primero de Diego Urdiales, que fue un cabrón por dentro y se sacudía la muleta con violencia, consiguió andar de lado como los caballos de Pablo. Menos de toro bravo, los adolfos hicieron de todo. Coño, el ensillado y frentudo tercero, que abría los cuernos como si quisera abrazar a Alberto Aguilar, le aguantó la mirada de tú a tú al picador. Después por el derecho no se dejó ni uno con desarrollado sentido, y Aguilar a puro pulso esperaba el caminar del morucho con la izquierda puesta. Aquello, por no ser, no era ni acometida: el torero lo tapaba a su altura y ni a su altura conseguía que no asomase finalmente la gaita por encima del palillo. Qué merito.
No menos que Manuel Escribano a portagayola y en otra larga cambiada al penúltimo antes de que volase al callejón por los terrenos de sol; en aquel salto del cornivuelto monstruo se escondía la libertad que en su día debió disfrutar en la granja que, como Karen Blixen, Adolfo Martín tuvo en Áfica: «Yo tenía una granja en África», empezaba diciendo Meryl Streep en el papel de Karen en la mítica película con Redford.
Escribano luego puso a los tendidos en pie con un tercer par al quiebro y contra las tablas. Bestial. No lo superaría Ignacio Sánchez Mejías redivivo. El adolfo se desentendió de la muleta nostálgico de las nieves del Kilimanjaro.
Así como que lo de más gusto lo dibujó Urdiales con el trotón cuarto, que se asemajeba más por fuera a sus antepasados de lidia. Pero en las entrañas... Diego acompañó sus andares por una y otra mano con la muleta en los ojos, que el animalito no descolgaba. Hasta que entró en modo piloto automático con la vista perdida y gazapeando sin parar. Se lo puso difícil con la espada al paisano de Fernando Lázaro.
Las espadas se encasquillaron, lo que no les pasaba a los rifles de Javier que yo les hubiera dejado de haber sabido del bestiario. Bueno, Alberto Aguilar cazó habilmente al infumable y altísimo último, rebañador de caderas. Escribano pinchó muchísimo al enjuto segundo de desproporcionada cabeza. Como para disecarla. También se había postrado en la puerta de toriles, y brindó a Manolo Cortés -¡qué buen torero!-, que ayer se cumplía el aniversario de su presentación en Pamplona, un 13 de julio de 1968. Humilló algo más el adolfo entre el medio viaje y no pasar gateando. Sin maldad ni ideas. Memorias de Afríca: «Yo tenía una granja en...» ¡Ay, ganadero!
Ficha del festejo
- Monumental de Pamplona. Domingo, 13 de julio de 2014. Novena de feria. Unos 20.000 espectadores. Toros de Adolfo Martín tres cinqueños, tremendamente armados sobre diferentes hechuras y remates; cornipaso un 1º peligroso que se metía y sacudía la muleta; gateando y sin celo el enjuto 2º de medios viajes; alto y frentudo un 3º gazapón que sólo se dejó por el izquierdo por encima del palillo; noblón, andarín y distraído sin descolgar el manso 4º; cornivuelto hasta la fealdad el morucho y desentendido 5º; alto, frenado y rebañando por arriba el infumable 6º.
- Diego Urdiales, de azul turquesa y oro. Pinchazo hondo y otros tres pinchazos (silencio). En el cuarto, pinchazo, estocada atravesada y descabella. Aviso (palmas).
- Manuel Escribano, de azul marino y oro. Tres pinchazos y estocada rinconera. Aviso (silencio). En el quinto, dos pinchazos, estocada rinconera y descabello (silencio).
- Alberto Aguilar, de blanco y plata. Metisaca, media estocada tendida y dos descabellos (silencio). En el sexto, estocada trasera y desprendida (silencio).
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