martes, 22 de julio de 2014

Terrible momento de la cogida a Fortes en el tercero, afortunadamente...
Terrible momento de la cogida a Fortes en el tercero, afortunadamente de pronóstico leve. DAVID S. BUSTAMANTE

Preocupa cada vez más Jiménez Fortes. O al menos debería preocupar a su entorno profesional y personal más que a quien esto firma. Un toro lo hirió de nuevo ayer. Los toros cogen, claro está. Pero a Saúl Jiménez Fortes no es ya tanto lo mucho que lo agarran, sino cómo lo apresan. El hermoso tercero de Puerto de San Lorenzo le levantó los pies del suelo cuando la faena tocaba a su fin. O hace rato que así lo exigía. No había más. Todo lo bueno que ofrecía la embestida por el derecho ya lo había entregado en series densas de incluso siete muletazos por ronda. En los pases de pecho el toro soltaba la cara, como cuando sentía no ir atado abajo, como al principio de obra. En cada obligado, Fortes se enredaba, salía medio trompicado, escapando por los pelos de los ganchos. Como un púgil lento en la refriega del cuerpo a cuerpo. De tal modo lo pudo derribar en varias ocasiones. Por la izquierda el toro se defendió malamente por arriba y provocó un desarme. Como otro había sufrido en unas chicuelinas cuyo único propósito parece el atragantón.

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Bueno, pues a últimas, sobre la campana del asalto final, el toro se le durmió debajo sobre la mano derecha y volteó al torero en estado de sonambulismo. Lo empaló, le tiró otro derrote antes de que tocase el suelo y lo dejó reventado. Revuelo de capotes, el rostro ensangrentado del morrillo y el muslo rajado a cuchilla. Padilla le colocó el corbatín a modo de torniquete. Y todavía el matador partido siguió con pundonor para acabar su misión y pasar a la enfermería. Cada cual es dueño de su vida y de su muerte, mas hay algo en Fortes que ralentiza sus reflejos hasta anestesiarlos. Y una cosa es arrimarse y otra andar por la plaza como un boxeador sonado. Demasiadas narraciones similares ya. 

De la enfermería regresó Fortes con unos vaqueros piratas y el chaleco y las manoletinas como todo recuerdo de la indumentaria torera en imagen peripatética. Nada más aparecer en escena el tremendo y complicado sexto, un desarme; al poco de iniciada la faena, en un pase de pecho, un cabezazo orientado provocó que el torero se trastabillase y cayese a merced. Los pitones lamieron el cuello... El esfuerzo, bárbaro como la angustia. Pero esto no es así.

Antonio Ferrera sí que apostó conscientemente con un toro aleonado de anchos pechos. Pesaba en la muleta por su serio comportamiento y por la ausencia de un tranco que Ferrera trató siempre de suplir con recursos técnicos desde el capote. En la muleta, la espera retrasada, el trazo para romperlo hacia delante, el mérito sordo, sin eco, ni en los tendidos ni en la música rácanamente callada... Faena infravalorada que la colocación de la espada emborronó.

La siguiente, y también extensa, labor del veterano extremeño la ninguneó en esta ocasión el palco. Otros registros los del quinto toro de Puerto de San Lorenzo, los de la clase superior y el poder contado. AF, salvo con el desordenado tercio de banderillas, compensado con la exhibición del anterior, se sintió la mar de a gusto, abandonado y a veces muy acoplado. La vuelta al ruedo supo a premio de consolación.

Padilla compartió banderillas con Ferrera en el toro que inauguró la tarde, el más liviano de la cuajada corrida de Lorenzo Fraile. Al mansito, que ya marcaba querencias, le endilgaron un puyazo como para que buscase cobijo en El Sarnidero... Y así, pirándose el lindo ejemplar a sol, inició faena El Ciclón, que hubo de resetear el prólogo en terrenos de sombra. En los medios lo sujetó más y mejor sobre la diestra, hasta que la cosa, y la nobleza, fue derivando hacia tablas y hacia el populismo que le entregó la única oreja de casi tres horas de función. Porque el fornido cuarto repartió guasa en ataques de vista perdida, y Juan José Padilla convirtió tripas en corazón en una meritoria pelea de toma y daca.

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