martes, 22 de julio de 2014

Toros Dios veranea en el Norte

El diestro Jiménez Fortes resulta herido leve y se libra de milagro de un percance mayor


Aquel presente de novel torería dio paso a una de las imágenes más esperpénticas que se recuerdan. Jiménez Fortes, cogido en el tercero, salió a matar al sexto con un terno sui generis: vaqueros pirata, la camisa blanca y el chaleco. Sin chaquetilla, con la montera calada, en fotografías con pies para todos los gustos. El malagueño, de innegable valor y afición, intentó hacer el toreo con autenticidad, pero por momentos pareció carecer de los reflejos suficientes. Así se vislumbró en este último, en el que perdió pie y de nuevo se obró el milagro que lo libró de la cornada. La gente respiraba con intranquilidad, con el alma encogida, en esa constante lucha de querer y poder a medias frente a un enemigo grandón y con dificultades.
Debe de veranear Dios en el Norte, aunque ayer trabajó a destajo para que Fortes se marchase solo con una herida superficial, porque el tercero de Puerto de San Lorenzo lo volteó en una escena espantosa. Fue en el epílogo de un largometraje con muletazos de distinto rasero, unos limpios y templados, como los derechazos de tela adelanta y mano baja, y otros zurdazos ensuciados por el viento y la falta de conjunción. Había dejado de aperitivo unas chicuelinas al atragantón, y por esa línea de infarto prologó por estatuarios. Tras el barullo, algunos trances torpones y el percance con previo aviso, la gente alabó su vuelta a la carga, sin mirarse. Su retrato grogui de la paliza, embadurnado de arena negra, parecía sacado de una mina. Padilla se despojó de su corbatín para hacerle un torniquete. Y el matador se dispuso para la hora final, pero falló y se difuminó la opción de triunfo, como en el siguiente. Mientras sus compañeros abandonaban la plaza, el de Málaga pasaba a la enfermería para ser atendido de la herida «leve» en el muslo derecho. 
 
Lo más meritorio llevó la firma de Antonio Ferrera en el quinto, en el que prendió la chispa con las banderillas, de más brillo en la ejecución que en la colocación, pues no anduvo fino. Donde sí lo bordó técnicamente fue en la muleta para meter en vereda al brusco aunque obediente toro sobre la derecha. Profesionalidad de principio a fin, en una seria actuación, donde a izquierdas se la jugó sin cuento a milímetros de los pitones. La senda valiente continuó en redondos y semis invertidos y al natural. Pero alargó demasiado y le enviaron un recado antes de entrar a matar. El descabello frenó algo la pañolada, aunque se había ganado a ley la oreja. Todo quedó en una vuelta al ruedo. Antes se había lucido en rehiletes y recortes al segundo, en una obra que no contó con la limpieza deseada por Eolo y por la condición del toro. El pacense tiró de él, con oficio y el toque preciso, con muletazos estimables, hasta acabar en terrenos ojedistas.

El primero metió la cara con nobleza adormecida en el capote de Padilla. Hizo amagos de rajarse, pero tuvo un enclasado viaje. El Ciclón combinó toreo clásico y reposado con otro más populachero y al hilo, entre el fervor y los cánticos de «¡illa-illa-illa, maravilla!». De postre, tres molinetes y un desplante rodilla en tierra que encendieron la temperatura. Se volcó en la estocada y cayó la única oreja con una corrida del Puerto que debió marcharse con alguna peluda menos. No le agradó en los inicios el cuarto, que luego resultó mejor de lo esperado

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