Una ovación de despedida es el saldo de Ferrera en su encerrona con Miura
MARCO A. HIERRO,
Málaga
Un varetazo en la mano, varios sustos
sin recompensa, cinco esfuerzos y medio en la cara de otros tantos
mansos y la boca partida. Todo ello para saludar un par de ovaciones y marcharse de la plaza andando y sin una opción de sentir el toreo.
Le reconocieron la hombría y la gesta los casi tres cuartos de entrada
que se citaron en La Malagueta para verlo triunfar, y cobrará
religiosamente sus honorarios por el trabajo realizado, pero al llegar
al hotel sabrá Ferrera que lo de hoy no está ni agradecido, ni pagado.
No lo está porque mañana, cuando despierte el sol de un nuevo día, hablarán de él con lástima los malagueños y, por ende, todo el toreo. Se olvidarán de que no hubo probaturas en ninguno de los seis recibos, de que lanceó con compás y cadencia al primero de la tarde -el menos malo de un encierro para hacérselo mirar-, con gallardía y con intención al castaño tercero, con corazón y hasta sentimiento al sexto, cuando ya veía que a la tarde le caía cruz. Se olvidarán de la variedad que aportó en el tercio de banderillas, invitando a los mejores rehileteros que hoy actuaban en sus filas, buscando el espectáculo para un público ávido de aplaudirlo. Se olvidarán de los naturales de largura que le dejó al primero, después de consentirle mucho; del corazón y la esperanza que le puso al quinto antes de que se le muriera la intención entre las telas; y se olvidarán también del esfuerzo con el tercero, zorrón y dormido hasta el embroque, que nunca dejaba ver el objetivo de su mira. A ese le tapó Ferrera muchos más defectos que los evidentes que vimos.
Todo ello lo olvidará el aficionado, que tiene poca memoria para recordar lo bueno y hoy salía de la plaza decepcionado con la tarde. Y todavía había alguno que quería salvar algún toro de una corrida de Miura con hechuras de otras muchas, cada toro de una.
Sólo el cuarto, cárdeno él, paletón él, y descarado, tuvo el cuello de
Zahariche y lo usó como un Cabrera: para espantar cualquier objeto, ya
fuera textil, vegetal o humano, que le pululase alrededor. Del resto
sólo la agalgada trana y el escaso remate en el largo corpachón
recordaban a la casa madre. Más proclives en las formas parecían a
embestir, pero las ideas les nacieron en la finca de la calavera.
Al menos resultaron vibrantes los
tercios de banderillas, bien fuera en solitario el matador titular -el
segundo fue el único que ni para recibir los palos sirvió-, bien
haciendo collera con David Adalid, Fernando Sánchez -tremendo par al sexto el del tercero de Castaño-, Marco Galán, Javier Ambel y Jaime Padilla.
Todos quisieron brillar en tarde que estaba para ello. Lástima que
cuando Antonio se quedó sólo con los de la A con asas se dio cuenta que
ni agradecido ni pagado.
Antonio forjó su carrera matando mil
tracas en mil sitios, pero todo madura, evoluciona y coge un poso que no
se dirige hacia el toreo cuando tienes entre las manos una de estas
todos los días. No se pude hacer el toreo cuando no hay entrega en uno de los contendientes,
y eso lo sabe Antonio ahora que también mata las buenas, las que
embisten por abajo, con empleo y con largura para que un tío bragado,
como es el extremeño, llegue a sentirse un superhombre. Eso no ocurre cuando arroja el enemigo la toalla y hace trampas en la lucha. Eso le pasó a Ferrera con la miurada de hoy, elegida con esmero y con intención. Esta le valdrá a otros, pero no al que busca el toreo.
Antonio lo lleva buscando años y cada día está más cerca del natural que se sueña, pero hoy se encontró con las piedras en su camino a sentirse pleno.
Y cuantas más piedras pasaban, más abajo se venía y más herido notaba
su pundonor de torero. No había terminado aún la miurada del infierno
cuando ya pensaba Antonio: "Ni agradecido, ni pagado".
Plaza de toros de La Malagueta, Málaga. Tercera de abono. Tres cuartos de entrada. Toros de Miura,
impecables de presencia y de reunido tipo. Noble y justo en raza y
fondo el primero; informal pero embestidor sin clase el segundo;
mentiroso, dormido y a la caza el zorrón tercero; deslucido, manso y a
la caza el cuarto; el quinto sin espíritu y de mortecina embestida sin
clase; probón, medidor y remiso a pasar el sexto.
Antonio Ferrera (verde manzana y oro) en solitario: silencio, ovación tras petición, silencio, silencio, silencio y ovación de despedida.
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