martes, 28 de octubre de 2014

Muere José María Manzanares, la clase absoluta del toreo

  • Su familia ha encontrado el cuerpo sin vida del maestro en su finca de Cáceres

  • Manzanares se convirtió en el torero de Sevilla habiendo nacido en Alicante hace 61 años

  • Y allí tomó la alternativa en 1971 de manos de Luis Miguel Domínguín y El Viti

  • Lo parió el barrio de Santa Cruz alicantino, allí donde huele a azahar

  • Las imágenes del maestro José María Manzanares (1953-2014)



ZABALA DE LA SERNA

Acaba de partir hacia la otra orilla la figura del toreo con más clase de los últimos 45 años, por no redondear el medio siglo: José María Manzanares. Padre, por supuesto, por no caer en equívocos con el hijo que pasea en loor de multitudes el nombre de la dinastía. No ha amanecido en su finca extremeña, y el cuerpo, que era cuerpo inmaculado de torero, tocado por la varita/cincel de Dios, tampoco ha despertado cuando la mañana llamaba a su puerta.

Manzanares se convirtió en el torero de Sevilla habiendo nacido en Alicante hace 61 años. Y allí tomó la alternativa una tarde de San Juan de 1971 de manos de Luis Miguel Domínguín y con El Viti de testigo. Lo parió el barrio de Santa Cruz alicantino, homónimo de las sevillanas calles del otro barrio. Allí donde huele a azahar. A Madrid, a la que llaman Monumental, le costó más rendirse al estilo manzanarista. Hasta que lo hizo, por supuesto. No podía ser de otra forma. Pero es curiosa la paradoja: el maestro salió antes a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas que por la del Príncipe maestrante, que sólo atravesó el día de su repentina despedida como en un golpe de estado de la torería que se lanzó al ruedo en 2006. Torero de toreros, le decían. Y así se fue y así vislumbró la gloria del Guadalquivir sin cortar nunca las tres orejas exigidas. Su hijo le acababa de cortar la coleta en aquella tarde mixta que compartía con Cayetano Rivera Ordóñez en su presentación.

Su hijo. Punto y aparte para José María Dols Abellán. En aquellos años en que Josemari trataba de hacerse camino con el peso de la reata arrastras, al maestro le preocupaba como un sinvivir el porvenir de su hijo. No le gustaban los apoderamientos que le salían al paso. Ni el de José Antonio Martínez Uranga ni mucho menos el de Alejandro Sáez. Le traía aquello por la calle de la amargura. Y de hecho reapareció exclusivamente para hacerle ver el camino al vástago. Cómo había que vivir en torero las 25 horas del día si las tuviera.

El único traje de luces que cuelga de mis paredes

Manzanares padre se preparó a fondo. Se entregó en varias entrevistas abecedarias que contenían mensajes cifrados para Josemari hijo. Y sin cifrar. Hablábamos entonces con cierta frecuencia, imagino que como puente lanzadera de los códigos. Cuajó por entonces dos toros magistralmente: uno en Algeciras, el otro en el Almagro. De aquél existe vídeo, de este último no. Lo busqué sin descanso. No hubo manera. Pero el día de mi boda, hace una década exacta, a falta de película, José María Manzanares se presentó con el vestido de torear de aquella tarde que significó tanto. Es el único traje de luces que cuelga en las paredes de mi casa, un tabaco y oro. Habita entre muchos recuerdos.

En su empeño, consiguió que Josemari se fuera con don Pablo Lozano, su faro de guía hasta aquella extraña, emocionante y repentina despedida sevillana de 2006, como un exabrupto inesperado que derrumbó la relación y la Puerta del Príncipe casi a patadas. Todos los toreros se tiraron a una: Ponce, Litri, Padilla, Francisco Rivera Ordóñez... Incluso Cayetano atravesó la gloriosa puerta andando, ensimismado en aquella procesión, como si le cantaran el himno sajón "You will never walk along". Como no caminara solo Manzanares hijo, que ya regresa de México, de la tierra caliente donde la noticia le ha cogido tan en frío. Toreaba el domingo. Ahora vuela hacia el sepelio de su espejo. Su padre, su tutor, su maestro y finalmente su amigo.

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