miércoles, 8 de octubre de 2014

Todo empezó un 8 octubre de 1764

Día completo de toros, mañana y tarde a razón de ocho ejemplares en cada sesión. En los chiqueros toros de Manuel Salinas, la ciudad en fiestas, la plaza a rebosar y frente a los astados los más famosos: Martincho y los hermanos Juan y Manuel Apiñaniz al frente de los valientes. Y en el tendido, deslumbrado por la luz y la fuerza del espectáculo, seguramente estaba un joven nacido en Fuendetodos que ya despuntaba en la Escuela de Dibujo de Zaragoza dirigida por José Luzán y que llegó a ser el máximo exponente artístico y cultural de la Tauromaquia.
Corrían las vísperas del Pilar de 1764 cuando se culminó la orden del regidor del Hospital y de la Casa de Misericordia, Ramón de Pignatelli, de construir una plaza de toros para subvencionar los gastos de las dos instituciones. Todo sucedió el 8 de octubre de 1764, y para el día 13 se anunciaban los mismos toreros con 16 toros de Diego Bentura, de Ejea de los Caballeros. Setenta días antes habían comenzado las obras de una de las pocas plazas de toros que por aquel entonces había construidas en España. Anterior en dos décadas a la mítica de Ronda

Era un edificio sencillo de mampostería, ladrillo y madera, en nada parecido a la visión que hoy tenemos del coso zaragozano. Desde aquel primer capítulo en la historia de la plaza se han escrito otros muchos e importantes, tanto es así que no es un error afirmar que parte de la Historia del Toreo se ha fraguado sobre este ruedo.

Los mejores

Por la Misericordia desfilaron los mejores. A partir de 1775, la rivalidad entre Costillares, Pedro Romero y Pepe Hillo, que torearon todos los años hasta la prohibición de Carlos IV en 1805. Después de la Guerra de la Independencia, Curro Guillén y de ahí a Paquiro, Cúchares, El Chiclanero; y Largatijo y Frascuelo, El Espartero y Villita; y Machaquito, Bombita... 

Francisco de Goya tomó apuntes para su Tauromaquia más de cien años antes de la triste despedida de Lagartijo un 7 de mayo de 1893 a los 53 años. Seis años después, Guerrita anunciaba que no volvería a vestirse de luces tras la corrida del 15 de octubre. «No me voy, me echan» sentenció el califa cordobés.
El comienzo del siglo XX llegó con los triunfos de Vicente Pastor y con la retirada de Villita, que con el tiempo llegó a ser empresario de la plaza. Otro 15 de octubre, el de 1915, Joselito el Gallo [sus seis divinidades] marcó una de sus grandes tardes, y unos años después, la epidemia de gripe de 1918 obligó a suspender todos los actos de las Fiestas del Pilar y las corridas de toros. Solo en otra ocasión se suspendió la Feria en el pasado siglo, fue en 1936, en plena Guerra Civil, aunque en 1937 y 1938 sí se dieron corridas de toros en octubre.

Mítico Manolete

Emoción en el triunfo de Nicanor Villalta el día en que le brindó un toro al tenor Miguel Fleta a mediados de los años veinte, o en el adiós del de Cretas junto al mítico Manolete en la Feria del Pilar de 1943. Y eso que a Villalta los aficionados le exigían como a pocos y le trataban con extrema dureza, como él mismo recordó en más de una ocasión una vez que abandonó los ruedos.

Antes, la mucha, buena y temible afición de Zaragoza se dividió en dos allá por el comienzo de la segunda década del XX. Dos novilleros -Herrerín y Ballesteros- hicieron de sus seguidores bandos irreconciliables.
Tanta era la pasión, tanta la expectación por verles en el ruedo que los tendidos se quedaron pequeños y fue obligado afrontar una ampliación. Es la plaza tal como hoy la conocemos, una obra finalizada en 1917. Paradojas de la vida, para entonces, los dos artífices de la reforma habían desaparecido. Los dos en el ruedo. Herrerín en Cádiz, de novillero todavía, y Florentino Ballesteros en Madrid, cuando ya caminaba entre los grandes.

La gran bronca

La Edad de Oro, Joselito y Belmonte, y aquella tarde de Cagancho. Una bronca que hizo temblar los pilares de la plaza cuando todavía no se habían alcanzado los años 30. Toda Zaragoza esperando al torero que se recluyó durante horas en algún cuarto escondido. Así se las gastaba una afición durísima pero con sensibilidad para apreciar el mejor toreo. Por eso, grabados en letras de oro quedan los triunfos de Domingo Ortega en 1931 y de Marcial Lalanda en el 34. En la Misericordia se disfrutó con Antonio Ordóñez y con Litri y Aparicio, que han sido los únicos que consiguieron sumar el corte de una pata a los máximos trofeos, cuando finalizaba la década de los cuarenta.

En esta plaza se descubrieron muchos toreros de novilleros como Paco Camino, y volvió a vivirse la pasión en la competencia entre Fermín Murillo y Antonio Palacios. Pasión por los toreros aragoneses, por los que triunfaron a lo grande como Raúl Aranda y El Tato, y por los que no consiguieron abrirse camino fuera de nuestras fronteras.
Todo comenzó un 8 de octubre de 1764...

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