sábado, 1 de noviembre de 2014

El adiós a un torero referencia de las últimas décadas

José María Manzanares: Torero de toreros
Elogios y reconocimiento sentidos y sinceros de colegas suyos de hasta cuatro generaciones. Lo llamaban el “torero de toreros”. Llevaba una década aislado en su finca de Cáceres.
 
José María Manzanares, un referente del toreo de las últimas cuatro décadas. Foto: Mauricio Berho
Ocho años y medio después de su retirada definitiva del toreo, aislado y recluido por propia voluntad en su finca de Campo Lugar, Cáceres, José María Manzanares fue hallado muerto en su cama a media mañana del pasado miércoles. Tenía 61 años.
 
Por inesperada y repentina, la muerte de Manzanares tan en solitario, tan lejos del mundanal ruido, ha  tenido una suerte de efecto vivificador: la reacción de los toreros –coetáneos, rivales, maestros o discípulos de hasta tres o cuatro generaciones distintas (Pablo Lozano, El Viti, Capea, Roberto Domínguez, Espartaco, Juan Mora, Ponce, El Juli…)-, de banderilleros o picadores, mozos de espada; la de aficionados cabales y la de algunos de los que fueron sus apoderados en sus treinta y pico años de torero en activo (José Antonio Chopera, Manolo González, Simón Casas…), toda esa reacción vino cargada ayer mismo de una emoción y conmoción auténticas. Un reconocimiento sentimental y profesional: del hombre, de la persona, del personaje y, naturalmente, del torero.
 
Honores rendidos sin la menor reserva que se sintetizan en una frase que en su momento se creó para definir el más singular de los atributos de Manzanares: “torero de toreros”. Es decir, espejo en que mirarse los demás. Privilegio de quienes supieron representar la torería mejor que nadie. Torero “en la calle y en la plaza”, reza uno de los cánones más exigentes del oficio. Torería natural: la figura misma, la elegancia congénita, la manera de hablar y conducirse, y la de estar en la plaza. Todas esas cualidades, que fueron virtudes precoces, no habrían tenido el peso y el sentido logrados si Manzanares no hubiera sido un torero muy singular dentro del estilo clásico. “El toreo de siempre”, suele decirse como elogio indiscutible.  
 
Manzanares fue desde su arranque –apenas temporada y media de novillero con picadores, alternativa en 1972 en su Alicante natal- un torero de técnica muy refinada y, como tal, un torero de los catalogados como “largos”. Completo con el capote, tanto en el lance de arte como en el toreo de brega; todavía más completo como muletero, temple e instinto por las dos manos, un sentido de la colocación y la medida sobresalientes; estoqueador extraordinario.
 
Además de ser un torero técnicamente superdotado –su padre y maestro, Pepe Manzanares, fue un banderillero de primer nivel pero prematuramente retirado-  Manzanares rompió enseguida como un torero de raro primor pausado y desgarro íntimo a la vez, características que raras veces se han conjugado en un solo artista.
 
Como todos los toreros artistas o de expresión, Manzanares fue relativamente irregular y, durante una de las cuatro etapas mayores de su larga carrera, excesivamente mercurial, de voluble temperamento. Y, sin embargo, si se traza ahora mismo su perfil de torero, aparece con una claridad y una transparencia nada comunes. Lo propio de los toreros vocacionales, poseídos por la seriedad y los rigores de un oficio frágil pero de exigente disciplina, capaces de crear un estilo propio y reconocible que los propios colegas reconocen como tal. Los toreros creadores: Manzanares fue uno de ellos.
 
Sin necesidad de ser un revolucionario ni siquiera un reformador, sino tomando la referencia estética de los maestros que admiró: la chicuelina frontal de manos bajas de Puerta y Camino, el toreo en redondo salido de las imágenes de Pepín Martín Vázquez, la espada y el natural de Camino, el sedicioso empaque de Antonio Ordóñez, con quien fue comparado muchas veces, la soltura espontánea de Luis Miguel Dominguín, que fue su padrino de alternativa. Don innato de Manzanares: la facilidad y la inteligencia. Y con ellas, y a la par, la seguridad. Torero de instinto.
 
Lo castigaron muy poco los toros y eso que ha sido, dentro de los de su generación, el de carrera más larga y densa. Torero de todos los mundos, pues a su papel de primera figura en España se unió enseguida, y del primer al último día, el de torero predilecto en Lima, Colombia y Ecuador y, desde luego, su carácter de estrella indiscutible de la temporada francesa. La plaza de Manzanares fue, con diferencia, la Maestranza de Sevilla, donde sintió hasta la misma tarde de su despedida un aliento y entendimientos sin parangón posible. Fue “torero de Sevilla”. Madrid, en cambio, y pese a ser su plaza de lanzamiento y visado, resultó ser un calvario muchas tardes. Castigado con severidad excepcional y hasta negado por algunos santones de la crítica taurina de los años 80, Manzanares superó esa prueba sin descomponerse ni ofuscarse. Una muestra de carácter.
 
Antes de que su primogénito y homónimo decidiera finalmente seguir en 2003 su misma aventura profesional, Manzanares –Manzanares padre- había sopesado la posibilidad de seguir en activo algún tiempo más. Hasta los 55 años tal vez. La irrupción de Manzanares hijo, con quien llegó a alternar, le hizo precipitar su retirada. Y, con ella, su apartamiento, que solo rompía para acudir de cuando en cuando para ver torear a su hijo José Mari o a Manolito Manzanares, su otro hijo varón, rejoneador en activo. / BARQUERITO – Agencia Colpisa
 
 
La Finca Aguamiel cambió de manos
Velutini y Echenagucia venden Los Marañones
 
Andrés Miguel Velutini (izq.) y Luis Echenagucia (der.) han dejado los destinos de lo que fue su ganadería Los Marañones en otras manos, tras la venta de todo lo que implicó este hierro. Foto: Juan Fajardo
 
RUBÉN DARÍO VILLAFRAZ
@rubenvillafraz
 
Por motivos de salud, esa es la razón por las cuales el hasta hace pocas semanas ganadero de reses bravas caraqueño Andrés Miguel Velutini y Luis Echenagucia Lovera, ha vendido en su totalidad la ganadería de reses bravas venezolanas Los Marañones, el cual pasta en las montañas próximas a la población merideña de Canaguá.
 
Tal y como se podido recabar, Velutini y Echenagucia han vendido en su totalidad (finca, ganado, hierro) lo correspondiente a su divisa, el cual luce color rojo, cuya fundación data de 1986, la antigüedad desde 1991 (en cartel compuesto por “Morenito de Maracay” y Enrique Ponce, en el Nuevo Circo de la Victoria) y se asentó en la empinada Finca Aguamiel del municipio Arzobispo Chacón del estado Mérida, exactamente en El Páramo El Motor, habiendo iniciado su andadura en la calurosa población apureña de Achaguas.
 
Tal y como había venido siendo la línea de esta ganadería, su procedencia lo ha constituido la sangre Santa Coloma, a través de vacas y sementales de ganaderías nacionales como Los Aranguez y La Cruz de Hierro, así como inseminaciones puntuales con pajuelas de toros de misma procedencia española de Javier Buendía.
 
Hasta los momentos el actual comprador de lo que fue la finca de toros bravos poco interés tiene de mantener la estirpe del hierro de la M coronada, a tal punto de “rematar” al mejor postor –quien ponga el dinero en la mesa, la que desde ya están saliendo más de un intermediario- el bagaje e historial de una de las ganaderías que fue referencia del toro de lidia en Venezuela, con éxitos importantes en plazas como Mérida –con el recordado “Conquián” indultado por Juan José Girón en el 2002-, Tovar, San Cristóbal y Maracay, así como en numerosos cosos del resto de la geografía nacional.
 
Don Andrés Velutini actualmente, alejado de los parajes andinos, se encuentra cumpliendo tratamiento médico en la ciudad capital, al cobijo de su esposa e hijas, no desligándose como buen aficionado de una de sus grandes pasiones como es la fiesta brava.

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