martes, 20 de enero de 2015

Así se entrena un torero en medio de la nieve

No importa que el frío congele los huesos y que la muleta se vuelva escarcha. No importa que el camino se haya convertido en una pista de esquí. ¿Tiritar bajo menos cero? Los niños que se hicieron hombres en la grandeza de la humildad no conocen el temblor. ¿Frialdad? Frío es la incertumbre de no saber si comerás una jornada, si al día siguiente tendrás un plato de arroz, si nacerán las lunas con un techo bajo el que dormir... Glacial es el miedo al fracaso.

Juan de Castilla conoce en primera persona el sacrificio. Cuando apenas dejaba de ser barbilampiño abandonó su Colombia natal para forjarse en España como torero. La andadura fue ardua, de pendientes como aquellas de la añorada tierra cafetera, en las que a veces parece imposible avanzar, tan repentinas, tan trepidantes, tan veloces en sus balineras... Pero no hubo cuesta arriba que lo frenase... Y sus huellas toparon con las de Néstor García, faro y guía hasta el Centro Internacional de Tauromaquia y Alto Rendimiento que apadrina en Guadalajara Iván Fandiño, el espejo en el que se mira y admira, como Leo, Ricardo... En Fuentelencina se erige este cuartel general del toreo, donde la disciplina es férrea a imagen de gladiadores. «¡Esto es Esparta!»
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Corriendo sobre la nieve
No importa que el sol abrase o que la lluvia dibuje charcos en la carretera que conduce hasta «Cantinuevo», su otra fortaleza de entrenamientos. Ni que una gélida manta blanca cubra los campos. «No se sienten los pies ni las manos, y la carrera es más lenta mientras te hundes en la nieve, pero a la par es una maravilla torear mientras notas el crujido de la muleta pesada y congelada, en ese silencio íntimo en el que tocas el cielo», cuenta De Castilla. Nada detiene a los alumnos que en la Alcarria luchan con coraje por un destino, chavales que renuncian a la vida propia de su edad (entre 16 y 21 años) para labrar un sueño que puede arrebatarles aquella...

Pacto con la lealtad

Pese a su juventud y a que su carrera acaba de despegar, Juan es consciente de la realidad. Y sabe que un paso al frente puede encauzar la gloria y que un mínimo retroceso o desliz podría pilotar la traicionera mediocridad. De ella huye este novel novillero, que prefiere firmar un pacto con la lealtad a los principios de todo aquel que persigue ser, no ya figura, sino alguienen el toro. Ser alguien, expresión tan clara, rotunda y clásica... Aun a costa de alejarse de los suyos y de su familia, porque, como decía Hendrix, uno sacrifica lo que más ama, pensando en ofrecer la mejor recompensa desde la distancia. Para regresar cuando el objetivo esté alcanzado, cuando su misión está encarrilada a la conquista.

Con su familia podrá reencontrarse este fin de semana, porque el calendario profesional así lo fecha. «Hace tres años que no veo a mis papás, y lo más bonito será dedicarles una faena y que se sientan orgullosos de su hijo, que vean que no vine a España a perder el tiempo, sino a pelear por mi reto. Quiero que cuando les vean por la calle digan: "Ahí va el papá de Juan de Castilla"», comenta en medio de la emoción contenida, con firmeza y con la madurez que da lidiar pese a sus primaverales veinte años

Con la hierba de la ambición inmarcesible -«voy a poner todo de mi parte para cortar las orejas, mi actitud de entrega al cien por cien será innegociable»-, hará el paseíllo en Medellín de la mano de Álvaro Polo -«con quien me siento profundamente agradecido, al igual que con Néstor y el maestro, por sus lecciones frente al toro y ante la vida, y en la vida hay que ser agradecido», recalca-. En su territorio antioqueño, como nos comentaban recientemente en Manizales aficionados y compañeros de Radio Caracol, se le aguarda «con ilusión». Esa que nunca puede faltar en ninguna batalla ni arte. Pese a todo y pese a todos... Ya saben: «Yo no veo las espinas del jardín, veo las rosas que hay entre las espinas».

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