El novillero francés Clemente
fue el encargado de abrir la tarde con un ejemplar terciadito, tardo y
reservón que le permitió mostrarse firme y resuelto pero poco brillante.
La movilidad engañosa del
novillo no le dejó entregarse en la muleta del torero galo, que apuró
sus últimas embestidas sin lograr elevar el tono de un trasteo
esforzado, trabajoso y muy apoyado en la voz.
Con el cuarto, ayuno de fuerzas pero de noble embestida,
se mostró más compuesto que profundo en una labor pulcra y superficial
que volvió a abusar del reloj y la paciencia del público.
La bisagra del cartel era el extremeño Ginés Marín,
un valor en trance de eclosión definitiva que se enfrentó a un segundo
tan manejable cómo soso, que tampoco estuvo sobrado de clase y al que
toreó con suficiencia y exceso de metraje.
Con el quinto, que rompió en el último tercio, mejoró en el trazo, la forma y el fondo en una faena variada, entregada y meramente entretenida que le sirvió para cortar la única oreja de la tarde.
El tercero fue un jabonero tardo, blando, reservón y de escaso recorrido que sólo permitió a Varea -debutante cómo sus compañeros- mostrar firmeza pero escaso sentido de la medida del tiempo y de la escena.
Con el sexto, un punto bruto, enseñó su buen concepto con escaso rendimiento.
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