«Cabizbajos y mohínos salieron de la duodécima de San
Isidro dos viejos aficionados de los poquísimos que siguen fieles a su
añeja afición», arrancaba la crónica de Antonio Díaz Cañabate
en ABC. Y los dos viejos aficionados no acertaban a comprender el
porqué de ese rabo y aventuraban tiempos peores de concesiones
indiscriminadas de orejas, rabos y patas. El maestro abecedario, en su crónica titulada «Las orejas y las rosquillas del santo»,
desgrana una tarde en la que Andrés Vázquez cortó una oreja y ocho y un
rabo se repartieron Palomo y el mexicano Curro Rivera. Sus faenas
«fueron de las corrientes.../ La de Palomo al del rabo la más libre de sus habituales defectos».
Fecha para el recuerdo
Y el rabo que cortó Palomo quedó ahí. Desde los años
treinta, en los primeros tiempos de Las Ventas, no se había concedido
ninguno, y después, el aluvión al que tanto temía Cañabate,
tampoco llegó. Una fecha para el recuerdo, que no fue, sin embargo, la
que mejor valoró el crítico de ABC, poco proclive a los elogios al valiente torero de Linares.
Dos años antes, Palomo -el chaval que salió lanzado de la Oportunidad carabanchelera
de los hermanos Lozano, el de la Guerrilla con El Cordobés- confirmó la
alternativa tomada en Valladolid en 1966. En aquel San Isidro de 1970
se vio anunciado tres tardes. La del 19 de mayo, junto a Curro Romero y Juan José, fue la del doctorado, y la del día 26 fue la última, y, sin duda, una de las mejores en su dilatada carrera. Ese día, junto a Diego Puerta y Paquirri, frente a toros de Juan Pedro Domecq, Palomo convenció al indiscutible maestro de la crítica.
«El soplo del optimismo»
con que Cañabate titulaba su crónica en este diario fue un cúmulo de
circunstancias positivas que desembocaron en la faena de Palomo al
segundo de la tarde. «La hora de los toros se acerca rauda.El coche está a la puerta.
El exquisito cigarro aún colea entre los labios.
Calle de Alcalá,
camino de la plaza, el optimismo me envuelve, hasta tal punto que me
creo en mis años mozos.../ La plaza está llena, bulliciosa y alegre, ¿habrá llegado hasta Las Ventas el soplo del optimismo?».
El campeón
Pues llegó, y eso que el comienzo de faena, genuflexo
Palomo, no despertó grandes elogios: «Palomo se arrodilla muleta en
mano. Palomo cree que ha descubierto el toreo de rodillas andando
en tan incómoda y fea postura, y, anda que te anda, consigue cinco o
seis pases. Bueno, ya está demostrado que es el campeón de los cien
metros de rodillas en tierra». Y sigue: «A torear en pie.
Y Palomo cita de lejos al toro. Allá que te va con brillante galope,
que mantiene durante toda la faena, galope proviniente de su buena
raza».
Cañabate describe que «es un toro noble que embiste alegre», y avisa al torero: «¡Palomo, puede ser el tuyo!»,
y lo confirma, «lo fue». «Aguanta, conduce y remata las sostenidas
alegres embestidas con pases dignos de la raza del toro. Con pases
admirables por su reposo, por su temple -un temple arduo con estos toros tan prontos-, con suavidad de mano, con largura, con la muleta tersa».
Continúa: «El toro ha encontrado a un torero que olvidó sus
defectos, que olvidó la vulgaridad. Toro y torero se ayudan mutuamente.
Los dos están inspirados. La faena fue una gran faena, y así lo consigno con toda complacencia». Y reconoce el crítico: «Es la primera gran faena que
le veo a Palomo». Como hasta ahora mis modestos elogios a su toreo no
han sido posibles, según mi criterio, de aquí mi complacencia en
señalarlo».
Han pasado cuarenta y cinco años de aquel día que Cañabate
se entregó a Palomo. La carrera del torero siguió plena de triunfos, con el tributo de su sangre también,
con la polémica del rabo a «Cigarrón» todavía encendida. Este viernes,
se descubrirá un azulejo en Las Ventas para recordar lo mucho que
significó su paso por los ruedos.
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