domingo, 12 de julio de 2015

El buen oficio de Eugenio de Mora en San Fermín

Corta la única orejatoledado corta la única oreja en una corrida muy difícil del Conde de la Maza

efe
Eugenio de Mora, en un pase de pecho

andrés amorós
Me preguntan varios amigos cómo puede gustarme ver toros en la Plaza de Pamplona, cuando soy un enamorado de la de Sevilla, tan opuesta. La respuesta es sencilla: las dos tienen grandeza y personalidad. En arte, no vale un solo estilo. Me encanta Botticelli pero también Van Gogh; «La primavera» de Vivaldi, igual que una trágica sinfonía de Mahler. Con irónica pedantería, lo decía Rubén Darío: «Plural ha sido la celeste / historia de mi corazón...»

Pamplona no es sólo la jarana juvenil, arrolladora, de las peñas, en el sol. El público de sombra es uno de los más educados y amables que yo conozco; por ejemplo, los acomodadores ayudan a subir las escaleras a los espectadores de cierta edad. Así sucede en la ciudad: junto al bullicio y la mugre etílica, en Pamplona hay parques, rincones solitarios y silenciosos, donde se viven gratísimos «momenticos». Es la riqueza de un pueblo que algunos quieren apropiarse...

Desde 1981 no volvían a esta Feria las reses sevillanas del Conde de la Maza, de encaste Núñez: toros serios, con peso (los tres últimos sobrepasan los 600 kilos), astifinos, todos cinqueños, justos de casta, con muchas complicaciones. Solamente Eugenio de Mora corta una oreja, en el primero.
Hace 13 años que no venía a esta Feria el diestro toledano y es muy justo que le hayan vuelto a contratar: en Las Ventas ha mostrado una madurez y clasicismo muy notables. El primer toro intenta saltar la barrera, está falto de casta, da cabezazos. Eugenio de Mora se muestra muy técnico, no rehúye hacer la faena en toriles, como tantos hacen: así debe ser, con este toro. Le saca todo lo que tiene y logra una buena estocada: merecida oreja. El cuarto es «un tío»: alto, astifino, cercano a los seis años; además, embiste cruzado; en la muleta, se queda muy corto. Eugenio se dobla bien, lo lleva muy tapado, muestra de nuevo que sabe de sobra lo que hace: faena sin brillo pero de mérito, propia de un buen profesional. Mata alargando el brazo.

Arreones de aúpa

Los aficionados conocen el buen estilo del sevillano Antonio Nazaré. El segundo toro tiene cierta nobleza pero, después de un fuerte puyazo, se para pronto. Antonio sólo logra algún natural lucido y mata con facilidad. El quinto parece manejable al comienzo pero, en la muleta, le pone los pitones en el corbatín, por la izquierda, en dos arreones de aúpa. Por la derecha le saca algún muletazo, mata atravesado y falla mucho con el descabello.

El salmantino Juan del Álamo acaba de triunfar en Lisboa (una Plaza, por cierto, que vive un momento excelente). El tercero, un bonito burraco, parece noble, al comienzo, pero luego acusa la falta de casta, desarma dos veces al diestro, que desiste y mata con dificultades. El último, largo y alto, flaquea después del puyazo pero es el más noble de la tarde, deja estar. Juan consigue algunos derechazos pero la faena es desigual, no acaba de cuajar. 

A algunos toreros no les gusta que se elogie su profesionalidad, su oficio. Creo que se equivocan. Ya sé que el toreo es un arte pero se basa en una técnica, en un oficio bien aprendido. (Cesare Pavese titula un libro «El oficio de escribir»). Cuando los toros sacan dificultades, como esta tarde, ese oficio resulta imprescindible. Lo ha lucido ampliamente Eugenio de Mora. Está en un momento de madurez, dentro de la sobriedad de la escuela toledana, basada en el dominio del toro, que va desde Domingo Ortega hasta los Lozano, pasando por Luis Miguel Dominguín y Gregorio Sánchez, entre otros. Los profesionales y los buenos aficionados sí que saben apreciarlo. 

Postdata. El corazón de la ciudad es la Plaza del Castillo, abarrotada, este domingo por la mañana. Da escenario y título al relato de Rafael García Serrano (un gran escritor, ninguneado, ahora, por ser falangista). Con muy sabroso estilo, cuenta los Sanfermines de 1936, en vísperas de la guerra civil. La fiesta era «la gran tregua de Dios», la negación del odio entre hermanos. Y esta Plaza del Castillo, el «compendio de España». Vale la pena leer esta excelente novela.

Ficha de la corrida

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