Corta la única orejatoledado corta la única oreja en una corrida muy difícil del Conde de la Maza
efe
andrés amorós
Pamplona no es sólo la jarana juvenil,
arrolladora, de las peñas, en el sol. El público de sombra es uno de
los más educados y amables que yo conozco; por ejemplo, los acomodadores
ayudan a subir las escaleras a los espectadores de cierta edad. Así
sucede en la ciudad: junto al bullicio y la mugre etílica, en Pamplona
hay parques, rincones solitarios y silenciosos, donde se viven gratísimos «momenticos». Es la riqueza de un pueblo que algunos quieren apropiarse...
Desde 1981 no volvían a esta Feria las reses sevillanas del Conde de la Maza,
de encaste Núñez: toros serios, con peso (los tres últimos sobrepasan
los 600 kilos), astifinos, todos cinqueños, justos de casta, con muchas
complicaciones. Solamente Eugenio de Mora corta una oreja, en el
primero.
Hace 13 años que no venía a esta Feria el diestro toledano y
es muy justo que le hayan vuelto a contratar: en Las Ventas ha mostrado
una madurez y clasicismo muy notables. El primer toro intenta saltar la
barrera, está falto de casta, da cabezazos. Eugenio de Mora se
muestra muy técnico, no rehúye hacer la faena en toriles, como tantos
hacen: así debe ser, con este toro. Le saca todo lo que tiene y logra
una buena estocada: merecida oreja.
El cuarto es «un tío»: alto, astifino, cercano a los seis años; además,
embiste cruzado; en la muleta, se queda muy corto. Eugenio se dobla
bien, lo lleva muy tapado, muestra de nuevo que sabe de sobra lo que
hace: faena sin brillo pero de mérito, propia de un buen profesional. Mata alargando el brazo.
Arreones de aúpa
Los aficionados conocen el buen estilo del sevillano Antonio Nazaré.
El segundo toro tiene cierta nobleza pero, después de un fuerte puyazo,
se para pronto. Antonio sólo logra algún natural lucido y mata con
facilidad. El quinto parece manejable al comienzo pero, en la muleta, le
pone los pitones en el corbatín,
por la izquierda, en dos arreones de aúpa. Por la derecha le saca algún
muletazo, mata atravesado y falla mucho con el descabello.
El salmantino Juan del Álamo
acaba de triunfar en Lisboa (una Plaza, por cierto, que vive un momento
excelente). El tercero, un bonito burraco, parece noble, al comienzo,
pero luego acusa la falta de casta, desarma dos veces al diestro, que
desiste y mata con dificultades. El último, largo y alto, flaquea
después del puyazo pero es el más noble de la tarde, deja estar. Juan
consigue algunos derechazos pero la faena es desigual, no acaba de cuajar.
A algunos toreros no les gusta que se elogie su
profesionalidad, su oficio. Creo que se equivocan. Ya sé que el toreo es
un arte pero se basa en una técnica, en un oficio bien aprendido.
(Cesare Pavese titula un libro «El oficio de escribir»).
Cuando los toros sacan dificultades, como esta tarde, ese oficio
resulta imprescindible. Lo ha lucido ampliamente Eugenio de Mora. Está
en un momento de madurez, dentro de la sobriedad de la escuela toledana,
basada en el dominio del toro, que va desde Domingo Ortega hasta los
Lozano, pasando por Luis Miguel Dominguín y Gregorio Sánchez, entre
otros. Los profesionales y los buenos aficionados sí que saben
apreciarlo.
Postdata. El
corazón de la ciudad es la Plaza del Castillo, abarrotada, este domingo
por la mañana. Da escenario y título al relato de Rafael García Serrano
(un gran escritor, ninguneado, ahora, por ser falangista). Con muy
sabroso estilo, cuenta los Sanfermines de 1936, en vísperas de la guerra
civil. La fiesta era «la gran tregua de Dios», la negación del odio
entre hermanos. Y esta Plaza del Castillo, el «compendio de España».
Vale la pena leer esta excelente novela.
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