Los Miuras son largos, agalgados, «como un tranvía»,
aprenden pronto, tienen reacciones imprevisibles. En la desencajonada se
comprobó, una vez más: un Miura acometió fieramente a sus hermanos, fue herido en la pelea.
«Así es esta gente», me decía don Eduardo. El resultado: una Fiesta que
se parece poco a la que vemos tantas tardes, con toros nobles y
flojos...
efe
Rafaelillo
recibe al primero a portagayola, repite la larga cambiada; se cae al
llevarlo al caballo, sufre un puntazo en el muslo. El toro corta en
banderillas. Muletea con valor y conocimiento por la derecha (el lado
bueno), empapándolo en el engaño,
hasta que el toro aprende, saca peligro: una porfía a la antigua, de
mérito. Pierde el trofeo al matar. El tercero acude al caballo de lejos
dos veces, en una hermosa suerte de varas. Rafael saborea su nobleza con torería y oficio,
logra naturales francamente buenos. Se vuelca en la estocada pero el
toro tarda en caer: a pesar del aviso, justa oreja. Vuelve a recibir de
rodillas al quinto, muy serio, que va de largo al caballo. Quite lucido
del sobresaliente, Víctor Manuel Blázquez. Comienza Rafaelillo de rodillas, liga muletazos lentos, con mando y gusto. El toro es noble pero es un Miura, tiene sus teclas.
Se ve al diestro muy seguro, toreando a placer, en una faena medida.
Otra vez, pierde trofeos y la puerta grande por la espada.
efe
El más peleón
También va a portagayola Escribano
en el segundo, devuelto por flojear. Un aficionado saca una pancarta de
protesta y la policía se lo lleva. ¿Por qué? No logro entenderlo...
Banderillea Manuel al sobrero del Ventorrillo;
destaca su habitual tercer par: quebrando, en tablas, saliendo del
estribo. Aprovecha las bonancibles embestidas –éste no es un Miura– para
ligar templados muletazos, mientras dura el toro. Mata bien a la
segunda. El cuarto, «Jerezano», un bonito sardo (negro,
blanco y colorado), fue el más peleón: derriba espectacularmente. Se
luce Escribano en el quiebro al violín. No es malo el toro pero renquea
un poco; en corto, le saca aceptables muletazos, hasta que se raja. Mata
con facilidad.
efe
El último es el gigantón de 647 kilos
(«Tyson», le llaman algunos, en broma). También va esta vez Escribano a
portagayola y, sin afligirse, realiza ese par al quiebro, que da miedo
verlo. Igual que lo dan dos muletazos cambiados, en el centro. Liga
pases variados, sin amilanarse, aunque el toro se apaga. Se justifica
con gran valor hasta que es empitonado dramáticamente: con la camisa hecha unos zorros, logra la estocada, la oreja y el respeto del público.
efe
Dos auténticos jabatos
han lidiado toros auténticos. Con Rafaelillo, Escribano y los Miuras,
hemos revivido la gran emoción de esa «hermosa fiesta bravía, de terror y
de alegría, de este viejo pueblo fiero»: la fiesta que cantó don Manuel
Machado, el gran poeta, cuyo nombre quieren quitar, ahora, de una calle
algunos sectarios ignorantes.
efe
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