jueves, 13 de agosto de 2015

Gran fiesta taurina de la libertad en San Sebastián


¡Por fin han vuelto los toros a San Sebastián! Algo tan lógico, tan natural, tan de acuerdo con la ley, se convierte en noticia, en este momento de desconciertos y disparates varios. En medio de tantos ataques a todo lo que «huela a España», es un acontecimiento. Lo apoya, con su presencia, el Rey Don Juan Carlos, en un gesto muy de agradecer. Y toda España puede contemplarlo, a través de la primera cadena de Televisión Española. 

Para los muchos miles de aficionados españoles, supone esto un bálsamo, en un momento en el que se ven insuficientemente defendidos ante unos ataques repetidos, que se saltan por las bravas –no «a la torera»: no saben lo que es eso– la legalidad, el respeto a los demás, el sentido común y el más elemental conocimiento de las tradiciones españolas.

Alguna vez, una corrida de toros supera su carácter de espectáculo, más o menos logrado, para adquirir el valor de un hecho histórico, social y hasta políticamente. Lo digo sin ninguna retórica: eso ha sucedido, esta tarde, en San Sebastián. Después de dos veranos de ausencia, desde el 17 de agosto de 2012, han vuelto a lidiarse toros en el coso de Illumbe. Lo impidió el sectarismo político de Bildu y su incoherencia: en Azpeitia sí autorizan y hasta presiden corridas. Su derrota en las elecciones y la unión de PNV, PSOE y PP han permitido que las corridas de toros vuelvan a San Sebastián, con todo lo que eso supone de aportación turística y económica a la Semana Grande donostiarra; y, sobre todo, de triunfo de la libertad. Eso es, sin duda, lo más importante. 

El cartel elegido tiene muchas connotaciones sentimentales: los mismos toros de la inauguración, Torrestrella, y uno de los diestros de aquella tarde, Enrique Ponce, junto al hijo de otro, Manzanares. La grave cornada sufrida por Francisco Rivera obliga a su sustitución por Alberto López Simón. Al entrar esta tarde en Illumbe, es inevitable recordar con emoción a Manolo Chopera y Gregorio Ordóñez, que tanto lucharon por su construcción; al ganadero don Álvaro Domecq, a José María Manzanares padre...

Los toros de Torrestrella, bien presentados, con casta, plantean problemas y, algunos, flojean.

El brindis

Enrique Ponce fue el primer torero que salió en hombros de esta Plaza. Recibe con lances muy suaves al primero, «Soleado», burraco, bragado, de 515 kilos, que derriba espectacularmente. Brinda con largo discurso a don Juan Carlos: clamorosa ovación. (Lo mismo harán sus compañeros). Muletea con sabiduría y limpieza, aunque el toro, por flojo, echa la cara arriba; alarga la corta embestida; une mando y natural elegancia. Mata a la segunda. El cuarto, castaño bocidorado, es un «Cumplidor» encastado. Los doblones iniciales son primorosos, además de eficaces, para domeñar al toro y poder luego lucirse en series de largos muletazos, adelantando el engaño, corriendo la mano, llevándolo «hasta allá lejos». Al final, con la res ya sometida, desmaya la mano, sale con garbo de un momento de apuro, dibuja dos poncinas. Tarda el toro en caer y el premio se reduce a un trofeo: el primero de esta nueva etapa. A Ponce se le ve con más ilusión y armonía que nunca. 

José María Manzanares recibe con una larga cambiada y elegantes verónicas al segundo, que también flaquea. Aguanta mucho en banderillas Curro Javier, que saluda. El toro se ha dolido en banderillas, cabecea. José María dibuja derechazos solemnes, con empaque, pero el animal va a peor, busca, le levanta del suelo dos veces. Además de la habitual elegancia, la faena ha tenido mérito. Mata con facilidad: petición. Al quinto tampoco le sobra fuerza. (Lidia muy bien Curro Javier y se luce Rafael Rosa, con los palos). El diestro lo cuida, le da pausas, traza buenos muletazos pero el toro se queda corto y flaquea: la faena, aseada, no remonta. Entrando de demasiado lejos, como suele, deja sólo media estocada. 

Acierta plenamente la empresa al sustituir al herido Francisco Rivera por Alberto López Simón, la revelación de la temporada. En el tercero, suelto y distraído, se queda quietísimo, no se inmuta, levanta un clamor. Pisando ese terreno, el éxito –y el riesgo– son seguros. Me gusta más cuando templa que en los circulares invertidos y encimismos. Al encuentro, deja sólo media y el toro tarda mucho en caer. Con una buena estocada, la faena era de dos orejas. En el último, luce de nuevo su valor impávido –que recuerda un poco al José Tomás de los inicios–, hace el poste, aguanta coladas y liga circulares en un palmo de terreno. Ruge el público pero vuelve a pinchar. Igual que en Azpeitia, la espada le ha privado de la Puerta Grande. Pero, si los toros le respetan, va a arrollar.
Sólo Ponce corta una oreja; con mayor acierto en la suerte suprema, hubieran sido varias más, en una Fiesta taurina de notable interés. 

Más allá de su resultado artístico, la corrida ha supuesto algo muy importante: han vuelto los toros a Illumbe, de donde nunca debieron ser expulsados. Lo normal, en un momento tan disparatado, supone una excelente noticia: para San Sebastián, para la Fiesta y para la libertad. 

Me cuentan, a la salida, lo que ha dicho Don Juan Carlos en Televisión Española: «Hay que apoyar la Fiesta porque es un activo de España». Palabra de Rey: no hay más que añadir.

Postdata. Mucho más que los toros importa la libertad. Conviene recordar lo que dice de ella Cervantes, nuestro padre común: «Uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los te»oros que encierran la tierra y el mar”. Entre otras, la libertad de ir o no a los toros.

Ficha de la corrida

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