La España de la posguerra, el hambre y la represión perdió aquel verano de 1947 al símbolo de una época. Una pena negra como la piel de «Islero»
se apoderó de la piel ibérica. A las cinco, pero no de la lorquiana
tarde, una nota de clarín rompió con desgarro el aire: Manuel Rodríguez
había fallecido.
Era el torero de rostro pálido, aquel que se ceñía la muerte a la cintura
Como esculpió Agustín de Foxá, estaba el miura «sin siglo, eterno; con sus duros cuernos» y su muerte española preparada. Aquellas dagas astigordas y macabras han
dado pie a páginas y páginas cargadas de historias. La cabeza del toro
de Zahariche fue descuartizada antes de que Manolete pronunciase su
últimas palabras: «Qué disgusto se va a llevar mi madre».
Su amor: Lupe Sino
Doña Angustias, que viajó en el automóvil de Chopera, no puedo despedirse de su hijo. Más cerca se encontraba la otra mujer de su vida, Lupe Sino, pero cuentan que no la dejaron despedirse en el lecho del drama por temor a un matrimonio «in articulo mortis».
Manolete había tomado la alternativa en Sevilla el
2 de julio de 1939. Cuatro meses después, el 12 de octubre, ratificó el
doctorado en Las Ventas. Precisamente en Madrid inmortalizó una faena
para la historia al toro «Ratón»,
en la Corrida de la Prensa de 1944. Su majestuosa personalidad siempre
estuvo presente, como esa manera de andarle a los toros. Una cornada de
espejo -compartida con su rival Pepe Luis Vázquez,
con el que más paseíllos compartió- dibujó «una especie de callo en mi
fisonomía de adolescente enfermizo, una mueca amarga en la comisura de
mis labios que me da seguridad», en palabras reflejadas en «Mañana toreo en Linares»,
de François Zumbiehl, uno de los muchos escritores que se han lanzado
al ruedo de la literatura manoletista con un magistral relato.
«Si hoy toreo con Manolete es un buen momento para hacer testamento»
Entre otros , Giraldillo se vanagloriaba de haber visto a Manolete: «Yo he visto a Manolete -escribió-.
En Madrid, Manolete no miraba al toro. Con vaga sonrisa -hasta donde él
puede sonreír-, miraba a los tendidos que crujían estremecidos por la
emoción inenarrable. Tenía dominado al Destino.
Era la epopeya que no quiere palabras. El toro le seguía dócil. El
torero sonreía al Destino. Al Epos de los Destinos -¡qué caramba,
ilustre D. Eugenio, gran aficionado! Al destino heroico del Séneca más senequista
de todos los sénecas que se hayan enfrentado con todo el terrible
Destino sin salida de los ruedos. ¡Menuda epopeya! Nada más que eso».
«Lloré más su muerte que la de mi padre»
Canito, el fotógrafo que inmortalizó su muerte, confesó en una entrevista a Andrés Amorós: «He llorado más la muerte de Manolete que la de mi padre. ¡Pobre Manolo! Me decía Luis Miguel (Dominguín):
"Tú has sido torero. ¿Te imaginas lo que es hacer el paseíllo, mirar
hacia un lado y ver a Manolete; al otro lado, y ver a Cagancho. ¿Qué harías tú?" Y yo le contestaba: "Me hubiera dado un síncope..."»
La sombra del Monstruo, el IV Califa del Toreo,
es alargada. Asombraban su verticalidad de ciprés y su regularidad en
todas las plazas. Evolucionó el toreo de Belmonte con este «Pasmo»
cordobés que enseñoreó la ligazón.
Una figura irrepetible, con el aura de misticismo que solo envuelve a
los grandes. Y Manolete, inmortal y rosa, es mayúscula leyenda.
Cómo sería su toreo que cuando confirmó en México, de manos de Silverio Pérez,
el Faraón de Texcoco espetó: «Si hoy toreo con ese que se arrima tanto y
quiero estar por encima, es un buen momento para hacer testamento».
No hay comentarios:
Publicar un comentario